Escrúpulos Trump. WANTED

Hay algo peor que votar a un loco narcisista y psicópata como líder de la nación más influyente del mundo, no tener cura para esa locura, dejar que se crea el amo del mundo e ignorar que hay una gran parte de fracaso en su propia vida financiera. Donald Trump llevo en varias ocasiones a la quiebra a sus empresas y, lo curioso de esto es que consiguió salir de esa situación no gracias a estrategias económicas sino al marketing y a la televisión.

El pueblo americano es tan manejable como que un señor salga haciendo el payaso, mintiendo, dándose ínfulas de magnate y de representar al prototipo de triunfador del sueño americano, es capaz de conseguir públicamente que sus empresas remonten. O uno es muy listo o los demás son muy cortos. Y ojo, que esto sucedió en los 90, cuando no existían los grandes analistas de estudios de opinión con metadatos. Imagínense por qué ha conseguido, décadas después, levantar su imagen tantas veces perdidas por sus imputaciones, su desprecio al ganador de las elecciones que lo sacaron de la Casa Blanca, incluida su maniobra para que los suyos asaltaran el Capitolio, su exacerbado machismo o su pedantería, por no hablar de sus delirantes declaraciones, invenciones, acusaciones o insultos a todo aquél que se pusiera en su camino.

Y es que, con Donald Trump, el Viejo Oeste norteamericano representado en tantas míticas películas del género Western ha vuelto y se ha virilizado convirtiéndose en un relato global del mundo de hoy en día. De la conquista del Oeste de los migrantes ingleses Donald, no el pato, ha pasado a querer conquistar el mundo en forma de control absoluto de todo lo que se mueve. Y, para ello, cuenta con su historial de éxitos mediáticos, pero también con un gran equipo de asesores, entre ellos de los mejores analistas de metadatos que tiene los EEUU.

Su maniobra de aumentar los aranceles, tan criticado y tan evaluado, o devaluado, mejor dicho, forma parte de un golpe en la mesa de los que tanto le gusta dar. Sin embargo, su principal intención no está relacionada con ese control externo, sino con el propio control interno de sus mercados, de su ciudadanía, de su desarrollo industrial y, muy especialmente, de su imagen. La bravuconería internacional no tiene sino el efecto oasis de protección de unos intereses que ha puesto seriamente en peligro con esta decisión impositiva en el mundo.

Trump sabe que la inutilidad de un líder títere apenas puede disimularse, por lo que, a modo de los peores autoritarios de la historia, no hace sino buscar enemigos a los que responsabilizar de sus errores. Y, en este punto, el hilo perfecto de su discurso no puede ir dirigido sino al rival económico que más depende estratégicamente de su país, la Unión Europea, esa institución que, obsesivamente, sólo sueña con destruir para dividir los mercados y fortalecer su capacidad de negociación, así como sus intereses comerciales. Aunque, en definitiva, su presentación de la medida ante el mundo fue toda una declaración de guerra comercial a prácticamente todo el mundo, responsabilizando a todos de haber estado “robando” a EEUU; justificando su decisión en una especie de defensa de su madre patria. Curiosamente, a ese Reino Unido al que animó a separarse de la Unión Europea le aplica el mínimo de gravamen. Al fin y al cabo, son los padres de América del Norte. Curioso que el mercado menos afectado haya sido el de su amigo Putin… lo que hay que ver. Si Reagan levantara la cabeza…

Si hay algo que pudiera definir el conjunto de barbaridades que han rodeado a Trump desde que emergió de sus líos financieros es su falta de escrúpulos que, unida a su despotismo y superioridad basada en el poder económico lo convierten en un ser detestable que bien justifica los desaires que su propia mujer Melania le demuestra más a menudo de lo que él quisiera. Ver la cara de esta mujer en la mayoría de ocasiones debería plantearnos una verdadera definición del personaje.

Pero, eso sí, Trump no sería quién es si no tuviese a toda una legión que vive, come y reina en sus ámbitos gracias a su apoyo. Al presidente de los Estados Unidos le gustan los estómagos agradecidos y que le doren la píldora, al más perfecto etilo de dictadores de la talla de Hitler o Stalin, aunque también al de muchos líderes mundiales, alguno que otro más cerca que lejos. Por supuesto, nada más lejos de mi intención compararlo con esta reala histórica, pero su actitud, tal y como la plantea, tiene mucha relación con ese despotismo del poder no controlado desde una perspectiva de derechos ajenos como lo hicieron aquellos, saltando las enormes distancias.

A Trump, gran controlador de los tiempos y de las formas, hasta de las más histriónicas, posiblemente le da absolutamente igual el movimiento woke, si no fuese porque fue creado por su enemigo ideológico y, sobre todo, porque no le aporta ningún beneficio apoyarlo y sí reprobarlo. La filosofía más conservadora del sur de EEUU se ha visto renacer en su antaño odio a lo diferente, a las razas distintas o a la libertad ajena y apoyos financieros como el de Musk han sido posibles gracias a ese discurso radicalizado sobre la libertad de los demás a sentirse o mostrase como les dé la realísima gana. El negacionismo y encontrar en ese movimiento otro culpable de los males del país y de la pérdida de los valores tradicionales que tanto gustan.

Los mercados han empezado a reaccionar. Y esto tendrá consecuencia en los precios y en nuestros bolsillos, ya castigados por una inflación que parece que no se termina de reflejar en los datos oficiales para quiénes salimos a comprar al súper, y por el aumento de los impuestos. España ha asumido un nivel de gasto que no se puede permitir y, quizás, esta nueva presión pueda hacer llegar a saltar por los aires el buenismo de una población que no termina de mostrar con el nivel de enfado que merece la pérdida de poder adquisitivo.

Se avecinan tiempos de inestabilidad, de apretarse los cinturones y de replantearse, quizás, lo que nunca antes muchos se habían planteado. ¿Estamos preparados para dejar de depender de EEUU y de la Unión Europea? Porque, créanme, por mucho que les cuenten de que España tiene un importante peso en Europa, lo cierto es que nuestro país, a pesar de las enormes inversiones que desde el resto del continente han llegado, de las continuas ayudas, no ha sido capaz de utilizar estas oportunidades para crecer lo necesario como para abanderar ningún timón que no sea el liderazgo en paro juvenil, por ejemplo. Habrá que preguntar en República Dominicana y en otros países de Latinoamérica en qué hemos invertido o, mejor dicho, en qué han invertido y para quiénes.

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