El recuerdo inútil

Hay una cosa, sobre todas las demás, que diferencia al hombre de cualquier otro animal: la capacidad para transmitir ingentes cantidades de conocimiento y experiencia de una generación a otra. Sin duda, esto tiene enormes ventajas para el desarrollo del conocimiento científico y, sin embargo, no presenta la misma cara cuando se trata de experiencias vitales o culturales.

Por mucho que un padre, una madre, un hermano mayor o un buen amigo intenten evitar que su hijo, hermano pequeño o amigo sufra los sinsabores o nefastas consecuencias de algunos actos ya vividos, en casi ninguna ocasión lo conseguirá. Ni el ingenuo más aplicado interiorizará el dolor sentido por el otro, la desesperanza que nubla el entendimiento o la enseñanza que le permitiría sortear una situación parecida con más fortuna. Podrá parecer que el consejo veterano es útil pero no, el inexperto no aprenderá más que con los golpes propios. En cuestión de relaciones personales el aprendizaje del hombre no se distingue mucho del de los demás animales.

Algo parecido sucede con las relaciones culturales, las que entabla el individuo con la sociedad a la que pertenece. Es fácil que aquél recoja el acervo y la tradición de ésta, pero es mucho más difícil, casi imposible, que la sociedad transmita al individuo su experiencia vital, no sólo sus atávicas costumbres. Y si las experiencias vitales se transmiten mal entre individuos o entre el individuo y la sociedad peor es la comunicación intergeneracional en una misma sociedad.

En realidad, ninguna generación ha sido capaz de transmitir a la siguiente el conocimiento necesario para avanzar sin cometer errores parecidos y sin sufrir las mismas consecuencias. Es más, a veces lo que se ha pretendido es modificar a conveniencia hechos y causas de forma que lo inteligible de una situación pretérita para quien no estuvo involucrado en ella fuese una caricatura o falsificación de lo realmente acaecido. Bien sabemos los españoles cómo sucede esto.

Las experiencias de la Guerra Civil, de la transición y del terrorismo de ETA no son lo mismo para las generaciones que las vivieron que para las siguientes. Sin los sentimientos primitivos afectados, el terror, el hambre, la desesperación, la alienación vividos quedan para quien los sienten directa o indirectamente, pero no forman la experiencia vital de los que vienen detrás.

La Historia, el recuerdo de los hechos, de sus causas y de sus consecuencias emerge como conocimiento científico, pero no transmite nada más. El recuerdo, así formalizado, no sirve para transmitir lo importante, lo vital. Ni nos ha servido a los españoles ni al resto de los pueblos. Si hubiera servido para otra cosa, la Historia de Ucrania y su relación con Rusia habría podido prevenir la guerra, el recuerdo podría haber sido útil. Pero no, una vez más, la Historia, el recuerdo, ha resultado inútil.

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