DANA 2024: un año después

Hoy se cumple, tristemente, un año desde la riada que afectó de forma principal a las comarcas valencianas de la Huerta Sur y la Hoya de Buñol. Un año desde que las administraciones locales, autonómica valenciana y estatal colapsaron y no dieron una respuesta inmediata ni adecuada a una catástrofe que se pudo haber evitado, al menos en cuanto al número de víctimas. Fue martes, aquel 29 de octubre de 2024.

Todo empezó días atrás, cuando las previsiones de la AEMET anunciaban una contundente gota fría para la ciudad de Valencia y su área metropolitana donde, por cierto, el Día D apenas cayó una gota en comparación con el resultado apocalíptico que se produjo en zonas del interior. Y es que la mayor parte de la precipitación de aquél día cayó en comarcas elevadas de la provincia.

El 28 de octubre, para el día siguiente, se cancelaron desde clases en la Universidad de Valencia hasta entregas de actas de funcionarios por parte de la Consejería de Hacienda de la Generalidad Valenciana, con vistas a lo que se avecinaba. Se hizo para evitar desplazamientos innecesarios el día 29 de estudiantes y, por entonces, futuros empleados públicos que, por circunstancias, no vivían en Valencia. En resumen: los organismos públicos, basándose en datos oficiales, también previeron una intensísima gota fría. En parte sí se podía saber. Por si fuera poco, y aunque parezca inverosímil, la Embajada de Japón en España envió un correo electrónico a todos los súbditos del país del Sol Naciente que residían en Valencia o estaban de turismo, advirtiéndoles del peligro meteorológico que aguardaba.

Ya el fatídico 29 de octubre, en las comarcas del interior de la provincia -especialmente en la Hoya de Buñol-, se desencadenó una supertormenta seguida de un devastador tsunami que desbordó ríos y barrancos, anegando y destrozando localidades enteras a su paso, llevándose por delante hasta el Mediterráneo y La Albufera cañas, maleza, casas, coches, negocios grandes y pequeños y, lo más importante, vidas humanas. Las localidades que fueron declaradas como «zona cero» fueron Utiel, Requena, L´Alcudia, Chiva y Paiporta.

Fue, en general, una gestión pésima de la Generalidad Valenciana, como también lo fue del Gobierno de España y de los ayuntamientos de los municipios afectados, más preocupados por seguir el argumentario de sus partidos que por ayudar a los vecinos. La alerta de emergencias a los móviles llegó tarde, no se decretó ningún estado de alarma -el Gobierno y sus socios estaban más pendientes de repartirse el Consejo de Administración de RTVE- y, por si fuera poco, el ejecutivo central rechazó ayuda internacional ofrecida desinteresadamente por Francia y El Salvador.

Entre tanto caos, el pueblo se organizó y sacó lo mejor de sí mismo. Cada valenciano -y no exageraría si dijera que cada español- donó, en mayor o menor medida, algo suyo: dinero, ropa, materiales o, simplemente, su tiempo y entrega. Fue un alzamiento de solidaridad y empatía que sobrepasó fronteras. En valenciano decimos: tota pedra fa paret. Significa que toda contribución, por pequeña que sea, sirve para lograr un objetivo común.

La reacción del pueblo fue muy conmovedora: inmigrantes senegaleses retirando barro de los cuarteles de la Guardia Civil; sacerdotes y monjas hasta arriba de fango consolando a las víctimas; voluntarios gestionando la instalación de antenas Starlink; abogados prestando servicios jurídicos altruistamente… En definitiva, mareas de personas que se jugaron su integridad para llevar comida a las zonas afectadas. Tampoco hay que olvidar a quienes se organizaron para proteger los pequeños negocios de posibles saqueos.

El Levante U.D. y Valencia C.F. cedieron sus estadios como centros logísticos, los taxis y VTC pusieron sus flotas al servicio de los voluntarios. Toda una autentica lección de germanor -hermandad-. Asociaciones falleras, gimnasios, scouts, parroquias… toda ayuda prestada fue poca aquellos días. Los únicos que no estuvieron a la altura fueron algunas ovejas negras que quisieron sacar rédito político, económico o mediático de la calamidad. Las personas y empresas que ayudaron de forma desinteresada fueron los verdaderos héroes y salvadores.

Por lo que concierne a Valencia -la llamada ciutat del Cap i Casal– se salvó de la calamidad gracias a que, a finales de los años 60 y principios de los 70, se desvió el cauce del río Turia a su paso por la ciudad mediante el denominado Plan Sur o Solución Sur. La administración franquista acordó ejecutar este proyecto para evitar riadas como la de 1957. De no haberse realizado durante la dictadura de Franco, el antiguo cauce del Turia no habría podido soportar la crecida que se produjo hace doce meses, incrementando aún más el número de daños personales y materiales en la tercera ciudad más importante de España.

Sin embargo, la DANA causó gran impacto en los Poblados del Sur, situados en la margen derecha del Turia. Lamentablemente, para los que vivimos en Valencia, los días posteriores fueron también muy duros. Estuvimos semanas viviendo en un estado de alarma declarado de facto: sirenas sonando a todas horas, helicópteros, indignación, dolor, impotencia por nuestros vecinos. Todo ello mientras, a pocos kilómetros, en Feria Valencia, se improvisaba una macro morgue.

