Nadie ha manifestado de forma más sublime que Marco Aurelio, el emperador filósofo, la unidad divina del cosmos, la fraternidad de todos los hombres, semejante a las partes de un organismo: una es la ley que rige la naturaleza, uno el universo que a todos contiene, uno el Dios que todo lo rige. Por ser de la familia de los Antoninos, su patria era Roma, por ser hombre era el mundo, decía. En su persona encarnó el ideal cosmopolita del antiguo estoicismo y de él proceden los pensamientos más conmovedores de la antigüedad.

Pero antepuso su deber de emperador romano y libró guerras incesantes para defender las fronteras, que durante su mandato estuvieron más y más amenazadas por los bárbaros. Si su cosmopolitismo se hubiera impuesto, Roma habría sufrido una catástrofe.

Debió comprender que una frontera sirve para trenzar de manera muy profunda el mundo de los hombres. Antes que ella existió el cercado, que creaba el lugar sagrado: una valla para proteger la convivencia jurídica, religiosa y política. Sus guerras contra los que atacaban las fronteras de Roma eran la prueba palpable de que el cosmopolitismo es falso, de que un cosmopolita real es realmente un apátrida. Una frontera no es algo que excluya a otros. Antes, al contrario, implica ante todo el reconocimiento mutuo de que el territorio que hay al otro lado tiene dueño.

El Estado es una unidad política que tiene necesidad de constituir un territorio frente a otras unidades políticas de similar estructura territorial, pudiendo a partir de entonces entrar en relación de igual a igual con ellas. En su interior, cuando tiene éxito, ha logrado desembarazarse de la guerra civil imponiendo a todos los que moran en dicho territorio el exclusivo derecho a la violencia legal con el fin de sustraerla a los particulares y las corporaciones.

Bien lo saben los polacos, cuya patria ha llegado en ocasiones a desaparecer y subsitir sólo en su corazón. La última por el criminal reparto de su tierra entre Stalin y Hitler. Mientras ha existido, Polonia siempre ha sido el valladar de las naciones europeas del norte contra Rusia.

Ahora que su frontera está siendo atacada desde Bielorrusia, tal vez instigada por Rusia, toda Europa debe reaccionar. Si no cuenta todavía con una organización militar capaz de hacer frente a un asalto como ése, al menos debe alentar a Polonia a que lo haga. Dicho de otra manera: si hay europeos a este lado de la frontera, la Comisión Europea tiene la obligación de protegerla con todos los medios a su alcance. Si solamente hay polacos, debe callar y no estorbar.

Lo mismo con Grecia y con España, si es que hay verdadero interés en fundar alguna vez un Estado territorial a partir de las naciones de este viejo continente. Y si no lo hay, entonces cada una de ellas seguirá detentando todo el derecho a defender el suyo.

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