Maldita equidistancia

Estos últimos días están poniendo de relieve lo cruda que puede ser la realidad, lo necesaria que resulta la política como arte de establecer acuerdos y lo terrible que resulta que esa misma política esté en manos de personas sin escrúpulos que anteponen intereses personales, de partido o tribales, antes que los generales de sus conciudadanos. Los ataques de Hamás contra Israel, los ataques de Israel contra Gaza, la frontera de Ceuta, los marroquíes que llegan nadando en la noche, los ministros de exteriores de la Unión Europea que se reúnen por video conferencia, las declaraciones del Presidente Sánchez o no. Muerte, angustia, frío y llanto…

Este es el caldo de cultivo ideal para que los populismos y las posiciones preconcebidas se hagan fuertes en tertulias y medios de comunicación. Así tenemos a los que defienden a ultranza el derecho de Israel a defenderse y en frente a los que consideran inaceptable que se les niegue la tierra a los palestinos. Tenemos por un lado a los que consideran una invasión a los que cruzan la frontera de Ceuta y por el otro a los que los consideran a estos movimientos la reacción natural de un mundo cada vez más desigual. Y en ese caldo se está bien. El grito y la indignación son bien vistos y aceptados. Lo que no se permite es la equidistancia. Los partidos políticos aprovechan la situación para arengar a los suyos, para fidelizarlos con pañuelos, banderas, proclamas y eslóganes. No pidan un análisis profundo, eso no, pero cuarto y mitad de soflama, eso va de la casa.

Pero, ¡ay de aquel que crea que no todos son buenos o malos! El que quiera ir más allá de lo que se repite por todas partes y cual Diógenes moderno con una lámpara de hechos y razonamientos, desee poner luz entre tanto barullo. Que se agarre bien los machos que le van a dar por todas partes. Pues, aunque resulte paradójico, en esta época la equidistancia es la más peligrosa de las actitudes. Ella nos saca a palos de la zona de confort que nos procura el seguidismo fiel y nos obliga a pensar, contrastar y buscar certezas. Todo ello muy cansado y peligroso.

Peligroso porque con esta actitud seremos entes ajenos en todos los grupos de “guasap” y tertulias de café mañanero. Tendremos que aceptar el exilio y la dura soledad con la que siempre se castiga a los inadaptados. ¿Cómo osar no ir con uno o con otro? Pero ¿quién te crees que eres? Maldito equidistante. Lo cierto es que por mucho que moleste, nadie suele tener razón del todo y si fuésemos capaces de entender que por ser judío no se está en la posesión de la verdad o que por ser palestino no se está libre de pecado, tanto mejor nos iría pues más libres seríamos de denunciar los atropellos contra los derechos humanos que unos y otros comenten.

Necesitamos buenos políticos que sepan capaces de llegar a pactos sin cordones sanitarios y entendiendo que dialogar hasta con el más antagónico de los contrarios, lejos de ser una debilidad, es una necesidad y una virtud que deberíamos cultivar. Como cantaba el bueno de Battiato (q.e.p.d): No sirven excitantes ni ideologías. Se quiere otra vida. La maldita equidistancia que nos hace más humanos.

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