A propósito del patriotismo

El patriotismo es el primer muro de contención al nacionalismo. Según Charles de Gaulle, “El patriotismo es cuando el amor a tu gente es lo primero. Nacionalismo es cuando el odio hacia personas distintas a la tuyas es lo primero”. Sabias y lúcidas palabras las del estadista francés que explica no solo una verdad que la Historia del SXX ha convertido en irrefutable sino también revela porqué el patriotismo francés está muy vivo y el nacionalismo francés totalmente muerto.

Sin duda en España, nos ha faltado en el SXX (y nos sigue faltando) un Charles de Gaulle, un Churchill, incluso una Margaret Thatcher, para que, como nación, tomemos conciencia de una vez de nuestros valores, de nuestro espíritu cívico, de nuestro legado universal, de nuestra tenacidad, de nuestro carácter altruista e indómito, de nuestras gestas históricas, de nuestros extraordinarios arquitectos que construyeron para nuestro orgullo y asombro las catedrales, los conventos, los castillos y los palacios, de nuestros filósofos, intelectuales y docentes, de nuestros escritores geniales y mordaces, feroces e indulgentes, de nuestros poetas que nos desnudaron con su crítica y nos vistieron de arrogancia, de nuestros científicos e investigadores, de los navegantes y descubridores de ayer, y de la gente de hoy que, pese a todo, lleva con orgullo, a lo largo del vasto mundo, el nombre de España allí donde fuere.

A pesar de ello, de nuestra obligada gratitud a aquéllos que nos precedieron y que dieron lo mejor de si mismos para que sintiéramos en nuestra piel las proezas que nos identifican como pueblo, cerramos los ojos al pasado para olvidar lo grandiosos que un día fuimos. Y en un ejercicio inaudito de masoquismo colectivo auspiciado por los políticos que nos gobiernan y al silencio cómplice de la oposición, encerramos en la mazmorra más honda y miserable la palabra que nos dignifica como pueblo y nos salva como ciudadanos. Esto es: el PATRIOTISMO.

Como ejemplo, señalaré, con admiración, dos países, Francia y Estados Unidos en los que el patriotismo sigue cada día más vigente y aclamado. Curiosamente, ninguno de estos países democráticos padece el grave y demoledor problema del nacionalismo. Por tanto, es fácil deducir que, a mayor nacionalismo, menor patriotismo y viceversa. En España, la zurda, con su siniestro y perverso lenguaje, ha herido de muerte el auténtico significado del patriotismo, relegándolo a la semiclandestinidad social y política. El patriotismo que en cualquier nación del mundo es vitoreado por los ciudadanos que aman y defienden su nación y sus símbolos, en España, lamentablemente, los símbolos como la bandera son pisoteados y quemados, y el himno nacional silbado ante la indiferencia general.

Nuestro patriotismo ha sido escarnecido por el social comunismo y tirado al estercolero de la extrema derecha para disfrute de los primeros y aceptación de los segundos. Es obligado señalar y censurar la actitud de los políticos del centro derecha español, que, salvo honrosas excepciones, se han olvidado por completo del papel integrador que ejerce el patriotismo entre los ciudadanos demócratas. Hasta que no recuperemos la autoestima y el orgullo de ser y sentirnos patriotas españoles, el separatismo catalán campará a sus anchas bajo el auspicio y la bendición del Gobierno que lo consiente, lo protege e indulta.

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