Los andaluces ya estamos, a poco menos de un mes de la celebración de las elecciones autonómicas, inmersos en una campaña fratricida. Y digo fratricida porque cada vez más se observan los bloques a uno u otro lado y cómo se desatan las luchas entre los del mismo signo por llevarse a su propio caldero las legumbres de los votos, aquellas con los que los partidos políticos suelen cocinar el guiso del que van a estar viviendo durante cuatro años. Un guiso en este caso, con tanta sustancia, como se dice por aquí, que todos piensan en, con ello, alimentar y calentar el horno de las generales.
En estos momentos en los que, más que nunca, cuenta el aparentar por encima del ser observamos lo mejor y lo peor de los partidos. Vemos cómo los de Moreno Bonilla, crecidos en el vendido como éxito propio de una legislatura poco convencional, se lanzan a decir poco pero enseñar mucho y, sobre todo, adjudicarse todo lo bueno, aunque una enorme parte de lo bueno que vendan no haya sido de su gestión, sino de la de su socio de Gobierno, Ciudadanos. Un Ciudadanos que apenas despierta del eterno sueño de la legislatura con la casi totalidad de su programa, en las áreas que han tenido asignadas, cumplido y con la sensación entre los ciudadanos de no saber que han sido ellos los que lo lograron y de no valorar en su justa medida los esfuerzos y, sobre todo, la capacidad de control de lo público, esa sensación de experimentar un Gobierno en el que los andaluces tenían sobradamente claro que no iba a haber corrupción.
Y en esto los de Marín pusieron tal empeño que consiguieron aprobar leyes para aumentar las garantías de buen gobierno, garantizando la fiscalización de lo público y, a la vez, la integridad de aquellos que hicieran bien en denunciarlo. Pero es Bonilla y el PP, y lo digo en este orden porque los populares prefieren enseñar el careto del Presidente andaluz de su partido que las propias siglas, que digo yo que por algo será, los que se atribuyen éxitos como el turismo dependiente de la consejería del propio Marín, o éxitos en ayudas a la dependencia y múltiples temas sociales que no fueron sino competencias de su consejera Rocío Ruíz. Como también lo fueron y lo son el éxito de las políticas de autónomos, que han conseguido un récord de afiliación, así como la integración de los jóvenes en la carrera al autoempleo, con una cifra que se acerca a los 30.000 nuevos afiliados menores de 30 años.
O la eliminación del impuesto de sucesiones, otro logro de Ciudadanos que también se adjudica Bonilla, pero que salió del programa electoral de los de Arrimadas y de una de las consejerías de esta formación en el Gobierno de la Junta. Podemos decir que los resultados de esta legislatura han dependido en mucho de las políticas de Ciudadanos, a pesar de que el PP parezca haber usado a su socio de Gobierno para limpiarse las manchas de su reciente pasado y luego tirado a la basura como quién usa un pañuelo para limpiarse y se atribuye, de forma natural, esa pulcritud no demostrada anteriormente.
Sí es cierto que Ciudadanos no se ha sabido vender o no ha sabido transmitir estos logros como propios, pero eso debería hacernos reflexionar como sociedad sobre hasta qué punto estuvieron centrados en la ejecución de sus políticas y en su servicio a la sociedad como para no ver necesario, absolutamente necesario, el acto, a cada momento, de ponerse públicamente la medalla de lo correctamente hecho, del servicio político y público llevado a cabo desde la honradez de una gestión ajustada a su programa y a sus objetivos, en su mayoría conseguidos.
Hablar de esta legislatura, por lo tanto, es hablar de una legislatura en la que, sin el papel de Ciudadanos en el Gobierno, nada hubiese sido como ha resultado ser. Sería y hubiese sido bien distinto, seguro. Y prueba de ello es la necesidad que tiene el Partido Popular de vender los logros de Juan Marín como si fuesen propios, al no tener suficientes en sus competencias o al ser estos de la suficiente envergadura como para ser dignos del cartel de presentación en un informe de buena gestión. Los andaluces deberíamos examinar a quiénes nos han representado y dar la nota justa y correcta en las urnas. Y, sin duda, en ello la formación naranja debería sacar mejores resultados que los obtenidos en las últimas elecciones.
