Negacionismos

Solo si una realidad es constatable de forma empírica podemos tachar de “negacionista” a quien le da la espalda. Acostumbra a ser un mecanismo de defensa, como llamarle “nódulo” a un tumor. Es un comportamiento que se observa en grupos con sistemas de creencias cerrados: se ha llegado a negar el mismo holocausto. Cientos de miles de personas “niegan” la llegada del hombre a la luna. Lo que vimos, dicen, era un plató preparado para filmar: el horizonte estaba demasiado cercano, o la inclinación de la sombra resulta inverosímil. No fue más que un gran acto de propaganda.

El “calentamiento global” es otro fenómeno que genera divisiones. La chavalería ya lo estudia como un futuro inexorable, catastrófico. Es, ni más ni menos, el anuncio de un apocalipsis. Solo nos falta ver a sus predicadores (¡arrepentíos!, ¡el final está cerca!) recorrer las calles con su grito desgañitado. Dos políticos españoles fueron ridiculizados por poner en solfa cierto dogmatismo automatizante de los “cambioclimatistas”. Uno fue José María Aznar y el otro Mariano Rajoy. Los escandalizados llegaron a considerarlos “blasfemos”. De ellos se decía ¡no creen en el cambio climático! Contaban “los creyentes” en sus filas con el inefable Al Gore. Tras su vicepresidencia, se dedicó a recorrer el mundo anunciando el fin de la especie humana. Cobraba por cada conferencia una cifra con muchos ceros. Un día estaba en Japón y, al siguiente, en Roma. En cierta ocasión le preguntaron cómo había llegado hasta donde se encontraba. Contestó que en avión, naturalmente. Su incisivo interlocutor insistió, ¿no estaba contaminando mucho? Su respuesta: ese es un desajuste del sistema…

Los niños abordan la lección abrumados por datos y gases de efecto invernadero. Lo que nunca les explican (y deberían empezar por ahí) es que los científicos trabajan con “modelos”. Es probable que no sepan lo que son y cómo funcionan. Sería sencillo utilizar un simple tanque de agua como forma de simular la ola de un tsunami. Ya no se habla de la capa de ozono, punto focal en el pasado. Se abría, se cerraba, se volvía a abrir, se volvía a cerrar. Hemos conocido modas informativas pasajeras: la gota fría, el Niño, las ciclogénesis explosivas. La cuestión que nos importa es dilucidar si la acción del hombre está siendo causa o no. La tierra está viva y en perpetuo cambio. Se han encontrado fósiles marinos en las montañas y donde hubo agua ahora hay desierto. Ese es el hueco donde habitan “los que tienen la osadía de dudar”. 

Nos gusta mucho fustigarnos en tanto que predadores. Vivimos en un mundo sucio, sí, pero nos alejamos de la polución fabril de la revolución industrial. Procuramos librarnos cada vez más de los plásticos y el coche contamina cada vez menos. Ya se está probando el avión que vuela con energía solar. Estas obsesiones (¡yo, pecador!) ensamblan muy bien con la última ofensiva vírica. Los agentes patógenos alteran un equilibrio sagrado y nos aniquilan. No es raro que surjan teorías sobre el 5G y su influencia perniciosa: la gripe española, nos dicen, fue consecuencia de un cambio en las radiofrecuencias.

La pandemia que nos ha tocado vivir es como una condena a la muerte colectiva. Nos agazapamos, rezando para que no nos lleve por delante. Los gobiernos toman decisiones como pollo sin cabeza. Los organismos internacionales no parecen servir para mucho. Entonces cobra fuerza una línea, algo a lo que aferrarse: lávate las manos, ponte la mascarilla, quédate en casa. Debes guardar las distancias, metro y medio o dos. No molestes al médico, a no ser que tosas y te suba la fiebre. Si cuestionas el uso del “barbijo” a campo abierto, ¡negacionista! Si no te fías mucho de las vacunas, ¡negacionista! Si crees que podrías tomarte un cafecito caliente sin hacer daño a nadie, ¡negacionista! Si criticas al gobierno, ¡negacionista! El negacionista se defiende de la tensión que le genera el afirmacionista. Éste apenas necesita una palabra, para anular al otro. El resultado acaba siendo una paradoja: el afirmacionista es el negacionista del negacionista.

Se puede llegar a entender a unos y a otros. Admitir el horror del nazismo nos compromete como especie y en cuanto a la luna… ¿Cómo explicar la odisea espacial con una tecnología tan básica, para luego abandonarla con un desinterés total? El cambio climático como la cuenta atrás en nuestra aniquilación no es plato de gusto. La posibilidad de contagiarse, así, en un tris, parece una broma. Se han organizado colegiados que se hacen llamar “médicos por la verdad”. A ver a qué carta se queda uno.

El caso es que negacionistas fueron muchos que ahora están “en el otro bando”. Las rechuflas sobre el virus de periodistas, invitados y estrellas de la tele han quedado compiladas en un vergonzoso vídeo-montaje. La subestimación fatal de Fernando Simón (y todo el resto), antes del día 8, forma parte de la hemeroteca de 2020. Una dramática parodia nacional. Ha pasado un año y creo estar viviendo un dejà-vu. Se acerca el “día de la mujer”, antes llamado “de la mujer trabajadora”. En el momento de publicarse este artículo habremos rebasado la efeméride. Pasado el día, (¡Jesús!, ¡cuánto ruido!) pasada la romería.

Estamos otra vez ante un falso debate. La idea es que no debemos tomar las calles por las restricciones que impone la pandemia. Yo no me manifestaba, ni antes ni, por supuesto, ahora. No seré la nueva clase obrera de la izquierda y sus satélites. El lobby del feminismo “hegemónico” (y los que le van a la zaga) representan no el negacionismo sino el fundamentalismo ciego. Es decir, no se puede no ir, pase lo que pase. El sindicalismo afila los dientes con este nuevo jubileo. ¡Hay 500 mártires dispuestos a morir por la causa! Ya lo dijo Carmen Calvo: les va la vida en ello. Se trataría, pues, de una marcha sacro-paramilitar. Caminarán hacia la luz, en forma de sororidad. Quizá bailen al son de “un violador en tu camino”. Si crees que las mujeres son tan poco libres como los hombres, ¡negacionista! Si crees que el sufragismo no viene ya a cuento, ¡negacionista! Si crees que los hombres tienen también su cruz, ¡negacionista! Si crees que el lenguaje inclusivo es una patada a la lengua, ¡negacionista! Han monopolizado hasta la sangre, como si por las venas de los señores circulara gin-tónic. Sus danzas son hipnóticas, iniciáticas, amenazantes. Ya no se sabe qué se reclama, qué se pide, qué se celebra. Contagiarse un 8 M es solo un desajuste del sistema.

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