Conspiración: dícese de cualquier número de individuos que se agavillan para lograr un fin, sea de la conquista del poder mundial, del dominio sobre un Estado, la destrucción de su soberanía, de rebelión contra un superior u otros semejantes.

Cuando se habla de la “teoría conspirativa de la sociedad” se menciona algo inadmisible, porque es lo opuesto a una explicación que merezca tal nombre. Es la negación de una explicación propia de una ciencia social. Esa gran teoría conspirativa defiende que para entender los hechos sociales hay que descubrir primero a los hombres o grupos que tienen el interés de que tales hechos sucedan. Suele añadirse que tal interés es oculto y tiene que ser descubierto. La teoría es falsa por apoyarse en la suposición de que los fenómenos sociales resultan de los planes de individuos o grupos con poder. Los hechos sociales que la alimentan son casi siempre hechos detestables para casi todos, como el paro, la pobreza, la guerra, la opresión, etc.

Los dioses griegos tramaban antiguamente la guerra de Troya y, una vez abandonada la fe en ellos, son hombres perversos como los comunistas, los capitalistas, los Sabios de Sión y otros, los que conspiran para implantar el mal en este mundo.

La idea de la Providencia que rige el mundo fue más elaborada y grandiosa en san Agustín. Dios teje los hilos de la historia del mundo, dice, porque conoce todos los acontecimientos, los que han sucedido y los que sucederán, y de todos hace uso para realizar un plan universal en el fin de los tiempos, cuando este planeta deje de girar y los hombres entren en el otro mundo. Nada se habrá hecho mientras tanto sin Él, ni siquiera el saqueo de Roma por Alarico, pues cada grupo humano tiene en cada momento el régimen que debe tener, no según el plan de los hombres, sino según un plan divino insondable. Pese a todo, no puede culparse a Dios de nada de lo que suceda, sino a los hombres y su voluntad libre, que ocasiona los efectos que la historia registra.

Esta espléndida teoría señala dos notas principales: que el plan general es insondable y que son los humanos dotados de libertad los responsables de todo cuanto les sucede. Una explicación algo simplista tal vez sea suficiente para verlo. Si decido comprar un coche es por algún fin particular, como ir al trabajo. Si contrato un seguro es también con otro fin particular, como evitar las molestias subsiguientes a un azar imprevisto. No me proponía yo, sin embargo, contribuir a que suban los precios de los vehículos ni a que sean más caras las acciones de las compañías aseguradoras, pero mi presencia en el mercado produce esos efectos que desconozco y no deseo. Con las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones a corto plazo se teje el orden social, que alguien, no sin razón, preferirá llamar desorden. Éste es insondable para nosotros, como los planes de la Providencia. No obstante, nosotros somos sus causantes. La teoría conspirativa no es útil para entenderlo, porque cree que lo que sucede es resultado de las voluntades de gente interesada en producirlo. Los hombres hacen la historia, decía Marx remedando a San Agustín, pero sin ellos saberlo, pese a que sus seguidores se empeñaron en dirigirla con designio providente que ha resultado perverso en todas partes.

Pese a todo, no es posible negar que existen conspiraciones por doquier, individuos y grupos que pretenden desempeñar el papel de los antiguos dioses del politeísmo o el del Dios providente del cristianismo. Son sus agentes secularizados. Como tampoco puede negarse que los conspiradores alcanzan sus fines en muy contadas ocasiones. No puede ser de otro modo, porque la vida de las poblaciones humanas es un complejo de grupos opuestos que se desenvuelve en un marco de tradiciones, costumbres y decisiones en cuyo seno se produce una infinidad de acciones imprevistas para ese marco, incluidas las acciones de los conspiradores. Y no sólo imprevistas sino, además, totalmente imprevisibles en casi todos los casos.

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