A propósito del buenismo

El buenismo es una actitud política que defiende al débil, al necesitado, y asume la comprensión y la tolerancia como un valor fundamental en las relaciones humanas. También se supone que es un comportamiento cívico. Esto es: la empatía como virtud y principio esencial. Es en boca de quiénes se atribuyen este “valor”, el paradigma de la injusticia, el ariete de la intolerancia.

En efecto, el buenismo, al igual que la Justicia, lleva una venda en los ojos en su búsqueda de la equidad. Sin embargo, a la hora de dictar sentencia es clamorosamente parcial. ¿Por qué? Porque en su esencia parte de una premisa de superioridad moral respecto al resto. Si yo soy buenista, se presupone que soy mejor que quien no lo es. Por tanto, estoy legitimado no solo a opinar, (lo cual es muy legítimo) sino a juzgar y a condenar a quien difiere de lo que digo y siento.

La actitud buenista se ha instalado de una forma muy sutil y peligrosa en la política del actual Gobierno Social-comunista. Sutil porque se adorna de frases amables y de fines supuestamente éticos y socialmente necesarios. Peligrosa porque, en su ejecución, quien gobierna bajo el paraguas del buenismo, se suele atribuir poderes que no le corresponden pero que está plenamente convencido de que son útiles y necesarios para la sociedad.  De este modo, el Gobierno resta nuestra capacidad de opinión y protesta, y nos obliga a aceptar dócilmente aquello que desea imponernos.

La primera imposición es la de un lenguaje común que uniforme a la mayoría, de este modo la minoría disidente es señalada y aislada. La segunda imposición surge a través de cierta prensa y televisión que han sido generosamente subvencionadas para imponernos la realidad gubernamental y escamotearnos la verdad. La tercera imposición es la censura en todas sus formas y terminologías. Hasta el punto de que, si uno tiene la osadía de publicar una noticia políticamente incorrecta, inmediatamente es tachada de fake news y sus cuentas son cerradas (como castigo) en las redes sociales por los “verificadores de la verdad”, como recientemente le ha ocurrido al ensayista Félix Ovejero.  La cuarta imposición es la supremacía moral que se atribuye la izquierda buenista, centrada en crear problemas en lugar de resolverlos. De dar cobijo y protección a minorías que en lugar de buscar la integración social promueven conflictos vecinales porque saben que gozan de la tutela y subvención de la izquierda.

Entre tanto, los problemas reales de los ciudadanos se empantanan en las turbias y pestilentes aguas de un Gobierno ineficaz e inoperante, cuyo presidente está excesivamente ocupado en contemplarse en el espejo de Narciso.

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