Un país en combustión

Bien saben los bomberos que cuando se produce un incendio, para apagarlo, es necesario hacerlo sobre la base de las llamas para que estas desaparezcan ya que, de hacerlo sobre la parte de arriba de las mismas no sólo no se apagará ese fuego sino que tendría todas las posibilidades de seguir extendiéndose. Pues eso es lo que no deja de ocurrir en la política de este país. A lo que siempre he llamado poner parches a los problemas sin solucionarlos se ha convertido en una sucesión de conatos de incendio que, de no ser tratados en su foco, podría terminar por incendiar el país, a nuestra economía, a nuestro nivel de vida y a nuestro bienestar social.

No se trata de otra cosa que de dejar de insistir en poner el foco en las consecuencias y sí en las causas. Y es que ahí está parte del problema del éxito de los extremismos en el conjunto de los países europeos y de forma muy especial en España. Muchos se preguntan por qué hay personas que terminan apoyando a partidos como VOX o PODEMOS. La explicación es muy simple, porque dan soluciones inmediatas a problemas que la sociedad percibe como riesgos y lo hacen de forma inmediata y tajante. Los primeros centran sus políticas en la economía y el espíritu y valores nacionales y el segundo en el republicanismo combatiente y en políticas sociales.

Y es posible que la mayoría, entre los que me incluyo, no sólo no estemos de acuerdo en las formas y a veces ni en el fondo, y ni siquiera compartamos gran parte del ideario o espíritu de estas formaciones, pero es innegable que dan respuestas contundentes y gran parte de la sociedad está harta, cansada y ahíta de tener que soportar los mismos males que, lejos de solucionarse, se enquistan o perpetúan poniendo en ocasiones en riesgo nuestro presente y nuestro futuro como sociedad.

No es nada nuevo, es algo que ya ocurrió con los extremismos en el siglo pasado en algunos países de Europa y todos sabemos las consecuencias. Ojo, que no quiero comparar a esos partidos o esas ideologías con la de VOX, pero es innegable la comparación de la respuesta política en su forma tajante con la que presentaban estas formaciones en los inicios de su andadura, algo que a muchos asusta y debemos entender que no es para menos. Algunos podrían hablar de que esta formación pretendiera acabar con mosquitos a cañonazos y, aunque es algo excesivamente exagerado, no podemos obviar que decisiones políticas como las planteadas por los de Abascal sí tendrían efectos negativos en la aplicación de derechos fundamentales y en la defensa de realidades que se pudieran haber desdibujado por la mala praxis de las administraciones, de los propios gobiernos y de algunas personas o grupos de personas de la sociedad civil que hicieron un uso fraudulento de las leyes y las normas que se aprobaron con la falta de una verdadera fiscalización del dinero público.

Continuas son, por ejemplo, las declaraciones contrarias a sindicatos que, si entendemos que ha habido en algún momento casos de corrupción en ellos, también deberíamos entender que son personas concretas las que pudieron tener en sus manos la responsabilidad de acometer esos delitos. Los sindicatos no sólo son unas instituciones con una función pública innegable, sino que forman parte de los agentes sociales imprescindibles en una negociación laboral en nuestro país. Y hay que reconocerles, a pesar de esas lagunas en las que es necesario hacer pagar al que cometió las irregularidades, que a ellos les debe la clase trabajadora muchos de los beneficios con los que hoy cuentan a través de los numerosos convenios de trabajo y a la continua labor de fiscalización del cumplimiento de esas normas en las empresas. Tan legítimos como los inspectores de Trabajo que lo hacen a cuentas de los intereses del Estado y del cumplimiento de sus normas.

