Tribulaciones de un tuitero

Tengo un amigo con cuenta en Twitter desde hace años. Opera utilizando un simpático sobrenombre que no desvelaré. Está decidido a “dar la batalla cultural”, o eso dice, deslizando como foto de perfil un primer plano de Vladimir Nabokov. Suele husmear en debates feministas y después me cuenta o me pide opinión. Le han llamado de todo, desde “retrasado mental” hasta “machirulo”. También tiene “buen rollito” con mujeres que le siguen el paso. El último tweet me lo mandó con captura de pantalla. Decía así: «las pruebas físicas para ser bombera son menos duras que para ser bombero, y no me pico«. Una tal Luisa le dijo que se hacía pasar por feminista “para ligar”. Un espontáneo opinaba que “las radfem son hembristas fingiendo ser igualitarias”. Fata Morgana terció proponiendo un paro de hombres “para evitar que maten y violen”, a lo que mi amigo contestó que, en tal caso, no habría ni suministro eléctrico. 

Le pregunto por qué se mete, pero le puede el gusanillo. Entró al trapo con “el expediente Grease”. Era joven cuando se estrenó la película y llegó a comprar el LP de la banda sonora. Olivia Newton John cantando su Hopelessly Devoted To You lo hacía estremecer, palabras textuales. “Yo era ella”, me dice, “estaba locamente enamorado”. “El caso es que un comité de inquisidores quiere despojarme de mi pasado, borrándolo del mapa de un plumazo”. El guion, aseguran, es sexista, homófobo, racista y alimenta “los antivalores”. Le digo que en mi propia pandilla había una chica a la que llamábamos Rizzo, por el parecido físico. Negros, la verdad, no se veían en nuestros barrios, aunque sí aparecen actores “de color” en películas anteriores. Se hablaba por lo bajinis de “la trata de blancas”. En definitiva, medio Twitter era partidario de censurar el musical de Kleiser. En el extremo opuesto estaban los sorprendidos con Bridgerton: es una serie histórica, pero Netflix trabaja con una cuota de actores negros. Aparecen vestidos con chorreras y meriñaques y lucen pelucas empolvadas. Corrigen la alta sociedad londinense del siglo XIX, mostrándola hoy como no fue entonces.

Hace días me llamó apurado “por lo del estudio promovido por el Ministerio de Igualdad”. Por lo visto iban a comprobar el grado de machismo en la prehistoria. Cuando recordó que no existen documentos de ese período (por eso se llama así) una twittera le contestó “eso se lo aclaras a otra, listillo”. No tengo con quién desahogar, me decía. Entonces hablamos de bisontes, de pinturas rupestres, de buriles. Los hombres tampoco votaban, fueran pares o lores. Las mujeres ya tenían útero (supusimos los dos) pero no anestesia epidural ni baja por maternidad. No había tutoriales de maquillaje ni depilación láser. ¡Ay, cuando publicó ese tweet! Van y le salen con lo del anuncio de Adidas Women. Estaba ofuscado por las axilas sin depilar de Leila Davis porque, según él, “el vello retiene el olor a sudor”. Yo le recordé que eso es más viejo que “el andar palante”. Las modas van y vienen, como un boomerang. Las feministas de finales de los sesenta ya defendían las piernas peludas, el amor libre, la Comuna… “¿Crees, pues, que vuelve la contracultura?” Lo “contra lo anterior” suele ser muy viejo. Recordó a sus seguidores que él se afeitaba todos los días. “No quiero parecer un imán ni que se me peguen los fideos al bigote. ¡A ver cuándo la esteticista de mi mujer saca bonos, para hacerme el láser hasta en la uretra!”

Lanzado como estaba, la emprendió con “el Presidente Cortefiel”. Se refirió a él como “el diablo cojuelo y sus nínfulas”. Cuatro vicepresidentas, con “a”, como cuatro soles, exhibidas en un esquema “de harén”. El feminismo, twitteó, insiste en perpetuar aquello que combate en una especie de círculo vicioso sin fin. Ione Belarra llevaba el precio de los zapatos pegado a la suela. Era un gesto de transparencia. Un tal Ulises con avitaminosis lo llamó “cochambre moral” y lo bloqueó sin contemplaciones. A mi amigo le gusta mucho el feminismo de Cayetana. Ella se adscribe al pensamiento Paglia o “amazónico”. Como habla con seseo, por su acento argentino, en una entrevista dijo “amasónico”, pero entendieron “masónico”. Se lio una buena.

Le recomendé que dejara Twitter, por su paz espiritual. Me explicó que no era Twitter, que era todo. Me contó el asunto de una tertulia literaria on line. Por lo visto, el editor decía “nosotras” y tan pancho. No utilizó el masculino universal en ningún momento. Tampoco el lenguaje desdoblado, dirigiéndose a un público mixto. Se pasó al femenino universal, ¡ese sí que mola! ¡Ni la tele puedo ver!, se lamentaba. Había oído a Pere Aragonés y creyó que estaba sufriendo alucinaciones. Hablaba de “políticas sobre equidad menstrual y coeducación en las escuelas”, en la sesión de investidura. Se refirió a las “persones que menstruen” (en catalán) y a los “productos menstruales respetuosos con el planeta”. Remató con la lucha por el cambio climático. Mi amigo insistía: Fátima, estamos perdiendo el oremus. Está en juego la salud mental colectiva. ¿Sabes que en Twitter las más peleonas se hacen llamar “hijas de la diosa”? Dicen que de Dios no quieren saber nada. Lo llaman “diosecito” o “diosecillo”, para rebajarlo. No es ateísmo, ¡es un nuevo credo! Desvelado, había escuchado el testimonio de Ro, Rociíto Carrasco, para mayor audiencia de Tele 5.

Y es que mi amigo cree que maltrato psicológico sufrimos todos e infligimos todos. Ni corto ni perezoso, se metió en Twitter: “La mala madre no es un mito, es real”. Una cabreada lo llamó “facha de mierda”, y lo despachó diciendo “¡ojalá te mueras!” “Mi madre me anulaba”, me confesó contrito. “Solo veía lo que hacía mal, pero nunca alababa mis aciertos”. “Aun así, la quise mucho”. “La echo de menos”. Al principio creyó que todo el mundo estaba del lado de Rociíto, por el hashtag #conrocio, hasta que cayó en la cuenta de que se referían a Rocío Monasterio. Después se peleó con otro perfil, preguntando si acaso Pedro Carrasco no sufrió, cuando su hija decidió que le retiraba la palabra.

La última llamada de socorro se produjo hace un par de días: había visto en Twitter (¡y dale!) la denuncia de M. Jesús.  Era un hilo largo, en el que relata su experiencia con la cúpula podemita. Otra vez me envió una imagen congelada. Se podía leer: “Recuerdo la mano de Monedero en mi cintura cuando volvía de la barra con una copa. Al parecer es un hombre muy tocón en general, pero yo no lo sabía”. Mi amigo es fiel observador de la presunción de inocencia, pero quiso ser coherente con el ministerio. ¿Cómo era aquello?, twitteo, “¿hermana, yo sí te creo? Se enfadó una tal Matalobos, que escribió “vete a la cueva de la que has salido, simio”. El pobre no daba crédito. Me recordó la frase del profesor Gustavo Bueno, que en paz descanse: “Los españoles tenemos la cabeza hecha polvo”, decía. Juzguen ustedes.

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