Uno de los equipos más importantes de Inglaterra, el Everton, está a punto de desaparecer. Las arcas del club están secas y, justo cuando estaban en negociaciones con el Grupo Friendkin para su venta, estas se rompieron, acercando cada vez más la posibilidad de bancarrota. Ni siquiera la venta de toda la plantilla de jugadores serviría para asumir todas las deudas. La venta de dos de sus pilares, como son Onana y Branthwaite, solo serviría para cumplir las reglas financieras de la Premier League y nada más.
Con este panorama, todo huele a que la vida extra que los londinenses esperaban para poder salvarse finalmente resultó ser una trampa que los condena a un panorama completamente destructivo. El club ya ha comenzado a buscar alternativas y ya hay dos posibles compradores: la primera opción es vender el club al Grupo Manoukian, que anteriormente realizó una oferta de 400 millones, cantidad que resulta insuficiente para pagar la deuda total del club.
La segunda opción es mucho más compleja y tiene como protagonista a John Textor, copropietario del Crystal Palace, otro equipo de la Premier League. Para hacer efectiva esta segunda opción, Textor debería vender sus acciones del Crystal Palace; de lo contrario, le sería imposible comprar el Everton.
Sinceramente, sería una pena que uno de los equipos históricos del Reino Unido acabara desapareciendo. Pero todo depende, tristemente, de los despachos; aquellos que están dejando al fútbol en un panorama en el que, si no eres capaz de sobrevivir, no ayudan, simplemente se dedican a tirar más de la soga en vez de colaborar.
En España ya hemos vivido situaciones similares, en las que equipos de fútbol han desaparecido o han estado al borde de la extinción, pero finalmente no lo hicieron. Cuando el deporte se convierte en un negocio lucrativo para muchos que solo entienden la ambición por el dinero, ocurren este tipo de cosas.
No obstante, espero que el Everton logre salvarse de la extinción, ya que, si se consumara, el fútbol británico perdería una de sus entidades más históricas. Si se deja morir el sentimiento futbolístico, al final se convertirán en desiertos sin balón todos aquellos que amamos el deporte rey. El fútbol no merece que se deje caer en los infiernos a equipos solo porque los que llevan traje y corbata no comprendan ni sientan los valores de este deporte.
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