Quizás, lo que creo que más nos indignó a los españoles no fue la riada en sí, sino la gestión de las autoridades gubernamentales durante los días siguientes. No puede ser que las primeras ayudas que recibiesen algunos vecinos fuesen de un destacamento de bomberos voluntarios de Francia, teniendo la Unidad Militar de Emergencias (UME) su Tercer Batallón de Intervención en Emergencias (BIEM III) en Bétera (Valencia).

La noche del 29 al 30 solamente un helicóptero de Salvamento Marítimo intervino en algún polígono industrial incomunicado, pero fue insuficiente: localidades como Catarroja o Algemesí, entre otras muchas, fueron dejadas de la mano de Dios durante varios días. Por cierto, la Audiencia de Valencia ha ratificado hace pocos días la decisión de no admitir como testigos a empleados de Salvamento en la investigación judicial.

Aquello parecía un escenario de The Walking Dead. Numerosos coches acabaron en campos y carreteras a varios kilómetros; fábricas levantadas con enorme sacrificio desaparecieron del mapa; ascensores inutilizados; mascotas muertas o desaparecidas; y, lo más terrible, 237 personas -contando también las víctimas del paso de la DANA por Albacete, Cuenca y Málaga- que perecieron por la falta de reacción y previsión de las autoridades públicas. A día de hoy sigue habiendo dos desaparecidos.

Un político -me da igual las siglas a las que pertenezca y que se apellide Mazón o Sánchez- debe estar a la altura de las circunstancias siempre, no solo cuando pasa por las urnas. Los políticos deben someterse a un escrutinio continuo por parte de los administrados, siempre de forma civilizada, pero contundente y por supuesto, si se da el caso, dimitiendo. Ninguno de los dos lo estuvo. El presidente de la Generalidad Valenciana ha dado numerosas versiones sobre qué estaba haciendo y con quién en el momento en que muchos valencianos se ahogaban. Eso no fue serio ni profesional. Tampoco lo fue Pedro Sánchez cuando, ante la tragedia, se limitó a decir que “si la Comunidad Valenciana necesita más recursos, que los pida”, teniendo en su mano la declaración del estado de alarma como jefe del Gobierno.

Se han celebrado ya doce manifestaciones multitudinarias pidiendo la dimisión de Carlos Mazón, ¿pero acaso el Gobierno de España, la Confederación Hidrográfica del Júcar y los ayuntamientos no son responsables de la limpieza y mantenimiento de los barrancos? Vivimos en un Estado autonómico, sí, pero la Administración General del Estado y las administraciones locales también deben asumir sus responsabilidades.

En mi opinión, la responsabilidad última recae sobre el ejecutivo valenciano y la Delegación del Gobierno, los dos órganos que deberían conocer con precisión la situación y el caudal de los barrancos y ríos, además de coordinar los efectivos de Protección Civil. También es cierto que el gobierno autonómico desaprovechó horas cruciales para emitir la alerta mediante el sistema ES-Alert. Por supuesto que los ciudadanos debemos ser responsables y anticiparnos, pero son las administraciones, con poder político, las que deben velar por el interés general las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.

Hoy, por fin, se celebrará el homenaje por parte del Estado en memoria de las víctimas mortales. Será en la Ciudad de las Artes y las Ciencias y contará con la presencia de políticos y autoridades que llevan un año culpándose unos a otros. En el acto se leerán los nombres de todos los fallecidos, lo cual se acabará, un año después, con el bulo de que existe una conspiración para ocultar la cifra real. Bastante conmoción sufrimos los valencianos como para tolerar más desinformación dañina.

No obstante, será, sin duda, un acto con un cierto sabor a hipocresía, pues asistirán líderes que pudieron hacer más por la gente, no solo previniendo la barrancada y limpiando correctamente los cauces, sino agilizando cualquier tipo de ayuda nacional o internacional y aunando sus fuerzas en torno a la solidaridad del pueblo, no obstaculizándola con tanta burocracia ni politizando el dolor.

La cuestión es: ¿hemos aprendido de los errores? Yo creo que sí, al menos a la hora de proporcionar información oficial de las alertas rojas por fenómenos meteorológicos. Quizás el miedo a que se repitan episodios de riadas similares ha hecho que se coordinen mejor las autoridades limpiando barrancos y que, por ejemplo, se permita el teletrabajo y las clases online esos días, sobre todo en zonas inundables. Pero todavía queda mucha ayuda pública por llegar a las zonas afectadas. Se estima que, para el año electoral de 2027, esté finalizada la práctica totalidad de las obras de reconstrucción.

Todos los que tenemos un rincón en internet podemos seguir visibilizando además los problemas de salud mental y la desesperanza que todavía sufren muchos valencianos. También seguir ayudando a los voluntarios y empresas colaboradoras que están haciendo posible la reconstrucción. Es importante cuidar al que ayuda a otras personas. Pero sobre todo trasladar la situación de los afectados a entidades supranacionales como la Unión Europea, a través de asociaciones, partidos políticos o representantes públicos. Creo que en Bruselas todavía no son realmente conscientes de lo ocurrido.

Desastres naturales como la DANA pueden ayudarnos a concienciarnos de lo diminuto que es el ser humano como tal, pero de la gran altura moral que puede sacar de cada uno de nosotros a nivel colectivo, apoyándonos en los profesionales de las emergencias que trabajaron durante días en condiciones límite y con medios insuficientes.

Para finalizar, no quiero olvidar una frase de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei: “El hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada”. Una cita que, sin duda, resume lo vivido en la provincia de Valencia hace justo un año.

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