
Un número, un símbolo y una letra. 11-S, 11-M, 7-O… Son muchas las fechas que, por un motivo u otro, adquieren su particular denominación de esta manera. Fechas que no se olvidan, en muchos casos porque, ojalá en su momento, hubiese habido un salto en el tiempo y cualquier fatalidad sobre lo ocurrido no dejara de ser un mal sueño. Pero ahí están, año tras año, recordando que las tragedias llegan cuando menos se lo espera, cuando alguien está tranquilamente en su casa o un grupo de jóvenes se encuentra celebrando una fiesta.
El 7 de octubre no se le va a olvidar a Israel. Ni a nadie que, en su sano juicio, viera aquellas imágenes de unos terroristas matando y secuestrando judíos como si de una película se tratara. El pueblo hebreo ni olvida ni, mucho menos, perdona. Desgraciadamente, se han acostumbrado a ese sentimiento y, para bien o para mal, quien se meta con ellos tampoco olvidará que hubo un día en el que hubiese sido mejor apuntar las armas hacia otro lado, porque, antes o después, irán a por ellos.
Esto no va de quiénes son los buenos o malos en esa región del mundo, tan lejos, pero a la vez tan cerca de España. Un lugar sobre el que se han escrito ríos y ríos de tinta defendiendo a unos u otros y la línea entre el bien y el mal no es la misma a la que estamos acostumbrados en Occidente. Una servidora no pretende meterse en geopolítica ni en cuestiones religiosas, más que filosóficas; para eso ya están los expertos o los que se creen serlo. Simplemente se trata de no dejar en el olvido que, un año después, en una interminable red de laberintos que transcurre bajo tierras bíblicas, aún quedan rehenes en manos de unos fundamentalistas musulmanes, cuyo único objetivo es acabar con el país que hace de primera línea de defensa contra ese integrismo que lo único que pretende es arrasarlos, primero a ellos y luego al resto de Europa.
Ese olvido se ha instalado en los medios de comunicación, al menos en España. Sí, hoy 7 de octubre, todos los medios de comunicación abrirán sus informativos hablando sobre lo que ocurrió aquel infame día, pero serán unos pocos segundos o unas pocas líneas. Lo que llenará portadas de periódicos o minutos de televisión serán los edificios destruidos por el incesante bombardeo de la aviación israelí sobre territorio libanés.
Netanyahu está en el punto de mira. Eso lo sabe él y lo sabe cualquiera que se interese un poco por el asunto. Fue a por Hamás, ahora a por Hizbulá, y ya se verá lo que ocurre con Irán, o mejor dicho, la República Islámica de Irán. Mientras las fichas se mueven en el tablero internacional, ojo, con unas elecciones estadounidenses a la vuelta de la esquina, es muy fácil sacar imágenes de niños entre los escombros de Beirut o, en su momento, de Gaza, y ponerse del lado antisionista.
Pero, ¿qué pasa con los otros? ¿Qué ocurre con los que siguen enterrados, literalmente en vida, cuyo día a día se limita a sobrevivir entre paredes y techos de un metro, sufriendo vaya usted a saber qué tipo de barbaridades? A ellos, gran parte de la prensa nacional e internacional les ha colocado en el lado de los malos, y eso, en una sociedad como la nuestra, la española, cada vez más incapaz de pensar por sí misma, es sinónimo de olvido. Un olvido que no queda tan lejos; no hace falta irse hasta Oriente a comprobarlo; está en nuestras fronteras, se ve y se aplica cada día por aquí cerca, pero de eso se hablará en otro momento.
Esto no ha acabado; de hecho, empezó siglos atrás. La única diferencia estriba en que hoy en día, en un mundo tan globalizado y conectado, cualquiera puede ver o saber, a golpe de clic, lo que ocurre en la otra parte del planeta y sacar sus propias conclusiones sin que nadie las imponga. Así que nadie se rasgue las vestiduras por lo que está haciendo Israel porque, al fin y al cabo, es lo que cualquier país haría: defender y proteger a los suyos. Bueno, no todos…

Israel ha provocado esta situación maltratando a los palestinos. Su objetivo es recuperar todos sus territorios históricos, incluido Siria y parte del Líbano. Lo llaman El evangelio