Duelos

Hacía tiempo que quería hacerlo… o, mejor dicho, necesitaba hacerlo. Siempre que pasaba cerca del lugar no podía evitar mirarla; allí estaba, invitándome a entrar en su mundo. Su fachada de mampostería, ladrillos rojos, el solárium favorito de las lagartijas. Su enorme portón de barrotes de hierro forjado y su cruz en lo alto de la entrada me decían constantemente: ven, tienes algo pendiente desde hace muchos años, ¿cuándo te vas a decidir? Ya eres un setentón, así que tú veras. Y hace unas semanas, me decidí.

Entré en el cementerio del pueblo donde vivo desde hace mucho. Buscaba la tumba de un buen amigo y compañero de profesión que murió el 14 de octubre del 83 en un fatal accidente de tráfico cuando regresaba de una actuación con su grupo, algo no muy infrecuente en esta profesión en la que rige el “carretera y manta”. ¡Cuántos colegas se han dejado la vida de esta trágica manera!Mi buen amigo del que hablo era nada más y nada menos que Jesús de la Rosa, líder y creador del que fue famoso grupo de rock fusión con aires flamencos: Triana.

Nos conocimos como músicos. Jesús como teclista y yo como bajista en un grupo que acompañaba allá por los 70 a un cantante solista de moda. Enseguida hubo empatía, enseguida notamos que seríamos unos buenos compañeros. Él no tenía todavía una sólida formación como pianista, pero con su intuición musical y su órgano VOX -sí, VOX, como los amplis de marca inglesa que usaron siempre los Beatles. Así que tranquis que hoy no va de política- decía que con eso y su Leslie Elkatón, que es un aparato en forma de cajón con un altavoz dentro que gira a velocidad regulable por el intérprete y le da al sonido de órgano un feeling especial, cumplía de sobra y con nota -nunca mejor dicho- con las canciones del repertorio.

Hicimos bastantes galas durante una temporada, por toda España. Recuerdo y no puedo evitar sonreír al hacerlo, que un fin de semana actuamos en Vigo. En esa gala se había contratado un “doblete” que es cuando el artista actúa en un lugar y acto seguido lo hace en otra localidad algo apartada de la primera. Al terminar la primera actuación, el empresario nos embarcó en una lancha desde el puerto de Vigo para cruzar la ría y tocar en un local de Cangas, justo enfrente de la ciudad celta. Hacía frío, era invierno

La corta singladura en la lancha, con las luces titilantes del pueblo hacia el que navegábamos entre los girones de niebla de esa noche, convertía todo ese escenario en un momento mágico, muy gallego y muy de meigas. Cuando por fin desembarcamos, nos sorprendió gratamente que el local de baile que estaba cerquísima del pequeño puerto pesquero estuviera abarrotado de público esperando el concierto.

Y digo lo de “no poder evitar sonreír” porque tras la actuación y bajando del altísimo escenario del local, un grupo de chicas gritando se acercaron queriendo tocar, agarrar, besar y qué sé yo ¿al cantante solista y estrella de la función? ¡No! A Jesús, que era un tipo muy apuesto y a mí, que en aquella época también estaba masticable, achuchable y consumible.  Creo que al cantante no le hizo mucha gracia aquel fervor femenino hacia sus músicos contratados.

Cuando regresamos a Vigo, a eso de las tres y pico de la madrugada, subimos al barrio Celta que en aquella época rebosaba de locales abiertos all night donde podían cenar o desayunar los marineros o pescadores que hubieran terminado su faena, o los que como decía una vecina mía, éramos del mundo de la tarántula. Se quería referir a “farándula”.

Recuerdo con cariño que en el restaurante-bodega-taberna donde entramos en busca de pitanza y resguardo del frío, nos encontramos al genial cantor cubano de boleros y maestro de las maracas, Don Antonio Machín, cenando en una mesa a esas horas de la madrugada.

Yo, que siempre adoré sus boleros: Angelitos Negros, El huerfanito, Madrecita, Espérame en el Cielo y tantos otros, corrí a saludarle y a presentarle mis respetos. Al final, nos pusieron una mesa a su lado y estuvimos toda esa velada charlando animadamente con el maestro y contándonos anécdotas mutuas de nuestra profesión. El hombre ya estaba viejecito, pero todavía tenía la suficiente energía y arte como para seguir haciendo galas. También recuerdo que, si alguna vez el cocido gallego me ha sabido a manjar de los Dioses, fue en aquella ocasión.

