España

Una sociedad sin piedad

Nadie hablará de ti tras tu dimisión, pero la pregunta es: ¿por quién doblan las campanas? Doblan por los miles de valencianos ahogados sin compasión por gente sin alma. Porque sí, estoy segura de que fueron miles y que algunos de ellos aún están dentro de cientos de coches apilados, apareciendo a medida que se va limpiando o dados por desaparecidos para que las cifras de muertos cuadren.

Pero hoy no hablaré de la riada que asoló gran parte de Valencia; hablaré de la dignidad, o de no poder aguantar la presión mediática a sabiendas de que no eres culpable, o quizás de no haber estado en tu sitio esa tarde, sin saber que un gran sacrificio iba a producirse para saciar la sed de sangre de quien disfruta sintiéndose por encima del bien y del mal.

Carlos Mazón ha dimitido; según sus propias palabras, ya no podía soportar que las hordas comunistas lo tacharan de asesino, cosa que sin duda no es. Pero el verdadero culpable estaba dándose un baño de multitudes en la India y ni volvió rápidamente ni envió al Ejército con vehículos pesados desde Bétera, a escasos kilómetros de las zonas afectadas.

El todavía presidente de la Generalidad Valenciana parece que no se ha leído El Arte de la Guerra; de lo contrario, sabría que la mejor defensa es un buen ataque y, en lugar de explicar lo que verdaderamente pasó, le da las gracias a Pedro Sánchez, firmando así su sentencia de muerte política.

Los valencianos no olvidamos lo que el Partido Popular le hizo a Rita Barberà, de qué forma tan infame le pagaron años y años de servicio y lealtad, hasta su trágica muerte sola en un hotel de Madrid. Quizás el expresidente de la Generalidad recordó ese vacío, esas lágrimas amargas de Rita, y ha sido prudente, a sabiendas de que Feijóo no iba a mover un dedo por él.

Dolorosa decisión tener que abandonar un cargo porque todos los dedos te señalan, autocrítica por no haber estado a la altura y anteponer los intereses del partido a los de las víctimas; eso le acompañará de por vida. Pero no olvidemos que la señora Ribera dio la orden y luego se lavó las manos como Pilatos. Espero que también a ella le acompañen los gritos desesperados de las víctimas, el llanto de los familiares y la conciencia de ser la mano ejecutora, aunque no intelectual.

Un recuerdo de corazón para todas las víctimas y para los miles de valencianos que cruzaron ese puente para salvar vidas, movidos tan sólo por la solidaridad. Y a usted, señor Mazón, le queda la dignidad de haber dimitido; no es mucho, pero siéntese a esperar en su puerta y verá pasar el cadáver de su enemigo.

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Amparo Blay

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