Sobre el cáncer

Cuando a alguien le detectan un cáncer, el procedimiento que sigue un buen médico, en esencia, siempre es el mismo: tratar de hacerlo desaparecer mediante quimio o radioterapia. O reducirlo lo máximo posible para, a fin de cuentas, tratar de extirparlo en cuanto se pueda para salvar la vida del paciente. No hay más. Se trata de eliminar del cuerpo un mal cuya victoria significa la muerte de la persona que, por desgracia, se enfrenta a tan terrible dolencia: es él o tú. Ningún médico en el mundo se hace la absurda pregunta de si el tumor en cuestión tiene sentimientos o va a “morir” al ser extraído del individuo afectado. Después, tal vez pueda ser estudiado con fines didácticos, pero al final, termina en el contenedor de residuos. En resumen, eso es todo.

¿Te imaginas una “nueva ola” de médicos con la tendencia de no ser demasiado agresivos con el cáncer y qué alegasen que es poco “empático” terminar con la dichosa mutación maligna? ¿Te imaginas que afirmasen que lo justo y lo “transversal” sería mantenerse neutrales para ser “igualitarios” con persona y cáncer sin importar si eso acorta en décadas la vida de la persona? Al menos no habrían “discriminado” al pobre cáncer. “El tumor también tiene sus derechos”. Cualquiera en su sano juicio llamaría a estos médicos idiotas como mínimo o malvados, si es que van por ese camino que mata a pacientes a cambio de algún beneficio personal. 

Malvados e idiotas son siempre una combinación necesaria para perpetrar atrocidades. Los malvados hacen el mal con algún fin egoísta y los numerosos idiotas aportan esa “mayoría social necesaria” para cumplir con los objetivos de los malvados. Y es que, los idiotas no se hacen demasiadas preguntas. Son manipulables, los grandes convencidos y en muchos casos, hasta defienden férreamente causas que les perjudican. Sentirse especiales sin hacer mérito alguno o formar parte de algo “importante” es pago suficiente para militar en la causa de turno. Los idiotas, a veces, salen demasiado baratos a los malvados.

Volviendo a lo que nos ocupa, a día de hoy sabemos que el cáncer es dañino y letal y nos deshacemos de él sin remordimientos. Es más, con alegría. No es que su vivir, su existir o su sentir nos dé igual, es que anhelamos su exterminio, su erradicación. Y esto, amigos, es sano. Forma parte de la naturaleza y del instinto de supervivencia, ambos presentes en las personas le pese a quien le pese.

Bien, extrapolemos. Imaginemos que el enfermo es la sociedad. Pedófilos y asesinos serían tumores y metástasis ya que dañan la integridad y la vida de las personas inocentes y productivas (que serían las células sanas, continuando con el símil). Los malvados serían políticos y otros interesados sin escrúpulos manipulando a los idiotas y, estos últimos, serían la masa de activistas defendiendo los derechos de los criminales (repito, el cáncer). Esa masa social de opinadores sin criterio que habría que mantener alejados de asuntos que se escapan de sus capacidades. Todos forman parte del problema que mata a la sociedad. Unos directa y otros indirectamente.

Volviendo al cáncer: si de mí dependiera un paciente enfermo, trataría de ser el buen médico del principio del artículo. El mismo que termina con la enfermedad sin dilemas estúpidos. Sin vacilar. Haría lo que tengo que hacer para salvar la vida del paciente, más aún si cabe si éste es un niño y dormiría feliz y orgulloso de mi aporte a un mundo mejor. Porque es lo natural, lo que procede. Cualquier otra postura sería ir contra tu propia especie y apoyar la enfermedad y la muerte. Cosa de cobardes, malvados e idiotas o la combinación de dos, o los tres adjetivos.

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