Por otro lado, tenemos a una izquierda, cada vez más dividida y enfrentada en la pasión por un querer hacer y demostrar tener iniciativas que llegan a poner de protagonistas a las mujeres no por sus enormes e igualitarias capacidades y derechos, sino por condiciones biológicas que las diferencian de los hombres. Sinceramente creo que tanto se está estrujando el trapo que, al final, va a terminar seco y destrozado, irreconocible. Y hasta ahí puedo leer. Pero quiénes terminan por pagar el pato serán esas mujeres y colectivos como el LGTBI con el apoyo a formaciones como VOX, incapaz de entender la necesidad de llevar a cabo políticas que acaben con las desigualdades porque no aceptan, ni siquiera de entrada, que las haya. Me pregunto de qué planeta vendrán, pero seguramente de uno en el que los hombres blancos heterosexuales y las mujeres de buena posición sin problemas económicos y reconocidos por su apellido o el de sus maridos sean los únicos seres humanos dignos de imponer su visión del mundo, un planeta en el que existirían como los dioses de la mitología griega, capaces de hacer y deshacer sin el más mínimo de compasión por su superioridad genética y su gracia divina concebida en el seno de sus cuentas bancarias.
¿Y saben qué? Yo, que ya tengo mis años, y los escucho hablar, no me recuerdan sino a aquellos del PP de hace 30 ó 40 años. Son los mismos del PP de hace varias décadas, exactamente el mismo discurso. Un partido que surgió por aquellos de los de la gaviota que añoraban otros tiempos en los que el estatus social era la carta de presentación de aquellos que se creían podían actuar como los dioses griegos mencionados, y siempre mirando por encima del hombro. O igual, es posible, que sea lo que se encuentre aún en las raíces de un PP que se ha tenido que adaptar a la fuerza a los tiempos, a Europa, a los ciudadanos, pero que de puertas para adentro sigue sintiendo la misma tendenciosidad.
Pero cuidado, que estas formas de la derecha tradicional española, principal obstáculo para recibir el voto de muchos españoles, también la he visto yo en la izquierda, y en la izquierda andaluza aferrada al poder de San Telmo durante esas mismas décadas, y en los ayuntamientos de muchos pueblos, en los que aquellos que aún no dejan de criticar el caciquismo en tiempos de Franco ejercían como tales con un poder que hacía temblar a aquellos que necesitaran alguna firma o aprobación por parte del Gobierno municipal.
Y también lo estamos viendo, cada día más, en una izquierda radical que comenzó vendiendo una libertad que está terminando por ser una cárcel de lo correcto, de lo que podemos o no debemos decir, hacer, pensar… un control sobre nuestras vidas y sobre nuestros intereses sociales y económicos que está lapidando el bienestar social, que no deja de enfrentarnos y que está construyendo verdaderas tapias entre amigos y hermanos. Estos, que ya tienen experiencia en construir y mantener muros no se cansan de volver a intentarlo y de vender libertad y llamar libertad a lo que termina siendo una verdadera cárcel social. Porque estaremos de acuerdo en los límites de lo correcto y en la protección de los más débiles, pero hay límites y, entre ellos, el de la libertad de expresión.
Aún no ha comenzado la campaña andaluza y ya vemos cabezas pisadas, ya observamos a muchos trepas que si no consiguen lo que quieren intentan escalar pisando cabezas, en algunas ocasiones las de su propio partido, y ya podemos ser cómplices, desde nuestras posiciones de ciudadanos, de lo que ocurra en Andalucía a partir del 19 de junio.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
Vox es el único partido que se preocupa realmente ñor el pueblo. Lo demás es demagogia woke.
Interesante comentario lleno de debate, de explicaciones… pero los demagogos son los demás. Mira si se preocupa por el pueblo que entró en el Gobierno de Castilla y León con la condición de ostentar una vicepresidencia sin ninguna competencia por la que el señor de VOX cobra más de 100.000 euros al año. Claro que viniendo de un partido liderado por otro señor que va dando lecciones después de haber cobrado más de 80.000 euros al año por presidir un chiringuito cuyo único trabajo demostrable, por lo visto, fue un informe de pocas páginas resultante de un copia y pega qué podemos esperar. #hipocresía
Y supongo que vd. No es un blanco heterosexual…
Yo soy una persona que ni me etiqueto ni me gusta andar etiquetando a la gente como hacen, curiosamente, y con tanto interés en ello, tanto PODEMOS como VOX.