No me ha parecido nunca una frase de desengaño, sino todo lo contrario. Para mí, la frase de “los que estamos de vuelta” es la voz de la experiencia. Como soy optimista por autoimposición, nunca me ha dado por relacionarla con decepción o como que ya no es necesario incidir en eso que nunca nos salió a nuestro gusto. El hecho de haberlo vivido, sentido, experimentado, qué duda cabe, da cierta seguridad y, sobre todo, tranquilidad en tantas cuestiones como acciones que abordamos en el día a día.
Con el paso de los años, he aprendido que los conflictos se resuelven casi siempre de la misma forma si los actores son parecidos. Al menos así se refleja cuando estudias judicatura, notarías o cosas parecidas: se memorizan los casos y las resoluciones, porque casi siempre se repiten. Así somos los humanos: acción–reacción, en distintos ámbitos. Es por esto que, de vez en cuando, la vida nos muestra personas y personajes que se salen del encuadre que, filosófica o psicológicamente, entendemos como habitual o como lo común en los mortales. Es por eso que solemos decir, cuando alguna cuestión nos chirría, que no es normal.
En estos últimos tiempos de postverdad, de flagelo a la Real Academia, de juegos semánticos, en un intento de construir falsos silogismos, falacias infumables que agreden hasta la propia Constitución Española, imaginen el caos mental al que nos están sometiendo a los que estamos de vuelta, a los que vemos cómo se las gasta el tiempo hasta que las cosas vuelven a la normalidad. Al principio, lo achacábamos a los innovadores, a las excentricidades o a deseos de polarizar la atención, pero, amigos, la política actual ha entrado a saco en nuestros sentimientos, manipulando emociones, en un intento de que ese impulso obstaculice el lógico razonamiento político.
Estos últimos seis años de Gobierno cortoplacista, de un crecimiento que no es sino pan para hoy y hambre para mañana, que pretende llevar las riendas del progreso tirando de un carro con los caballos desbocados, los neumáticos pinchados y alineado, allende fronteras, con todas las tendencias que están en la diáspora de la democracia, tal y como la estábamos configurando en España.
Este Gobierno, que no legisla más que para hundirnos en la desgracia, ve con normalidad todo lo que en la oposición rechazaba, con un descaro ofensivo para los que estamos de vuelta, y va minando nuestra libertad de expresión hasta límites insoportables. Yo siempre me he decantado por el partido que hiciera florecer la economía y propiciara la creación de trabajo estable. Pero ahora veo cuestiones invadidas que nos conducen a un desorden social, que será muy difícil reconducir.
Como observadora, aunque lógicamente me nutro de datos que no son los de medios contaminados, veo con mucha tristeza cómo se trivializa el matrimonio, cómo las parejas en la edad de los cincuenta descubren que hay otra vida con mucho más aliciente que se están perdiendo y rompen así su vínculo o compromiso, como si la familia no tuviera ningún significado, en lugar de investigar a qué obedece esa situación y tratar de resolverla. Los hijos se vuelven hijas y viceversa, las mujeres se juntan solas y los hombres ídem, los mayores se quejan y fallecen de soledad y en la soledad, mientras vamos perdiendo nuestra identidad con una ocupación excesiva de personas no españolas ni cristianas.
Amigos, no pienso bajarme de ninguna estación, porque para ello primero hay que subir, cosa que no voy a hacer. Donde pueda y como pueda, seguiré clamando por la familia unida, las chicas con los chicos, el valor de mis antepasados… y España y la Cristiandad por bandera.
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