Y siguen sin entenderlo

Que Vox es un partido que ha llegado al panorama político español para quedarse, es un hecho que ya nadie duda. Sin embargo, tanto la izquierda como el centro, incluido el Partido Popular, se afanan en encuadrar al partido de Santiago Abascal en una imaginaria extrema derecha -aunque nadie sepa a qué se refieren- y ello es fruto de un profundo desconocimiento de las causas de su nacimiento y auge. Mientras partidos y pseudoanalistas vuelcan toda su frustración para linchar y caricaturizar de forma burda a la tercera fuerza política de la Nación, Vox sigue su camino, con paso firme, sin titubeos y sin los bandazos característicos y ya interiorizados y aceptados por el resto de las formaciones -no así por los votantes de las mismas-. Lo que no ha entendido el establishment es que el voto no es patrimonio de ningún partido político ni está adscrito a ninguna línea editorial determinada. El voto pertenece al español mayor de edad. Punto.

La cantinela de que un partido “robe” votos a otro es una falacia más, propia del fraudulento paradigma en el que muchos políticos y medios de comunicación han querido convertir nuestra democracia. Abandonemos de una vez la consideración de la política como si de fútbol se tratase. Sí, uno puede votar a un partido durante treinta años y, en un momento dado, cambia. Y, cuanto antes lo entiendan muchos, mejor. Incluso puede votar opciones diferentes según se trate de una institución u otra. Esas son las reglas del juego. Reitero: el voto no es patrimonio de ningún partido político.

Vox ha conseguido ganar en municipios tradicionalmente de izquierdas. Y en las elecciones catalanas obtuvo más de doscientos mil votos y once escaños. Y cuando uno escucha a determinados intelectualoides rasgarse las vestiduras en prime time exponiendo -no sin los oportunos aspavientos verbales- su terror ante esta situación, no puede dejar de preguntarse si ellos mismos se creen sus propias paranoias. Y vaya que sí lo hacen. Han vivido tanto tiempo inmersos en el bipartidismo -con apoyos esenciales de partidos separatistas- que todavía no se han dado cuenta de lo que realmente está pasando en España. Y este es un gran problema. Para ellos.

No les entra en la cabeza que un currante que se levanta a las seis de la mañana y que hasta ahora ha llevado en su cartera el carné del PSOE, pueda votar a Vox. Tampoco les entra que una mujer que hasta hace unos años podía salir a pasear tranquila por las calles de su ciudad y ahora no, pueda votar a Vox. Mucho menos entenderán que un inmigrante que ha cruzado el mundo y el infinito desierto burocrático para obtener su permiso de trabajo o la nacionalidad pueda votar a Vox. Al fin y al cabo, los poderes fácticos han invertido miles de horas y millones de euros en asegurar que Vox era un partido que busca crear mano de obra barata, que justifica el maltrato a la mujer o que quiere expulsar del país a los inmigrantes legales.

Y, entonces ¿qué les ha podido fallar? Pues todo. En primer lugar, que han vivido demasiados años encerrados en una jaula de oro -aunque estaban convencidos de que éramos los ciudadanos los atrapados-. El hecho de vivir ajenos a los problemas reales de los españoles de a pie ya impide realizar cualquier análisis mínimamente certero en cuanto a la situación social -y política- de España. Pero si a ello le sumamos que en nuestro país las grandes compañías de la comunicación han seguido el camino de miguitas -y de billetes- que han ido dejado los grandes partidos, queda ya conformado el muro de conglomerado que les impide ver lo que ocurre a su alrededor.

Y, en segundo lugar, han subestimado la libertad, la capacidad crítica y la intrínseca valentía del pueblo español. Nunca hemos estado hechos para ser fieles sirvientes del poderoso. Y esto, tampoco lo entienden. El español es perfectamente consciente de cuando le están tomando el pelo. Y demasiado hemos aguantado.

Cuando ese currante exsocialista ve como el sudor de su trabajo viaja vía impuestos hasta el Ministerio de Igualdad para pagar las fiestas de cumpleaños de Irene Montero, se cansa. Cuando esa mujer ve que en España se es blando con la delincuencia y se protege más al verdugo que a la víctima, se cansa. Y cuando ese inmigrante al que tanto le ha costado encontrar una vida digna en nuestro país, ve que venir en patera es mucho más rentable que cumplir las Leyes, también se cansa. Y, cuando uno se cansa, cambia. Pero el problema al que nos enfrentamos es que, desde las televisiones, periódicos, emisoras de radio y tribunas políticas que directa o indirectamente pagamos entre todos se insulta y menosprecia al que hoy quiere, necesita, ese cambio. Y cuando se es incapaz de confrontar con argumentos las soluciones que propone Vox, se incita a la violencia. Y de eso, también nos hemos cansado.

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