Un Papa comunista

Un Papa, la mayor representación de Cristo en la tierra, acusado en Argentina por tener vínculos con la dictadura militar del mandatario Jorge Rafael Videla, al delatar a dos de sus subordinados cuando la comunidad jesuita en el país del Cono Sur era perseguida por oponerse al régimen. Un santo padre, máxima cabeza de la Iglesia católica y del Colegio Episcopal, que encuentra iluminador el discurso del expresidente uruguayo y exguerrillero Francisco Mújica y que despierta la simpatía de izquierdistas anticlericales como Pablo Iglesias, Yolanda Díaz y Michael Moore. 

Un obispo de Roma, poseedor del título de soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, alabado diariamente por intelectuales ateos, que admite, abusando de su figura representativa “que son los comunistas los que piensan como los cristianos” politizando ideológicamente una institución al servicio de toda la ciudadanía. Un vicario de cristo, que, contradiciendo hasta los mismísimos libros sagrados, abre la puerta de la Iglesia a divorciados y homosexuales, recibe en audiencia a transexuales y prostitutas, y que permite que cualquier párroco pueda absolver a quien aborta, dando pistas de parecer querer cambiar la doctrina de la Iglesia en asuntos tan serios como el adulterio. Un sumo sacerdote, declarado abiertamente peronista, que denuncia en su nueva encíclica, Fratelli Tutti («Hermanos todos»), que «la fragilidad de los sistemas mundiales frente a la pandemia ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado» y que existe la necesidad de «rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas». 

¿Por qué el Pontífice no se dedica a predicar la palabra de los Evangelios y se empeña en hacer política? ¿Cree realmente que, transmitiendo la imagen de una Iglesia aperturista y modernizadora, los que entre sus argumentarios se encuentra quemar los santos templos empezarán a asistir con rebequilla a misa? De nada sirve justificar estos comportamientos entre católicos discrepantes, por parte de una de las mayores figuras influyentes de la sociedad, pretextando no abrir debates internos dada la situación tan compleja en la que se ve envuelta la Iglesia en el siglo XXI para hacerse hueco, si esto conlleva una renuncia a sus bases, a sus fieles y a sus pensamientos. Son precisamente estas situaciones de corrupción interna y de encubrimiento durante siglos, las que la han llevado a verse sumida en este punto. Ni se es mejor o peor católico por denunciar y criticar este tipo de actuaciones si es con el fin de lograr una mayor transparencia institucional, lo que realmente la hará verse más cercana y accesible. 

Por supuesto que se puede ser católico y no comulgar con las ideas ideológicas papales. Nada tiene que ver religión con ideología, por mucho en quien recaiga la representación. No olvidemos la cantidad de clérigos vascos que apoyaban durante los años de plomo a ETA en tierras vascas. La Iglesia es mucho más que una institución o que un pontífice que la lidere, la religión y la fe no está en un sitio concreto ni en una persona, sino dentro de uno mismo y en la práctica del ejemplo con hechos en el día a día.

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