Un mes, prácticamente un mes, ha pasado de algo que no debería haber pasado. Y si debería haber pasado, no debería haber acabado como acabó. Relativamente, claro, porque las consecuencias de la DANA que asoló Valencia se van a dejar sentir durante mucho tiempo: las personales y las materiales.
Las zonas afectadas siguen de color marrón. Cada vez que el cielo se cubre de nubes, comienzan los temores y, con ello, el aluvión de avisos, mensajes, etc., como si con eso quien tiene y tuvo la responsabilidad se cubriera las espaldas ante una nueva desgracia. La ciudadanía no entiende de competencias, no se lee el BOE, el DOGV o cualquier otro documento público. No tienen por qué ser abogados o juristas. Ni tampoco arquitectos, ingenieros o meteorólogos. Son eso, ciudadanos de toda índole que esperan que esos a los que eligen cada cuatro años respondan cuando la cosa se pone fea.
Y en Valencia, la cosa se puso muy fea; tanto como doscientos veintidós muertos y miles y miles de damnificados. Y los que deberían haber dado el callo no lo dieron; por incompetencia, por prepotencia, por mil motivos… Pero son los de arriba, los que salen en la televisión y tienen cientos de “asesores” que no asesoran, los que tendrían que haber cogido la batuta y puesto orden en el verdadero caos que fue y sigue siendo gran parte de la provincia de Valencia…
A estos, a los de primera fila, a los que cobran sueldos impensables para el trabajador de a pie, se les debería caer la cara de vergüenza viendo cómo alcaldes y concejales de sus propios partidos, autoridades municipales que no dejan de ser vecinos de sus vecinos, bajaban literalmente al barro a mancharse y limpiar como uno más, sin distinción de colores. Algo que, lo de dejar a un lado la ideología, sus jefes no han sabido hacer y, ojalá, algún día, en alguna cena de partido, en algún mitin, les saquen los colores.
A pesar de que lo sufrido por una servidora no es nada comparado con aquellos que han perdido familiares, amigos, casas…, es complicado escribir sobre lo que ha ocurrido en Valencia, a cinco minutos de casa. Los sentimientos son muy contradictorios, y cuando una da un paso atrás y trata de salir del bosque con el fin de ver las cosas desde otra perspectiva, la única conclusión a la que se llega es que la desgracia, si no se pudo haber evitado, al menos se podría haber minimizado.
A partir de eso, que cada uno saque sus propias conclusiones. Por desgracia, las frases de “el pueblo salva al pueblo”, “Valencia se levantará” y tantas otras quedarán en aguas de borraja, como quedaron todas aquellas que se leían u oían en el COVID. ¿Acaso salió el pueblo más fuerte? La sociedad lo que necesita es un capitán al mando que, cuando llegue la tormenta, agarre fuerte el timón y lleve el barco a buen puerto. Desgraciadamente, al capitán ni se le ve ni se le espera, la nave hace aguas por todas partes y el puerto… A veces, una piensa que no hay puerto al que arribar.
En cualquier caso, el tiempo pondrá a cada uno en su sitio, pero mientras tanto, mientras caen las piezas del ajedrez una tras otra, que nadie olvide lo que ocurrió en tierras valencianas aquel fatídico 29 de octubre de 2024.
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