Pocos saben y muchos hablan del fascismo… de los demás. Pocos saben que el término «fascismo», que directamente relacionan con la alemania de Hitler o intenciona o adoctrinadamente con Franco, tiene su origen en la noche del 23 de marzo de 1919 y no en Alemania ni España, sino en Italia, concretamente en Milán. Fue aquella noche cuando el que había sido director de un importante diario italiano, Benito Mussolini, fundó el grupo «Fasci italiani di combattimento», que traducido al español sería algo así como «grupo de combate italiano».
Y es que el fascismo tiene algunas semejanzas con el comunismo en torno al autoritarismo, centralismo y control social pero no tiene un fundamento único que lo defina. De hecho todos grandes historiadores coinciden en señalar que el fascismo es el término más complicado de definir con argumentos sólidos y absolutos de los más importantes relacionados con el estudio de la Historia. Sí podemos decir que existe un fascismo histórico, que se dió por zanjado tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945 A partir de ahí el fascismo pasó a ser definido como un término que alude a grupos ideológicos violentos de extrema derecha.
Y es curioso ese dato porque no son pocos los historiadores que obvian al propio franquismo que lleva a la irrelevancia en términos de régimen político. Y es posible debido a que, a diferencia del fascismo italiano o alemán, el régimen de Franco, a pesar de su connotación ultra nacionalista jamás fue imperialista desde la perspectiva de combatir para ampliar sus territorios a costa de otros países de su entorno. Ni siquiera se constituyó como una fórmula ideológica que hubeira que trasladar o internacionalizar. Fue, quizás, en todo caso, la consecuencia aparecida de una victoria militar en una guerra civil. No surgió como instrumento revolucionario y ni siquiera se reivindicó en sus primeras apariciones a través de las urnas y partidos políticos, como puso ser el caso de Alemania o Italia.
El caso español tiene serias diferencias y divergencias con el resto de los considerados fascismos europeos. De hecho no surgió de un movimiento político nacionalista que pretendiera ensalzar ni la raza ni contra los judíos, hecho que sí coincide con los conocidos fascismos italiano y alemán. Franco, incluso, fue calificado por algún historiador, antes del levantamiento militar como filosefardí cuando se encontraba en Marruecos y no son pocos los autores que relacionan al régimen de Franco con la salvación de judíos de los fascismos exterminadores europeos.
Lejos, por supuesto, este artículo, de con estas palabras ni blanquear ni justificar un régimen autoritario y dictatorial que utilizó la represalia, la persecución política y los fusilamientos, la cárcel y la pena de muerte como instrumento de control y de reivindicación de su imposición ideológica. Y es curioso, y propio de esta España eternamente enfrentada que, precisamente, Franco se levantara contra una II República que llevaba a cabo precisamente también esta práctica y que amenazaba con convertir a nuestro país en un sóviet más en Europa de la extinta Unión Soviética, como indicaba el propio Largo Caballero en una entrevista ofrecida a un diario mexicano en época de gobierno de la coalición de partidos denominada Frente Popular, formado por su partido, el PSOE, junto a otros de partidos de la izquierda, entre ellos el Partido Comunista de España. Como dato curioso de las elecciones (cuestionadas en su legitimidad) que le dieron el poder al Frente Popular cabe indicar que en Cataluña no se presentó ese Frente Popular sino que lo hizo en su lugar un partido llamado Esquerra Republicana de Catalunya, que a muchos les sonará.
Lo cierto es que, ya de por sí, es complicado aceptar en términos absolutos el término fascista al caso español por múltiples connotaciones que lo diferencian de los fascismos históricos representados por, entre otros, los países ya mencionados. De hecho, importantes historiadores, como el prestigioso catedrático de Historia norteamericano George Payne habla del caso español como un «semi-fascismo» en sus inicios y posteriormente habla de un largo período de postfascismo. De cualquiera de las maneras seguiríamos hablando de un régimen dictatorial y de corte ultraderechista, por supuesto, por su continua oposición a la imposición de ideas o consignas socialistas o comunistas.
Pues bien, todo esto que, de seguro, no serán cosas que enseñen en los centros escolares hoy en día, viene a colación de una de las mayores estupideces que ha cometido la izquierda en su estrategia de confrontación y de división entre los españoles en los últimos tiempos. Y es que la izquierda, a falta de procesos de industrialización del siglo XIX que legitimen el cuestionable planteamiento del burgués y acomodado Karl Marx necesita reivindicar su actualidad mensaje mediante la instrumentalización social. Para ello hace uso de las delbilidades de las formaciones a su derecha en mateia social para abanderar causas que jamás le han pertenecido como tales. Tal es el caso del feminismo, con un claro origen y discurso liberal, o la defensa de los derechos de los homosexuales a los que históricamente han humillado y perseguido en todos los regímenes en los que han soportado el poder absoluto.
Entre sus consignas adoctrinadoras y desde hace bastantes años, la izquierda radical de este país introdujo el término fascismo para definir a sus contrincantes políticos que no estaban posicionados a la izquierda o no se casaran con sus máximas políticas. Ya en 2012 recuerdo a cargos políticos de Izquierda Unida, en plena campaña en las elecciones andaluzas, y en reuniones o mítines de campaña llevados a cabo especialmente en zonas rurales, cómo tildaban a la nueva amenaza por aquél entonces que representaba UPyD como alternativa al bipartidismo como fascista; Un partido político que era posicionado por una mayoría de politólogos más en la socialdemocracia que el mismo liberalismo, aunque llevara tintes liberales en el análisis económico.
Pero es que la acusación (grave) de fascista, se ha llevado a cabo sobre cualquier fuerza política disidente con la izquierda y hoy en día lo es contra cualquier persona de a pie que rechace algunas de las premisas incuestionables del discurso de estos partidos de izquierda y extrema izquierda. La libertad de opinión es así censurada por aquellos que ni saben defender, ni debatir ni comprender que la auténtica democracia no entiende de imposiciones y que son precisamente las imposiciones las que representan matices de cualquier tipo de autoritarismo, como son los fascismos o los comunismos.
Pero lo más triste de todo es la vergüenza del desconocimiento del término, hasta de la propia Historia de este país. Triste es que no sepan que no se puede hablar de fascismo sin reivindicación de la violencia y que, hoy por hoy, son los grupos de ultraizquierda los que representan esa violencia en las calles y personajes como Kichi en Cádiz los que la avalan con sus posturas políticas. El verdadero fascismo no lo es tal ni se entiende sin la defensa y objetivo de una militarización del país como aspiración política de control (justo lo que hacen regímenes que sí defiende la ultra izquierda como PODEMOS en países como Venezuela o Cuba).
Así pues, llegados a este punto, aquellos que hayan soportado la lectura de mis líneas, entenderán que el verdadero adoctrinamiento, que se está llevando a cabo en este país entre personas de bajo conocimiento en cultura política, Historia o regados por la inmensidad del reconocimiento a la mentira o la verdad a medias (como el que en un programa de televisión aplaude sólo cuándo se lo dice el regidor), comienza por el robo de la opción de los estudiantes a que puedan pensar por sí mismos y a que tengan los conocimientos mínimos para que puedan cuestionarles. Sólo así entenderán las últimas reformas educativas y la violencia estructural ejercida por la izquierda tanto en medios de comunicación como en redes sociales.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
En nuestros días, el apelativo «fascista» no tiene contenido político alguno. Es como llamar a alguien hijo de puta.