Los conocidos como «chiringuitos» (término, por cierto, que ya usó UPyD y no es invención de la formación verde), sobre los que no dejan de acusar al propio Abascal de formar parte de uno en Madrid gracias al enchufe de la ex Presidenta Esperanza Aguirre, cuando no tienen un sentido real y cuando los principios que los rigen desbordan la inversión sobre unos resultados inexistentes o desconcertantes, cuando estos “chiringuitos” pertenecen a las distintas administraciones, es evidente que deben suponer un fraude y ser perseguidos y evitar su surgimiento. Aún estoy esperando una Ley a nivel estatal que condicione su creación y que exija el cumplimiento de unos requisitos evaluables para su creación y continuidad. En este aspecto, en Andalucía, se han dado enormes pasos en la eliminación de estos organismos que muchos acusaban como instrumentos de colocación en las manos del partido o partidos que ostentaran el poder en la Comunidad andaluza.

Otros “chiringuitos” de los que habla VOX son parte del tejido asociativo. En este aspecto, volvemos a lo que indicamos en un principio, o son instrumentos que trabajan con el fin de erradicar un incendio declarado y justificado o de nada o poco van a servir si se constituyen y trabajan como artefactos para enseñarle al fuego que no les tienen miedo sin ser capaces de apagarlo apuntando a la raíz del problema. Y en este aspecto hay que hablar de las asociaciones LGTBI y de las asociaciones feministas. No podemos poner en duda que ambas no sólo son necesarias sino que forman parte de ese cambio importante que en algunos aspectos se ha dado en la defensa y preserva de derechos fundamentales y recogidos en nuestra Constitución. Basta ya de que hable de lobby gay un partido que tiene todos los visos de convertirse, si no lo es ya hoy, en un lobby político de intereses económicos bien dirigidos. Y no lo digo por perseguirlo en este sentido, sino por reflejar un poco la dignidad de aquellos que en plena defensa de sus derechos fundamentales experimentan este tipo de ataques.

Sin el trabajo de esas asociaciones LGTBI las personas que forman parte de ese colectivo difícilmente habrían alcanzado el nivel de derechos que hoy reconocemos. Y sin las asociaciones feministas es difícil pensar en un progreso social y en la denuncia de una violencia física y estructural que ha estado amenazando a las mujeres durante siglos y siglos. No hablamos de tonterías o derechos baladíes. Hablamos de personas que en primer lugar no tenían derecho a un desarrollo personal y emocional digno y justo con su condición sexual en igualdad, lo que provocaba una violencia también física y estructural sobre ellos que, en ocasiones, y por desgracia aún ocurre, podía conducirles hasta el suicidio por el rechazo que experimentaban. Otra cosa bien distinta es el experimento sin gaseosa que desde el Ministerio de Igualdad se está haciendo, sin intención de apagar ningún fuego y, posiblemente, incendiando unos cuantos, algunos entre las propias víctimas, con la instrumentalización de este movimiento social y la creación de un conjunto de etiquetas para marcar y conducir las conductas, algo que considero deleznable y que va contra el propio espíritu histórico de las personas LGTBI, el ser alguien más en la sociedad sin la necesidad, precisamente, de cargar con esa etiqueta.

En el caso de las mujeres es innegable lo sucedido en siglos pretéritos. Es innegable que hasta hace menos de un siglo se les negaba hasta el voto. Es innegable que hasta hace décadas se las sometía al yugo conyugal y que hasta tenían que abandonar su trabajo en el momento en el que se casaran porque era el marido el responsable de llevar el dinero a casa y la función de ella era el cuidado de la casa y de los vástagos, sin poder de decisión y sí obligación de sumisión. Hasta hace pocos años yo he conocido a mujeres casadas que eran conscientes, conocedoras de que sus maridos iban con prostitutas, y lo veían tan normal y lógico por su condición de hombres como si un día se les escapaba un guantazo. Esto, amigos lectores, no es ficción, forma parte de una realidad que se quiso esconder o disimular tras las puertas de las casas, y es y forma parte del carácter que arrastran muchas feministas. Sin el esfuerzo y el tesón de estos grupos poco o nada se habría avanzado en estos derechos en los años que llevamos de democracia en España.

