
Que levante la mano quien no se sienta condicionado. No, todos a la vez no, porque seríamos incontables. Entonces, a sensu contrario, que lo haga quien no se sienta condicionado. ¡Ah, bueno! Ahora sí; uno, dos, tres, cuatr…, perdone usted, creí que había levantado la mano.
No lo tome a mal, no es que no tenga usted las ideas claras, ni que se haya dotado de la información precisa para elaborar un criterio propio. Es que, es David contra Goliat, siendo Goliat la presión manipuladora que desde todos los frentes nos llega a destajo y por tubería; mejor dicho, por digital. Yo me incluyo en esa muchedumbre condicionada de pensamiento limpio y sano al que, sin solución de defunción, me enfrento cada día, hora, minuto y hasta segundo.
¡Fuera, fuera de mí! Es lo que me digo cuando miro esa fanerógama pillada en el momento de abrir su corola y de mostrar sus pistilos. No me estropeéis este delicioso momento, porque sé que la abeja está esperando para libar su polen. Todo ello es el ciclo vital, es la ley de la existencia, es la condición que nos cuesta mostrar esa belleza tan efímera e intensa.
El que algo quiere, algo le cuesta. Este sabio refrán, que al igual que el resto, supone el análisis más íntimo y psicológico del vulgo, es el pastel de los condicionamientos más comunes. Cuando oigo en los medios de comunicación algo que me chirría; procuro aislarme para ver si soy capaz de elaborar una opinión personal, un razonamiento acorde con mi intelecto, desde mi atalaya madura por años y vivencias experimentadas.
Hay que ponerse siempre en los zapatos de los protagonistas; primero, por empatía y más tarde, darle paso a la simpatía o antipatía, según su caso. Por ejemplo, si voy al mercadillo semanal y veo a más extranjeros que autóctonos… es como si me hubiera trasladado a otro país; con dificultades de idiomas, con cultura diferente etc. Pues qué queréis que os diga, por empatía, sé que están aquí porque, en sus países, no se puede vivir con la misma libertad democrática
Hay que ponerse en los zapatos de los protagonistas, primero por empatía y más tarde darle paso a la simpatía o antipatía, según su caso. Por ejemplo, si voy al mercadillo semanal y veo a más extranjeros que autóctonos, es como si me hubiera trasladado a otro país, con dificultades de idiomas, con cultura diferente etc. Pues qué queréis que os diga, por empatía sé que están aquí porque en sus países no se puede vivir con la misma libertad democrática que nosotros.
A continuación, por simpatía a tanta prole como llevan al lado, pequeños que son tan adorables; pues yo siempre estaré al lado de eso. Está claro que estoy hablando del aspecto más humano que es lo que nos brota a todos. Ese pensamiento que nos lleva al sentimiento puro y sano. Pero luego me acuden de inmediato los condicionamientos que, sin duda, tienen que ver con la política migratoria.
Pues ¿acaso España no contribuye en gran medida con la Cooperación al Desarrollo? ¿Acaso no están las conversaciones de los mandatarios de los Estados para hacer una regulación que permita que, a pesar del acogimiento, sea en una medida que no nos haga sentir extranjeros en nuestra tierra, ni que no nos haga sentir la pérdida de nuestra propia identidad?
Los recursos están ahí. Los problemas que surgen todos los sabemos ya a estas alturas del siglo XXI; cuáles son, de dónde parten y, por ende, cómo se solucionan. No me corresponde a mí hacerlo. No tengo autoridad de ninguna clase más que la moral, que solo me dice que antes son las personas, que los migrantes sufren desarraigo al tener que abandonar sus raíces que nunca van a olvidar y a las que jamás renunciarán.
Esto es una llamada a los políticos, lo llevan en el sueldo. Organicen esto de una puñetera vez. Les pagamos para eso. Todas las personas son igual de dignas… para compasivos, nosotros. Ustedes a gobernar y no nos condicionen.

España no puede acoger al mundo. Lo que hay que hacer es ayudarles a seguir en su país