Jesús y yo compartíamos habitación durante las galas, a veces en buenos hoteles y otras en modestas pensiones. En esas ocasiones teníamos tiempo de contarnos nuestros proyectos, ilusiones, penas y alegrías. Él sentía admiración por Steve Winwow, fabuloso músico, cantante y compositor de grupos como Spencer Davis Group, Traffic y otros y, en cierto modo, asumió en Triana, proyecto que ya le rondaba la cabeza, un cierto aire parecido a su ídolo.

Después de mucho tiempo de haber concluido nuestro trabajo con aquel solista y despedirnos, volvimos a encontrarnos. Él ya, triunfador con su flamante Triana, que fue un verdadero bombazo en el rock nacional, yo intentando abrirme paso en el mundo discográfico con la grabación de mi primer LP en solitario.

Pasó el tiempo y asistí al declive de ese trio andaluz revolucionario. Al tiempo, mi grupo Barón Rojo comenzaba una meteórica ascensión al Everest del rock duro. Coincidimos en muchos conciertos, nosotros como “estrellas” del cartel, ellos como “teloneros” junto a otros grupos, pero siempre fue una alegría mutua el encontrarnos, el recordar viejos tiempos mientras nos tomábamos unas cañas. A pesar de ello, tengo un triste recuerdo de un festival celebrado en la plaza de toros de Málaga, donde teníamos que actuar alrededor de diez grupos entre los que se encontraba el de Jesús.

Tras nuestra prueba de sonido, Hermes, el batería y yo, nos acercamos a una cafetería cercana a comer algún plato combinado. Y allí me lo encontré, comiendo sentado en un taburete de la barra; más allá, alejado, hacía otro tanto el guitarra, y más allá todavía, comía solitario Tele, el batería. Resulta que el ambiente en el que fuera colosal el grupo andaluz estaba muy tenso y, prácticamente, no se hablaban entre ellos. Me dio mucha pena ver hasta qué punto puede llegar a enturbiarse la relación entre unos compañeros de profesión por rencillas internas, intereses contrapuestos, celos… El tiempo se encargaría de hacerme vivir en propia piel la amargura de compartir un escenario con varios de tus compañeros de grupo convertidos en tus enemigos irreconciliables, con los que ni siquiera te hablas.

Cuando sucedió el trágico accidente con el consiguiente fallecimiento de mi amigo, yo llevaba una época asqueado, anestesiado y envuelto en mi burbuja debido al mal ambiente que ya se había creado entre los miembros del Barón Rojo. La mezquina y usurera compañía de discos, los celos profesionales entre nosotros, el desastroso management que siempre tuvimos y las puñaladas traperas que por envidia te asestaban de vez en cuando los compañeros de otros grupos, me habían dejado una especie de resaca… como cuando después de haberte pasado toda una noche de farra, te das un golpe con la esquina de una mesa y ni sientes dolor, así me sentía yo. Y cuando me enteré de la maldita noticia, no reaccioné como debiera considerando el aprecio que siempre había sentido por mi amigo Jesús.

Y pasó el tiempo, varios años. El destino me trajo a vivir al pueblo donde él había vivido y en el que está enterrado. Cada vez que pasaba cerca del cementerio donde descansan sus restos, siempre sentía una punzada de culpa y la necesidad de arreglar esa cuenta pendiente. Cuando estuve frente a su bonita sepultura llena de dedicatorias cariñosas, de flores frescas que alguien pone continuamente…. Nada más ver su foto en la que aparece tan lozano y con una mirada tan serena, le dije: Aquí estoy amigo, perdona mi estúpida tardanza, pero aquí estoy. Sentí una congoja que se me agarraba al pecho y al mismo tiempo alegría al recordar todo lo que os estoy contando. Todas las imágenes de cuando éramos jóvenes e ingenuos y creíamos disponer de toda una vida por delante… Pero aquí estoy, amigo y volveré a menudo de aquí en adelante.

Desde el Cielo de los Músicos donde te encuentras, dale recuerdos a Lennon, que quizás esté tocando Angelitos Negros con el maestro Machín acompañado a la batería por Charlie Watts y a la guitarra por tu paisano Paco de Lucía. Nos vemos, amigo.

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