Habuimus Papam Franciscum

Sin duda, estamos en un mundo tan globalizado que terroríficamente, se ha convertido en un hervidero de opiniones libres, algo que suele estar relacionado, en nuestra especie humana, con la conveniencia propia más que por términos de equidad o justicia, que en muchas ocasiones también. Hasta la muerte de un Papa se puede convertir en un motivo para que cualquiera en cualquier lugar del mundo ponga su grano de arena, o de cemento, para sepultar cualquier realidad incómoda con la que no estuviera de acuerdo en la misión apostólica del Santo Padre.

Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, fue un argentino que recorrió mucho mundo, conoció muchas culturas, estuvo cercano a los más pobres y necesitados y, no olvidemos, proviene de un país muchas veces sometido, cuando no a una dictadura evidente a otras menos evidentes, y cuando no metido en un corralito, siempre con demasiadas personas en serias dificultades. Bergoglio no vino de ningún país donde la opulencia sea el grado que compartir con los vecinos, sino en el que la pobreza o la necesidad, los sobresaltos financieros o incluso la corrupción política no dejaron, por décadas, de sacudir a sus ciudadanos. Y esto, en un país lleno de riquezas, es difícil de digerir para un siervo de Dios.

El Papa Francisco, además, fue jesuita, pero no uno cualquiera, llegó a ser el jefe de la congregación, el máximo responsable de un equipo de sacerdotes ligados a la fe y al compromiso con los pobres que lucha contra la opresión y contra las injusticias sociales. Estaba en su ADN. ¿A quién se le podría haber pasado por la cabeza que se iba a callar? ¿Quién podía considerar que este hombre iba a ser tan políticamente correcto que se centrara en una misión religiosa que obviara tantas injusticias, que no interviniera, como máxima autoridad de la Iglesia Católica, en la condena de todo aquello que pudiera considerarse que afecta a la dignidad humana?

Es más, estoy convencido que el Papa Francisco sufrió en vida más por aquello que se vio obligado a callar para mantener un mínimo de paz en el seno del Vaticano y entre la curia de Roma, que por lo que dijo. Hay muchos que lo tacharon y tachan de izquierdista… ¿Acaso no fue Jesucristo un hombre revolucionario de izquierdas? Claro que me refiero a la izquierda verdadera, no aquella impostada que cambia de opinión según sopla el viento o las cuentas bancarias de los propios, o dependiendo del beneficio para sí o los suyos pueda traer las decisiones que tome, obviando al conjunto y el bien común. O aquella que utiliza a los colectivos en sus discursos haciendo bandera de causas que no les corresponden, menos históricamente, pero que les viene bien para el frentismo y para sacar votos y perpetuarse el máximo tiempo posible en el poder. No, el Papa Francisco hablaba con el corazón y supo demostrar con todos los hechos que le permitió su posición.

Acostumbrados a los últimos papados, en los que el Papa se convertía más en una apuesta de marketing fallido, a tenor de que las iglesias han estado cada vez más vacías, Papas que no dejaban de apostar por impartir clases magistrales de lo que se debe o no hacer en lo moral mientras que callaban o intentaban disimular los errores de la Iglesia, bien por amor a ella o bien para evitar más sangramiento, Bergoglio rompió los esquemas al mostrar una humanidad no calculada, espontánea, como la de ese Jesús que no tuvo pelos en la lengua al apostar por la salvación de las prostitutas antes que la de los ricos, que lo tendrían más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja. EL Papa Francisco tuvo ese espíritu redentor, no huyó de los ricos, ni de los poderosos, pero sí los instó siempre a compadecerse y salvar vidas, a lograr un mejor reparto de la riqueza y a evitar la pobreza por encima de todo. ¿Es eso ser de izquierdas o seguidor de Cristo?

Jorge Bergoglio no debe mirarse ni analizarse desde un punto de vista político, él no lo era, su misión no era política, no era del César, sino de Dios. Conducir una Iglesia que por siglos ha construido una moral que rezuma hipocresía y ninguna modernidad con la visión de los tiempos actuales siendo un octogenario con una apertura de mente y de corazón como tuvo este hombre fue una tarea sumamente complicada, máxime teniendo al enemigo, el de la ortodoxia católica, conviviendo con él. De ahí que no pudiera tensar más el hilo, el que comenzó a tensar justo el día de su elección, saliendo al balcón de la Plaza de San Pedro con la menor austeridad que le podían permitir las normas ya hechas, descubierto de todo signo de grandeza, con la humildad de pedir que lo bendigan antes de ser bendecido.

Y es que la Iglesia hubiese necesitado de un imposible concilio para afrontar las reformas que él consideraba necesarias, muchas de las cuáles apenas se atrevió a insinuar. Otras veces se le llegó a notar hablar en nombre de la Iglesia pero no de sí mismo, convencido de que hay asuntos que habría que abordar pero para los que se presentaba la imposibilidad impuesta por la doctrina milenaria. ¿Haber convocado un concilio? A su edad y con sus dolencias, no tenía garantizado el verlo concluido ni con garantías ni siquiera de que muchos asuntos pudieran llegar ni a tratarse. Es más, si no llegara a concluirlo, la Iglesia podía haberse encontrado con un cónclave que eligiera a un Papa ultra conservador que no sólo echara por tierra sus esperanzas, sino que propiciara incluso un mayor retroceso en las normas y en los objetivos.

Y es que, el singular Jorge Bergoglio midió tanto en cada momento desde sus palabras hasta sus decisiones, que el aire no le bastó para seguir viviendo, se lo terminaron robando a base de críticas internas y externas de quiénes ven la Iglesia como una herramienta más de castigo sobre los fieles y sus vidas que de libertad y realización personal, de esperanza para los que más necesitados están y de humildad para demostrar a los que más quieren que él supo conformarse con mucho menos de lo que podía tener, renunciando a todo aquello que lo alejaba de la sencillez, a pesar de ser Papa y tener a disposición un palacio. Menuda lección más incómoda para muchos.

Me vienen al recuerdo personas como Teresa de Calcuta, sus pensamientos, su vida y sus acciones, y me resulta curioso que, compartiendo tanto pensamiento con el Papa Francisco, a ella se la haya aclamado en todo el mundo y a Francisco criticado y censurado por su aperturismo de mente y corazón y por cuidar de aquellos a los que Teresa dedicó su vida, a los más pobres.

Se fue Francisco, el Papa, por este orden. Pero nos dejó la esperanza, aquellos que muchos vieron perdida una y otra vez tras el fallecimiento de un Papa. Y por siempre nos quedará, junto a esa esperanza, su enorme fe y su caridad… y su casi interminable paciencia.

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