Por primera vez, el Gobierno de Macron reconoce la relación entre inmigración y delincuencia. Sí, como lo oyen. Un proyecto de ley presentado por Gerald Darmanin, ministro de Interior. “Firmeza y humanización” es el eslogan para definirlo. ¡Llegan los días de magia! De malabarismos semánticos. Porque, digo yo, vamos a ver quién se come está muy vistosa tostada Macronista, que en vez de mermelada está repleta de sus expectativas electorales. 

Podría -¡oh, señores!- escribir, más que un artículo, un verdadero informe infinito sobre el tema y las secuencias que han llevado a Emmanuel Macron a girar en apenas unos meses su política migratoria. Les recuerdo que, en las elecciones de abril de este mismo año, el actual presidente llegó a llamar a Le Pen racista y mentirosa, incluso aseguraba que ella abanderaba un programa con pretensiones de polarizar a la sociedad y que era de gran brutalidad. Le Pen respondió a la violenta acusación en la emisora France Info, llegó a encontrarse sorprendida de que el presidente de Francia le acusara de racismo porque en su programa no hay una sola propuesta que discrimine a los franceses, sea del origen que sea. 

Pues bien, ¿Qué ha sucedido tras  5 años de ambigüedad de Macron? Porque es un hecho, que no ha querido afrontar la inmigración legal e ilegal que Francia experimenta desde hace cuatro décadas, pero ahora es tal el ambiente irrespirable que no puede por más que pretenda abordarlo. Entre otras cosas; el clamor popular a las palabras de Edouard Philippe ex primer ministro y primer jefe de gobierno de Macron, afirmando en 2019  que habían perdido el control de la política migratoria además del incumplimiento de la ley OQTF, de esto último hablé en mi artículo anterior titulado “Lola, víctima de la barbarie”. 

Sumemos también la presión de saber que, hoy por hoy, dos de cada tres franceses consideran que hay demasiados extranjeros en el país y, sin duda alguna, el gran detonante ha sido el salvaje asesinato de Lola apenas hace unas semanas a manos de una joven argelina sobre la que pesaba una orden de expulsión. A nadie se le escapa que el ímpetu de Darmanin y Macron es una respuesta a la conmoción e indignación del país entero. Algo que los medios de izquierdas han tratado de puntillas, tanto en Francia como a nivel internacional. Por supuesto en España, lo han tratado de pintar como protestas populistas, incluso enfocadas en subidas de precios o impuestos, focos muy controlados de ultras en las calles. Todo menos hablar de la realidad de la inmigración y la delincuencia. 

Llegados a este punto, aquí comienza parte del lío. Les cuento primero que, en Francia, aproximadamente 120.000 personas son objeto de la obligatoriedad de abandonar el territorio debido a la ley OQTF que anteriormente mencioné. Quienes se encuentran en esta situación tienen 30 días para hacerlo de manera voluntaria, después de ese período, en caso de seguir en el país estos, serían automáticamente expulsados. Ahora bien, de esa cifra, la mitad han presentado recurso, motivo por el cual no pueden ser expulsados hasta la finalización del proceso legal. Otros miles, deciden ocultarse del control policial. Así pues, se calcula que, en el año 2021, solo un 6% de los afectados han sido expulsados.

Esta semana, el ministro de Interior francés, para defender su proyecto de Ley de Asilo llegó a anunciar la realización de exámenes de lengua francesa “serios” y la aceptación de integración por parte de los aspirantes tales como; asumir que en Francia, la mujer tiene los mismos derechos que el hombre o que la homofobia es un delito. Así pues, el Lobo Feroz grande se está comiendo a Macron.

El presidente galo necesita frenar las dentelladas de realidad que una sociedad harta manifiesta tanto por calles como por redes. Esta día sí y día también muestra su malestar. Todo ello al líder francés le hace peligrar su gobernabilidad y necesita los votos que cada vez van más hacia la derecha. Macron está dispuesto a frenar al Lobo, sí, pero por pura conveniencia. Y digo yo, quizás es que el realismo personal rápidamente se antepone a la ideología. Vaya, lo que toda la vida se ha llamado hipocresía. 

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