La Unión Europea vuelve a estar bajo asedio. Y el responsable de este ataque no es ningún grupo, partido ni estado “ultraderechista” ni siquiera nadie de los que la prensa progre denomina valientemente como “antieuropeístas”. No, la Unión Europea o, mejor dicho, las naciones europeas vuelven a ser objeto del ataque mediante el uso de “proyectiles humanos” como herramienta para el menoscabo de sus soberanías nacionales y, en definitiva, del modo de vida, usos y tradiciones de sus pueblos. Es otra operación militar de guerra “hibrida” en forma y fondo similar a la producida en 2015 y que en su día obtuvo la denominación de “crisis de los refugiados”. Un chantaje con una vileza extrema en el que no solo se pone en riesgo la vida de miles de personas por pura estrategia política, sino que, además, se patrocina y se da una miserable cabida mediática al servicio del blanqueo del terrorismo. Afortunadamente, todos hemos visto las imágenes de como unos terroristas bien pertrechados atacan con dureza a la policía y ejército polaco mientras intentan derribar las defensar materiales y morales del pueblo que antaño derrotó al nazismo y al comunismo y que, por si alguien lo duda, derrotará a los oscuros intereses globalistas que ahora llaman, con violencia, a su puerta.

Pero el sentimiento que hoy impera en los patriotas europeos con independencia de la bandera ante la que se cuadren es la vergüenza. Vergüenza de ver como los gobiernos europeos están abandonando, de nuevo y como ya ocurrió en 2015, a los países que guardan la frontera este. Y este es un lujo prohibitivo. Ni podemos, ni debemos y, ni muchos, queremos. Porque Europa no puede permitirse otra oleada islamista que nos haga pagar a golpe de atentados, violaciones e implantaciones maquiavélicas de la Sharia nuestro incomprensible y tóxico buenismo. Porque Polonia no está defendiendo únicamente sus fronteras. Tras las filas y filas de sus fuerzas de seguridad está el bienestar de todos y cada uno de nosotros, de los europeos. Y eso es algo que hay que decir todos los días. Para que un español, un alemán o un italiano pueda salir a la calle y tomarse un café en una terraza, los polacos están resistiendo, solos, oleadas y oleadas de salvajes ataques por parte de unos guerrilleros al servicio, y bajo el sufragio, de las tripas del globalismo político, mediático y cultural.

Polonia debe ser auxiliada y apoyada en su tarea sin dilación. Los gobiernos que hace unos días se reunían propagandísticamente para “luchar” contra el “cambio climático” -aviso de fake news– no han movido un solo dedo ni han abierto la boca para condenar este ataque ni mucho menos para solidarizarse con el pueblo y los servidores de la seguridad pública polaca. No es dejadez. No es apatía. Es política. Es globalismo.  Como español, me avergüenza profundamente ver como el Gobierno de Pedro Sánchez y la “oposición” de los populares con el cobarde Casado a la cabeza siguen repartiéndose los sillones de las instituciones de espaldas al sentimiento popular de estar inmersos -otra vez- en una encrucijada histórica que prevé traer a las puertas de nuestros hogares unas consecuencias devastadoras. No sólo se está traicionando a Polonia sino que también se está traicionando también a España.

Pero a estos dos sátrapas de la política, les importa muy poco la seguridad de sus compatriotas. Dieron la callada por respuesta ante la invasión marroquí de Ceuta. Dan la callada por respuesta semana tras semana tras la llegada masiva de pateras a las costas canarias y mediterráneas. Son sumisos servidores del modelo global de sustitución poblacional y cultural para la generalización de la mísera y la conversión del individuo en mera mano de obra barata al servicio de las grandes corporaciones. Y lo que tampoco nos dicen es que para ello tendrá que correr sangre. Corrió en París, Bruselas, Berlín, Niza, Londres. Corrió en Barcelona. Ese es el camino a la desaparición de España y del resto de Europa a la que estamos abocados bajo la apisonadora subvencionada con nuestro propio dinero que es el globalismo.

Desde estas humildes líneas solo puedo pedir al pueblo polaco que resista. Por ellos y por todos nosotros. Y, ya que uno se pone, exigir el cese de forma inmediata de la postura asquerosamente cobarde de nuestros líderes europeos. El primero, el de nuestro presidente.

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