Hay veces en las que se olvidan cosas muy necesarias obviando lo lógico y descartando con ello aspectos de la realidad que confieren al conjunto un significado mucho más extenso y, por qué no, demoledor de la verdadera situación que se vive. Estamos en un país en guerra, en una guerra ideológica en la que nos han metido sin que nos diéramos cuenta o sin querer verlo, pero en una guerra. Hasta el momento, por lo general, esta guerra ha sido y es dialéctica, interpretativa dependiendo del punto de vista del emisor de los mensajes y del receptor de los mismos. Pero también olvidamos, y el protagonismo viene de la mano de a lo que ha llevado la propia dialéctica ideológica y las acciones en sí de los “bandos”, del mensajero no político.
En la actual estructura comunicacional en nuestro mundo la palabra mensaje tiene una interpretación, desde el punto de vista de la capacidad de irradiación del mismo y de las posibilidades comunicacionales, completamente distinto al tradicional. Ante los mass media, o medios de comunicación de masas tradicionales, han surgido una serie de redes de comunicación propiciadas por los desarrollos tecnológicos que han cobrado una importancia fundamental porque evitan un filtro que siempre fue fundamental en comunicación democrática, y es el filtro de esos medios y, especialmente, de sus periodistas.
Para aquellos que me lean y que no sean profesionales del gremio les diré que cuatro años de estudio en la Universidad superando asignaturas tan dispares y fundamentales para el ejercicio profesional como Sociología, Economía, Opinión Pública, Derecho Internacional, Derecho Civil, Derecho Político, Historia… dan o deberían dar a los periodistas esos criterios o conocimientos esenciales para entender e interpretar la realidad social y política y poder ejercer ese filtro entre realidad y ficción en el que se convierte nuestra sociedad y, por qué no decirlo, a veces de forma extraordinariamente circense o dantesca, nuestro ámbito político.
Sin embargo las redes sociales han llegado para ocupar parte de ese espacio y son utilizadas para crear y generar opinión, para ser un “influencer” social y político. Y es justo cuando algunas formaciones políticas lo han convertido en el eje de conexión directa con la sociedad que han entendido la necesidad de hilar una férrea relación entre las redes sociales y medios afines, o creados a propósito para dar carácter de verdad absoluta a la visión ideológica que en ellas se expresa. Curioso que los partidos más a los extremos han sido, a su vez, los que más han cuestionado a los medios tradicionales así como a algunos de sus periodistas, ejerciendo cuando no la censura a sus actos la crítica directa a aquellos que más impacto pudieron ejercer contra sus intereses de partido.
Pues bien, ahí iba yo a llegar. Justo en el momento en el que medios “no afines” a unos y otros y periodistas son atacados por el ejercicio de su profesión es justo la profesión periodística la que queda desprotegida tanto de estos ataques como del propio ejercicio profesional.
Estamos ante una de los grados universitarios que más parados deja o menor nivel de ocupación deja en contrataciones en relación a lo estudiado en este país y uno de los estudios que más nota exige para poder entrar a cursarse y, sin embargo, sigue sin tener, a pesar de la existencia de las asociaciones profesionales unificadas en la FAPE o de los sindicatos de periodistas, una regularización adecuada. En España es necesaria y falta una regularización profesional que defienda a los periodistas contra el intrusismo, contra los contratos basura dentro del sector (me gustaría que muchos supieran lo que cobran muchos profesionales en algunos medios, sus horarios y condiciones laborales), y contra cualquier acusación que tenga como fin el ataque personal y el descrédito cuando el trabajo llevado a cabo no causa perjuicio a la verdad ni es denunciable ante ningún tribunal.
En España no tendremos protección en materia informativa mientras que exista esta guerra ideológica que sólo beneficia a unos pocos y en la que han considerado que algunos medios de comunicación son ejércitos contrarios y sus periodistas los soldados a los que abatir. Y una Ley que proteja el derecho de información mediante una regularización adecuada del ejercicio profesional más allá de lo que hoy existe es fundamental para dar por concluida esa estúpida batalla.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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