El abismo del placer

Lo prohibido atrae, de la misma manera que lo diferente logra captar la atención de los seres humanos. Todos, sin excepción, llevamos dentro de nosotros un componente morboso que, por miedo a ser etiquetados como ‘salidos’ o ‘degenerados’, entre otros calificativos, mantenemos oculto en un rincón de nuestra personalidad. El famoso qué dirán también influye en esta sociedad cargada de prejuicios y estereotipos, en la que, lamentablemente, la gente tiene la necesidad imperiosa de ser ejemplar en todo y para todo, con el fin de obtener la tan ansiada aprobación social.

Aquello que expongo en estas líneas puede resultar políticamente incorrecto, pero se trata de una realidad evidente que solo cuestionarán cuatro cínicos o personas de mentalidad retrógrada. Casados y solteros, hombres y mujeres, jóvenes y maduros, todos tenemos la posibilidad de comer la manzana prohibida: la de fantasear con unos y otros de diferentes maneras. Ya sea virtual o presencialmente, intercambiando fluidos con conocidos o personas de las que desconocemos su nombre y apellidos. Expresar de manera clara y concisa los deseos de tener algo con alguien no debería interpretarse como un acto de agresión o abuso, ya que la otra parte, salvo en casos de violación, cuenta con la libertad absoluta para aceptar o rechazar tal proposición.

Bajo mi punto de vista, resulta mucho más cuestionable manipular los sentimientos de alguien con tal de obtener ese mismo fin que ir de frente, siendo honesto con tus intenciones. ¿Cómo puede ser que exista gente que vea con mejores ojos la mentira edulcorada que la verdad lujuriosa? Desgraciadamente, la hay y mucha, más de lo que pensamos. El problema no radica en ser de izquierdas o de derechas; retrógradas los hay en ambos espectros, sino en la falta de tolerancia hacia quienes no actúan de igual modo que ellos. La cosificación existe en ambos sexos y se quedará por siempre en nuestra sociedad, aunque no queramos. No obstante, lo más degradante de todo es que, dependiendo de lo que te cuelgue entre las piernas, el rol que te van a asignar está predeterminado. Acabarás siendo asignado como el protagonista bueno o el antagonista malo de esta película llamada ‘Vida’. De esto poco o nada se habla, precisamente porque no interesa pensar que el “malo” no tiene sexo, masculino o femenino; del otro se puede hinchar hasta terminar enjuto de tanta práctica.

Queridos lectores, ¿cuántas veces se habla de que los hombres se aprovechan de sus cargos para llevarse a mujeres al huerto y, sin embargo, cuántas ocasiones se omite la existencia de mujeres que, aprovechándose de su atractivo físico, ascienden en sus respectivos trabajos? Pero claro, manifestar algo así, a ojos de la sociedad, logra convertirte en alguien machista, a pesar de que estos hechos resulten ser una verdad empírica. Claro que no todos los hombres ni todas las mujeres actúan de esa manera. Sin embargo, negar la existencia de esos perfiles convierte al individuo de turno en un negacionista de manual. Por cierto, ese término, aunque le haya cogido un poco de tirria desde 2020, me viene muy bien para utilizarlo en este artículo de opinión.

En definitiva, el morbo es el morbo, la palabra es la palabra, y la ejecución de lo que se quiere realizar es lo único que requiere el consentimiento de una segunda persona. El planteamiento en sí resulta ser algo individual, igual que las manualidades. Que una de las partes manifieste a la otra que desea ponerla mirando hacia Cuenca no debe ser, bajo ningún concepto, motivo de señalamiento. Al fin y al cabo, el sexo nos gusta a todos; unos lo practican con amor, otros sin amor… y habrá quienes sean partidarios de tríos de toda condición, del BDSM, e incluso parejas dispuestas a intercambiarse en locales de swinger, como si de cromos se tratara.

Si la ejecución de una acción cuenta con el “SÍ” de ambas partes, no hay nada que objetar, también en caso de que una de ellas no sea partidaria y la otra acate su decisión. De todas formas, recordad que todos, y cuando digo todos me refiero a todos, podemos caer en el abismo del placer -mismo nombre que casualmente tiene mi primera novela, la cual animo a que leáis-. Por ese motivo, que nadie escupa hacia el cielo lanzando proclamas moralistas, porque la vida es tan impredecible que aquello a lo que hoy decimos un “no” rotundo, mañana puede caernos encima a modo de “sí”. La hemeroteca cerebral, a la larga, es tan peligrosa como la de Internet. ¡Vivamos y dejemos vivir!

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