Por lo tanto, entendamos que, una vez más, deberíamos volver a lo de una norma o Ley que justifique, de nuevo, la finalidad de las subvenciones concedidas y respetemos, aunque no compartamos, el derecho a defenderse de aquellos que sí lo sufren. Por supuesto, también en este ámbito encontramos salidas de tono, acusaciones excesivas a la generalidad de los hombres y conductas poco propias de una ministra y de un Gobierno. La ministra que, presuntamente, habría usado a periodistas de su gabinete para realizar trabajos de cuidado de sus hijos. Por cierto, la profesión de niñera siempre fue una de las más clasistas. Y bueno, una vez más, con el trabajo hecho desde este Ministerio, nos encontramos con que los problemas no se solucionan sino que se eternizan, con lo que siempre encuentran este problema como instrumento útil para seguir reivindicando lo que no solucionan, enquistan y hasta provocan mayores rechazos y más incomprensión al verdadero problema y foco de estas reivindicaciones históricas.

Muestro aquí, por lo tanto, mi más rotundo rechazo a las formas y soluciones que predican desde VOX respecto a unos colectivos sobre los que no presentan ningún tipo de respeto. Ese no es el camino político que quiero para mi país. Pero tampoco lo es el de una inmigración no regulada con políticas que, hasta el momento, no han puesto el foco en evitar que se produzcan sino en utilizar a las víctimas como instrumento para politizar y excusar acciones que no deben producirse de esta manera. La solución no es la acogida con privilegios sino la cooperación internacional y una salida digna a la situación tanto para las personas inmigrantes como para los ciudadanos.

Pero también muestro mi rechazo a la instrumentalización que han hecho otros partidos, especialmente PODEMOS, de estos movimientos sociales para apropiarse con su espíritu y sus reivindicaciones con su voto. Y es que tan inútil fue el intento que, finalmente, a base de querer excederse en la respuesta han llevado al nivel de verdad y de Ley con argumentos que, finalmente, contraponen los discursos de unos y de otros y aumentando la insatisfacción de casi todos con normas como la Ley Trans o algunos discursos feministas que algunas asociaciones y feministas históricas han tomado como un insulto a la condición de mujer o a la propia historia de la lucha reivindicativa de las mismas.

Y así podemos ver las lagunas en uno y otro lado de la política actual y sus efectos. El problema no es ya que haya personas que no quieran que ocupen sus viviendas, vacías o no, el problema es que hay enormes dificultades para el acceso a una vivienda y el Gobierno no ha dedicado el suficiente esfuerzo a la construcción de viviendas de protección social. Porque es el Gobierno el que debe garantizar ese derecho constitucional y no los propietarios de viviendas que las han adquirido como parte de sus bienes, derecho también constitucional. Hacer políticas que eviten los desahucios de viviendas ocupadas no es la solución sino que agrava el incendio.

El problema no es que no tengamos suficiente capacidad aún de generar electricidad con fórmulas de respeto al Medio Ambiente, según algunos. El problema está en que, antes de que hayamos podido construir esas alternativas estamos cerrando centrales nucleares que necesitamos tanto para nuestro consumo como para un mayor control del precio. El problema es tan absurdo como que cuando necesitamos esa electricidad que no creamos la compramos a países como Francia que basan su generación de electricidad en centrales nucleares y que, lejos de cerrarlas, se plantea construir nuevas, entre otras cosas, para satisfacer las necesidades de España. ¿Se puede ser más absurdo?

El problema no es sólo la estabilidad del empleo, el problema es que las empresas tengan las garantías de viabilidad necesarias y los recursos y capacidad de salida de sus productos y servicios al mercado como para que puedan garantizar ese empleo estable y puedan crear nuevo. Por eso, entre otras cosas, es tan importante que bajen los impuestos. En una sociedad de mercado hay algo fundamental que lo sustenta, que el dinero circule y no esté en poder del Estado. Y si no, podríamos analizar el funcionamiento de las empresas estatales e incluso podríamos comparar el funcionamiento de las que fueron del Estado y ahora son empresa privada. Algo no va bien en la gestión de lo público y, si no, que se lo digan a Correos.

