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El mal que nos acecha

Una sociedad sana jamás debe acostumbrarse al mal. Una violación te rompe el cuerpo, pero, a la vez, consigue destrozarte el alma de una forma cruel… y de por vida. En España y en el resto de Europa, los hijos de Satanás han cruzado el mar para fracturar a una masa aborregada que, ya de por sí, es indolente y cobarde. No relacionar el aumento de violaciones con la entrada de ilegales de forma descontrolada es una forma de esconder la cabeza bajo el ala o no querer que te llamen racista, facha o lindezas parecidas.

Padecemos el peor gobierno desde la mal llamada democracia. Ellos son los culpables de señalar a la víctima y proteger al culpable, que sabe perfectamente que podrá seguir violando con total impunidad o, si se le va la mano, asesinar. Hemos llegado a escuchar que violan porque en sus países es normal, y vemos cómo las feministas taradas hasta aplauden y comprenden que lo hagan. Millones de euros de nuestros impuestos destinados para erradicar la violencia contra las mujeres, tirados a la basura o desviados a paraísos fiscales.

La mujer que sufre una profanación de su cuerpo tan grave no lo podrá olvidar nunca, aunque asista a terapia para aprender y comprender que ella no tuvo la culpa y que el animal que la atacó merece pudrirse en la cárcel. Como mujer, denuncio a los políticos que han dejado entrar a energúmenos que violan porque son sus costumbres. Estos partidos actúan movidos por el interés personal; nos sacrifican, somos daños colaterales, corderos para el sacrificio. Por tanto, llenar España de bestias inhumanas no les preocupa lo más mínimo; sus niñas y mujeres están bien protegidas.

Pero, si queremos repartir la culpa, lo lógico es pensar que nosotros, las víctimas de esta crueldad desmedida, no somos capaces de salir a la calle y defender nuestra vida, nuestro hogar, a nuestros niños, y miramos para otro lado rezando para que la próxima no sea nuestra madre, hija o hermana.

Miles de hombres jóvenes, sanos y con necesidades sexuales, se pasean ya por nuestras calles. Son depredadores, saben que no hay castigo y que la mujer, la niña, la anciana asustada y asqueada sólo quiere olvidar, que la dejen en paz; los mismos que escucharon sus gritos y prefirieron cerrar la ventana. O ellos o nosotros, no hay más. Iryna Zarutsca. In memoriam.

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