Si Montesquieu levantara la cabeza

Siglo XVIII. La monarquía francesa está agonizando en sus últimos suspiros de vida. El llamado Antiguo Régimen está a punto de convertirse en eso, un antiguo régimen. Han exprimido a los plebeyos hasta el punto de ser insostenible. La Ilustración, con sus teorías basadas en la Razón, la Igualdad y la Libertad, está sembrando en las mentes del pueblo francés la idea de que es posible acabar con el feudalismo, los privilegios de una nobleza cada vez más injustificada y el poder “divino” de los monarcas.

Desde el punto de vista político, se fraguan ideas de grandes ilustrados como Rousseau, Diderot, Voltaire o Montesquieu. Este último, sentando las bases de lo que serían las democracias modernas, fundamental para controlar precisamente a los gobernantes, tratando de luchar contra la propia naturaleza humana, egoísta y ambiciosa de poder. La más que conocida, por todos, teoría de la separación de poderes, diferenciando entre poder ejecutivo, legislativo y judicial. Ya su estudio por todos en el colegio, vaticina la importancia de la misma.

Siglo XXI, en plena era tecnológica, azotados por una pandemia mundial, una crisis económica que hace peligrar el sistema, una clase política cada vez más sediente de poder y alejada de una verdadera intención de llevar al ser humano a una igualdad real ante la ley, vemos tambalear las bases de la democracia, en un anhelo de nuestros gobernantes de tener más control. Debemos tener presente que nunca se ha trabajado por llevar a su máxima expresión esa teoría de Montesquieu.

En este contexto vemos como, lejos de fortalecer esas bases democráticas, la política actual busca atajos para eliminar unos obstáculos precisamente creados por esa falta de desarrollo de una verdadera independencia, en nuestro caso, judicial. Ahora que la Ley que no se ha querido cambiar durante tanto tiempo se vuelve contra ellos, pretenden poner parches a esta situación, encajando a la perfección la frase de “es peor el remedio que la enfermedad”. Y es que cuando choca frontalmente lo correcto contra lo fácil, ya hemos comprobado cual es el camino escogido por nuestros gobernantes.

Pero siempre queda un halo de esperanza, un atisbo de cambio, una sensación de que se está fraguando una revolución. Ésta, en contra de lo que sucedió en el S. XVIII, no será socialmente violenta, pero si determinante para conseguir lo que durante años llevamos pidiendo y durante años se nos está negando por aquellos que “elegimos” en unas urnas cada vez más vacías de sentido, aderezadas por una ley electoral que nos obliga a elegir entre los que ellos deciden que deben estar ahí.

En esta situación vemos como se empiezan a alzar voces críticas, vemos como el pueblo español, como ya hicieron los franceses en el S. XVIII, se quitan la venda y ven el poso de una política cada vez más marketinizada. Es hora de unir esas voces críticas y formar parte de un hito más de la historia que nos permita seguir mejorando. Es hora de elegir si queremos cerrar los ojos ante una situación cada vez más podrida, o por el contrario, llevar a cabo una verdadera revolución política. Solo así, honraremos las vidas de nuestros antecesores que lucharon por mejorar y crecer.

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