El Mini de mi madre

A mi bisabuelo le llamaban “Fernando el Costoso”, hombre de voz templada y manos curtidas por trabajar de sol a sol en el campo de un remoto pueblo castellano y porque según me han contado, le “costó” mucho dar estudios a mi abuelo paterno y a su hermano. A principios del siglo XX, la inmensa mayoría de españoles eran analfabetos, pero también hubo hombres como él dotados de inteligencia y perseverancia que se esforzaron, hombres trabajadores que a lo único que aspiraban era a darles alimento a sus hijos y no sólo pan. En eso los que ahora también somos padres no hemos cambiado.

Mi abuelo paterno, Hilario, no sólo pudo estudiar Magisterio, sino que además se involucró en aquellas escuelas en dónde trabajaba, participando activamente y durante los años ´30 en las llamadas Misiones Pedagógicas que recorrían los pueblos castellanos para alimentar espíritus ansiosos de conocimiento. Mi abuelo paterno con su carné socialista y espíritu republicano aparece citado en la Fundación Pablo Iglesias. Mi abuelo paterno aparece allí por la forma cruel y violenta en la que le mataron la noche del 7 de agosto del 1936 en la irrumpieron en su casa, le sacaron y tras torturarle lo abandonaron y enterraron vivo en una cuneta.

Mi abuelo murió, pero no su espíritu que permaneció en el alma de mi abuela Rosa hasta que ella falleciera en 2004. Ella hija de campesinos pudo estudiar gracias a que una tía le pagara los estudios en Salamanca. Una mujer decidida que siempre encontró el apoyo en sus padres. Sí, incluso en aquella época había mujeres libres de pensamiento y obra. Mi querida abuela Rosa… Mis abuelos eran jóvenes, se querían y estaban llenos de vida. La vida ya les había separado antes de la guerra y mi padre con cuatro años jamás llegó a conocer a su padre. Con quince años le pregunté a mi abuela que cómo se divertía ella a mi edad y me dijo: “Yo estaba siempre bailando con Hilario, tu abuelo”. Recuerdo a una de mis tías decirme: “Tu abuela Rosa llamaba la atención en las fiestas del pueblo, tan guapa, siempre agarrada del brazo de tu abuelo bailando en las noches de agosto con su maravilloso vestido azul”. Hasta que al estallar la Guerra Civil mataron a su amor y a los 23 años colgó para siempre el baile y la alegría.

A los abuelos los llevamos no sólo en la sangre, sino en el alma. Hay algo de ellos que permanece y pasa de generación en generación. Yo tuve la suerte de convivir con ella muchos años y tenerla cerca hasta que con 91 años falleciera. Irónica, inteligente y bailarina. Ella me enseñó a bailar la jota castellana y algún pasodoble y me enseñó también que el amor verdadero existe. Ese del que no es necesario hablar y que vive sólo en tu corazón. Será que el amor por la música y el baile de mi abuela Rosa han seguido toda mi vida corriendo por mis venas que ya desde bien pequeña me encantaba no solo bailar, sino ver a las parejas de enamorados bailando juntos y siempre he pensado que esas que encajan en unos pasos de baile, encajan en la vida, en sus vidas llenas de momentos cotidianos, con sus alegrías y dificultades. Esas que de seguro solucionan no ya entre las sábanas sus problemas, sino bajo el acorde de una melodía envolvente; esa complicidad tras el movimiento de caderas y miradas, tienen mucho de verdad y mucho de intensidad.

Siempre que pienso en el significado de felicidad, amor y libertad me viene a la cabeza mi abuela Rosa girando de la mano de su amor, mi abuelo Hilario, al compás de un pasodoble en una plaza de un perdido pueblo castellano con unas pequeñas bombillas colgadas en el aire que temerosas iluminaban sonrisa y amor. Sus zapatos empolvados por la tierra del suelo que al bailar les dotaba de magia. Las sonrisas cómplices y miradas intensas que se proferían mientras los músicos con sus melodías llenaban de vida a esa plaza y a esos veranos de fiestas. Las risas y el saberse inmortales agarrados a cintura y piel. El aquí, el ahora y el para siempre.

Pero la Guerra Civil rompió vidas, ilusiones y esperanzas. Mi abuelo materno, Andrés, que era secretario de un pueblecito, también estuvo a punto de morir sin ir al frente, pero se salvó de milagro. Él junto con mi equilibrada y fuerte abuela Esmeralda criaron a ocho hijos con dignidad y valentía. Fue una guerra entre hermanos, padres, hijos, vecinos, amigos… Después vino el hambre, el dolor, el silencio, el miedo y el querer no recordar, el pasar página, el esforzarse, el luchar, trabajar y volver a renacer. Mi madre pudo estudiar también Magisterio y me cuenta cómo iba en burro a una de las escuelas a finales de los años 50. Hace unas semanas, me acordé de una fotografía maravillosa en donde todos mis hermanos posábamos pegados al Mini de mi madre en una perfecta fila escalonada, excepto el pequeño que no había nacido. Me acordé y lancé un tuit en Twitter: “Con Franco mi madre pudo estudiar, trabajar, tener siete hijos y conducir un Mini. Qué cosas.”

Durante varios días, no dejé de sufrir insultos, descalificaciones y ataques. Siento una inmensa pena por saber que todas esas palabras salieron de boca de personas que escondidas tras un avatar se dedicaron a lanzar su resentimiento por una historia que me pertenece a mí, por un pasado que no se puede cambiar, aunque quieran. Siento inmensa tristeza no ya por el odio que leí dirigido no sólo a mí, sino y aquí lo más doloroso, a mi madre, y de ahí este breve artículo para callar las bocas de quienes me tacharon de venir de familia de ricos. Ricos sí, pero de corazón, pues jamás salió de la boca de mi padre, ni de la de mi madre, ni un gesto de odio hacia la época que les tocó vivir y no creo que fuera por cobardía fue por amor a sus hijos por darles futuro, respeto y tolerancia. ¿Fue mi madre una privilegiada? ¿Por vivir en la época de Franco? ¿Por esforzarse? ¿Por estudiar? ¿Por trabajar? ¿Por criar y darnos amor a siete hijos? ¿Por comprarse un Mini a mediados de los años ´70?

Mi tuit lanzado, mi recuerdo era mi vida, mi experiencia, mi vivencia personal y era sobre todo lanzarle un guiño de agradecimiento a mi madre que con 88 años habiendo dejado atrás belleza, movimiento y recuerdos pues padece párkinson, hay una cosa que jamás ha perdido y es la bondad de corazón por habernos educado en el respeto, por jamás habernos inculcado odio por una Guerra y posterior dictadura de la que ellos no fueron los culpables. Y tras estas breves palabras y como sigo sin pertenecer a ninguna élite y mi pobre diésel tiene ya 15 años, he decidido que el próximo coche que me voy a comprar va a ser un Mini azul con el techo blanco. Un Mini como el de mi madre.

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