El problema no es ya el precio de los carburantes, sino que más del 50 por ciento de lo que pagamos son impuestos y que cuanto más se eleve su precio mayor ingresará el Estado a nuestra costa a pesar del gran impacto que esto tiene sobre los precios y la consecuente elevación de la inflación. Reducir circunstancialmente el precio de los carburantes 20 céntimos, de nuevo, es atacar al fuego por su parte superior y no atajar un problema que todos sabemos se va a volver crónico ante la deriva de los acontecimientos en la guerra en Ucrania y ante la más que previsible, a medio plazo, falta de recursos porque estos son limitados y muchos sabemos que sólo darán para, como mucho, la producción de unas décadas. Y no se olviden de esto… detrás de muchas de las cosas que están ocurriendo y que van a acontecer va a estar la falta de suministros y el fin de una etapa energética. No sólo nos dirigimos hacia una época de cambios en los medios de producción de electricidad sino también en la de producción energética y en sistemas de producción de la misma, con las consiguientes consecuencias en la economía mundial y que afectarán de forma mucho más pronunciada a los países productores de petróleo. Es decir, hay que prepararse que vienen curvas.

El problema no es que haya nacionalismos, los hay en todo el mundo, especialmente en Europa. El problema es cuándo se da valor a interlocutores en la escena política, que tienen o manchadas sus manos con la sangre de otros ciudadanos o han infringido la Ley y puesto en entredicho la integridad del Estado. El problema es que un Gobierno dependa políticamente de estos personajes y que el propio Gobierno acoja en su seno a un partido político que auspicia este tipo de comportamientos y los justifica. El problema es que hay personas que han cometido delitos contra todos los españoles y contra el propio Estado y que el Gobierno los haya indultado aún después de haber aseverado que persistirán en sus intenciones de romper al país. El problema es que haya territorios que utilicen las competencias contra el Estado mediante el adoctrinamiento y saltarse las normas mientras el Gobierno mira para otro lado. El problema no es tener los menores problemas con los que los causan, sino que los que los causan no deben hacerlo si con ello infringen las leyes.

En definitiva, estamos en unos momentos de nuestra civilización en la que es preciso que los partidos políticos, de una vez por todas, afronten con unidad los problemas que hay que resolver y se olviden de mirarse el ombligo o buscar únicamente las buenas apariencias que les den los votos que los perpetúen en el Estado mientras este se hunde por inacción o por dibujar un mundo de colores dónde todo parece estupendo hasta que los edificios que lo forman empiezan a hundirse porque se han pintado muy bonitas y de colores las casas pero se olvidó de reforzar sus cimientos mientras que se permitía a los violentos, a los constructores de un discurso separatista, de enfrentamiento y dañino contra el Estado, devorar como termitas las estructuras que conforman nuestro Estado de Derecho. Y es que, por ahora, a una mayoría social el árbol les impide ver el bosque, y el bosque ya está en llamas mientras que los responsables juegan a soplar para animarlo y los irresponsables echan abono sobre las llamas en vez de apagarlas.

Y en esto se juegan el PP, Ciudadanos, y hasta el PSOE, su continuidad en la vida política. O Feijó se pone las pilas o los buenos datos de su incorporación como líder de la oposición no le va a llevar muy lejos con una actitud conformista. Y a Ciudadanos, si quiere salvar la ropa, o deja el discurso complaciente y vuelve a enfrentarse al sistema como lo hizo en sus inicios o sus días estarán contados, pese a tener en su ADN la respuesta y las soluciones a la mayoría de los problemas planteados. Y si no, que se lo digan a Andalucía, o a Madrid antes de que la jugada de Egea y el desaparecido Ábalos, a través de Murcia, le hicieran desaparecer de la Comunidad con todas las consecuencias posteriores. Para que luego digan que Ayuso no le hizo ningún favor a Casado cuando tuvo ocasión. Comparen el Madrid de entonces con el de ahora y ya tendrán la respuesta.

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