
Hablar de Resistencia Galega es sinónimo de entrar en terreno de lo más pantanoso. Durante años, fue el gran fantasma del independentismo gallego: comunicados escritos con tono solemne, bombas caseras en cajeros automáticos, detenciones espectaculares y titulares en los periódicos que parecían anunciar la llegada de una especie de ETA en su versión gallega. Pero lo cierto es que, con el paso del tiempo, lo que queda es más ruido que nueces.
Resistencia Galega nació en los años 2000 como heredera de la vieja tradición del independentismo radical que ya había probado la vía armada en los años 80. Su intención era intentar conseguir la independencia y un futuro socialista para Galicia. Ambición no les faltaba, desde luego… pero medios sí; nunca pasaron de ser grupúsculos muy reducidos que intentaban sostener una estrategia armada sin apenas estructura ni respaldo social.
¿Cuál terminó siendo el resultado? Acciones de baja intensidad: colocar explosivos caseros en las sedes del Partido Popular o del PSOE, ataques simbólicos contra bancos o infraestructuras del Estado, muchísimos destrozos materiales, sustos varios y poca cosa más. Para unos, era necesario cortar de raíz cualquier brote violento, y para otros, aquello fue el pretexto perfecto para criminalizar todo un entorno político y cultural incómodo para el poder.
La existencia de Resistencia Galega fue, sobre todo, un problema para el nacionalismo gallego legal. El BNG llevaba años intentando consolidarse como fuerza institucional seria y fiable, pero, sin embargo, cada comunicado de Resistencia Galega, cada acción violenta y demás, era un regalo en bandeja para los adversarios políticos, para que la sociedad afirmase: “todos los nacionalistas son lo mismo”; “todos apoyan a los violentos”. Y eso obligó al BNG a desmarcarse una y otra vez, intentando no cargar con un muerto que para nada era el suyo.
Las preguntas más cruciales por hacer son: ¿qué finalidad tenía Resistencia Galega con sus cometidos? ¿De verdad pensaban que unos cuantos petardazos iban a encender la llama de la independencia? Lo cierto es que su aventura armada fue más un reflejo de frustración que un plan realista. Frustración, porque Galicia sigue teniendo lengua, cultura y una identidad fuerte… pero carece de soberanía política real. Y también porque la vía institucional parece lenta y, muchas veces, decepcionante.
Pero una cosa es la frustración y otra creer que la pólvora casera puede sustituir a la acción política. Al final, lo único que consiguieron los de Resistencia Galega fue dar excusas al Estado para vigilar y reprimir con más facilidad, y debilitar al propio movimiento nacionalista, que quedó bajo sospecha durante años. Hoy en día, Resistencia Galega es poco más que un mito para algunos militantes románticos. Para la mayoría de la sociedad gallega, fue un error que nunca condujo a nada. Su historia no cambió el rumbo de Galicia, tampoco consiguió generar simpatías masivas y, desde luego, en ningún momento acercó la independencia.
Lo que sí deja es una lección: la lucha política en el siglo XXI se gana en las urnas, en las calles, en la cultura, en el debate social. La clandestinidad y las bombas caseras son reliquias de un pasado que no tiene futuro. En definitiva, Resistencia Galega quiso ser chispa y acabó humo. Y, como casi siempre, el humo se disipó sin dejar más que el recuerdo de lo que pudo ser y nunca fue.






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