
Un trampantojo, o “trampa ante el ojo”, es comúnmente conocido como una técnica pictórica que busca engañar al espectador mediante ilusiones y efectos visuales, jugando con la perspectiva, el tamaño o las formas. No obstante, también existen trampantojos literarios, musicales, fotográficos, cinematográficos y gastronómicos -mis preferidos-.
El concepto “trampantojo” ha evolucionado conforme lo ha hecho la historia del ser humano y del arte. Investigando para el presente artículo, descubrí que el primer trampantojo está atribuido a Zeuxis, pintor de la antigua Grecia -siglo V a. C.-, quien pintó en un cuadro unas uvas que, según la leyenda -y yo me la creo-, los pájaros se abalanzaron sobre ellas creyendo que eran reales.
Actualmente, a principios de junio de 2025, los españoles que apostamos por la vida digna de las personas enfermas de ELA -Esclerosis Lateral Amiotrófica- asistimos atónitos al bloqueo -o trampantojo- presupuestario que impide financiar y ayudar a los enfermos y a sus familias, quienes necesitan, cada uno, más de 10.000 euros mensuales para poder recibir atención las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
A ello se suma la angustia que debe de suponer saber que la vida de estos pacientes, en fases avanzadas de la enfermedad, depende permanentemente de una conexión eléctrica. En casos como el gran apagón que vivimos el pasado 28 de abril, necesitaron disponer de baterías capaces de suplir cualquier fallo del sistema eléctrico. Una tortura que no se la deseo a nadie, y que estoy seguro de que muchos españoles estuvieron, tanto en sus oraciones como en sus pensamientos, con aquellas personas que atravesaban unas horas tan críticas.
Si este artículo de opinión lo estuviera leyendo algún político -concretamente, algún legislador del Congreso de los Diputados o del Senado-, le haría un llamamiento a la empatía y a la consideración hacia los pacientes y sus familias. Porque, Dios no lo quiera, el día de mañana podría ser ese mismo legislador que hoy, por tacticismo político, se niega a dotar presupuestariamente la ley, quien sufra, directa o indirectamente, esta terrible enfermedad.
Cuando hablo de tacticismo político, me refiero a que parece ser que este año, como en 2024, no interesa al Gobierno que haya Presupuestos Generales del Estado. El Ejecutivo de Pedro Sánchez y Sumar, en mi opinión, es además un gobierno en el que no confían el resto de parlamentarios, y por ello no se atreve a presentar un proyecto de presupuestos, dejando en evidencia su falta de apoyo por parte de los representantes de la soberanía nacional. La verdad es que eliminar el factor económico como condicionante para decidir seguir viviendo o no son palabras mayores, no siendo desdeñable la cantidad de dinero que hace falta para poder financiar la ley. Pero las personas con ELA deben tener garantizado un derecho fundamental que nuestra Constitución ampara en su artículo 15: el derecho a la vida. Es lo que exigen la mayoría de ellos.
Sí, la ley ELA es un trampantojo presupuestario, porque ilusionó a cientos de miles de españoles cuando se aprobó y, hoy, siete meses después de su entrada en vigor, los ha decepcionado estrepitosamente, desentendiéndose el sistema español de las más de 600 personas que han optado por la sedación o la eutanasia. Me viene a la mente el caso de Juan Carlos Unzué, quien, de manera voluntaria y sin ninguna influencia externa, anunció públicamente que en el futuro no quiere que se le practique una traqueotomía que le permita alimentarse y respirar. Hasta que llegue ese fatídico momento, seguirá concienciando con pundonor a la sociedad sobre su enfermedad. Esa admirable entereza en momentos de tribulación no puede perderse, porque, cuando fallece alguien, todo son buenas palabras y, en muchos casos, vanos compungimientos. Y entonces ya es tarde.
Afortunadamente, gracias a personas como Jordi Sabaté Pons, Fran Vivó, Yoliana ELA o el propio Juan Carlos Unzué, entre otras, la sociedad civil ha despertado y se ha sensibilizado significativamente con la ELA. Gracias a ellos, podemos ver en sus redes sociales que es posible vivir con esta enfermedad tan destructiva y que, con tesón y dignidad, sortean las dificultades día tras día. Cada vez que les veo, recuerdo la expresión inglesa sky is the limit. Es emocionante comprobar que, a pesar de su sufrimiento y condición, muchos son capaces de sacarnos una sonrisa. Gracias también a los que, como discretas hormiguitas, les brindan su apoyo y tiempo.
Personalmente, quisiera recordar las palabras del político albaceteño del PSOE y afectado por la enfermedad, Juan Ramón Amores: “La ELA no tiene ideología”. Una afirmación tan cierta como la vida misma. Hoy son ellos, pero mañana podemos ser cualquiera de nosotros o ese familiar o amigo que tanto apreciamos. Les invito, en definitiva, a visibilizar la enfermedad de la que trata este artículo y a colaborar plenamente en la lucha por la dignidad de la vida humana en todas sus fases.

Técnico Superior Producción de Audiovisuales y Espectáculos
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