El cuento de la criada persa

Tal vez ustedes ya conozcan la serie de HBO «El cuento de la criada». Esta nos ofrece el relato una sociedad distópica post americana en la que las mujeres son esclavizadas y recluidas en el trabajo doméstico y en la fecundación forzada como si fueran gallinas ponedoras. Solo he catado dos temporadas, pero me pareció excelente en interpretación y dirección.

Más allá de la incuestionable calidad de esta serie, cabe preguntarse acerca de la necesidad moral de guionizar ese futuro ultramisógino de ciencia ficción, que algunas de mis amigas para mi estupor dan por seguro en occidente, mientras apenas se da cobertura cinematográfica a las niñas secuestradas por Boko Haram, o a las condiciones de vida de las muchachas en Yemen, verdaderas mártires en la causa de la mujer.

La realidad, con lastimera frecuencia, supera a la ficción. Aquí tienen un relato no ficticio y de plena actualidad: Allá en Irán, Mahsa Amini, de tan solo 22 años, ha sido detenida, torturada y asesinada por la llamada “policía de la moral no por no usar el hiyab, sino por hacerlo de forma incorrecta según los usos y costumbres chiíes. Hadis Nafaji, con tan solo 20 años, que se dio a conocer en las redes debido a un video recogiéndose el cabello en señal de protesta, ha sido acribillada a tiros por parte de la misma tropa de hijos de puta.

Las protestas en la nación de Darío ya convocan a millares de mujeres (y hombres) que se están jugando la vida y la libertad frente a estos hampones de la sharia. Según les escribo estas líneas, leo que al menos 76 personas han perdido ya la vida a manos de los sicarios de Ebrahim Raisi.

Entretanto, acá en occidente asistimos desde hace tiempo a la melopea dialéctica de las amazonas del relato feminoide. Así, se ha hecho pública otra sesuda reflexión de la ministra Montero, quien hace unos años apostaba por el uso del velo alegando que ello implicaría mayores dificultades para que los empresarios discriminaran por motivos de religión. Algo así decía. ¡Quien la entienda que la vote! Hace unas semanas, en uno de los simposios incluidos en “La campaña del hombre blandengue” de su ministerio, un simpático “agradaor” la presentaba como “Madre de derechos feministas de este país”, apenas días después de que se aprobara esa ley suya que rebaja las penas de cárcel para los violadores. A continuación, una de sus mayordomas, Ángela Rodriguez Pam, lanzaba un exhorto; ¡Los hombres tienen que dejar de violar a las mujeres!  Tomen ustedes nota, falo-portantes: Hay que violar menos.

No hará muchos meses, una señora denunciaba haber sido violada virtualmente en el metaverso de Facebook, jaleada por una multitud de usuarias que exigían depurar responsabilidades penales tras la sodomización de un avatar incorpóreo ¿Cómo se puede agredir sexualmente al personaje de un videojuego? (el chiste se cuenta solo).

Este mundo exige a voces más leonas y menos gallinas. Las feministas de palo medran en sus carreras en ministerios, canonjías, tabarras televisadas y TikTok, mientras las feministas de pro reciben balazos y somantas de hostias en la verdadera defensa de los derechos de la mujer.

Es bien conocida la proclama de Olympe de Gouges:Si la mujer tiene derecho a subir al cadalso, también debe tener el derecho de subir a la tribuna”. Ellas, las oprimidas, ya se han puesto en marcha allá en lo que fuera Persia plantando cara a un régimen barbárico que desde 1979 prohíbe la minifalda so pena de flagelación, mientras sus autopercibidas hermanas de infortunio en el hemisferio oeste indultan y beatifican a delincuentes, acuden a talleres para pintarse el pubis (y lo que no es el pubis), tipifican nuevos micromachismos y ensayan congas para el próximo 8m.

Estén nuestras plegarias con las mujeres, con todas, pero especialmente con aquellas que verdaderamente sufren en su propia piel los rigores del machismo a lo largo del orbe. Las que se ven mutiladas en su sexo, las que son lapidadas por ser acusadas de adúlteras, las que pasean con un burka como quién porta un féretro, las que están desprovistas de todo tipo de derechos y dignidad. La cofia de Elisabeth Moss en la serie de televisión es atrezzo, es prosa, es ficción. Llevarla descolocada le costó a Mahsa Amini la vida.

Un último apunte: Pablo Iglesias (Turrión, no Posse) ha decidido ahora en su nuevo y esponsorizado podcast afear las villanías del régimen de los Ayatolás. Lo ha hecho de aquella manera, ya saben. (Algo así como que malos los hay en todas partes). No olviden quién ponía la plata para emitir su Fort Apache. Lo hacía HispanTV, el emporio mediático de la República Islámica de Irán. Este pájaro cabalga contradicciones como un jinete de rodeo. No verán a su ex consorte tirándose los selfies en Teherán; Manhattan es más cuqui cuando finges capitanear una lucha que no es la tuya.   

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