España

¿Por qué no me callo? Y os dejo en paz

El rey emérito ha reaparecido en vídeo y uno no sabe si está viendo un mensaje institucional, un anuncio de teletienda o el tráiler de una secuela absurda titulada “Juanqui Reloaded: ahora con más excusas y menos vergüenza”. Plano fijo, bandera gigantesca y ese look de estatua viviente que parece que si pestañea le cobran derechos de imagen. Con ese tono solemne de funcionario jubilado que dice: “yo arreglé España, yo os di democracia y ahora, por favor, comprad mi libro y suscribíos a mi newsletter”. Esto no es patriotismo, es crowdfunding emocional con olor a naftalina.

La mejor parte llega cuando asegura que Felipe tiene “la difícil tarea de unir a los españoles”, como si el chaval trabajara de mediador en una pelea de monos con motosierras y no viviera en un palacio con presupuesto, chófer, estilista y psicólogos especializados en gestionar reyes con ojeras. Porque ser rey debe de ser durísimo: discursos, cenas oficiales, trajes planchados, viajes internacionales y gente que te llama “majestad” aunque estés masticando con la boca abierta. Casi tan duro como pagar un alquiler en Madrid, buscar curro sin enchufe o sobrevivir a otra subida de la luz, pero bueno, cada uno con sus traumas.

El vídeo tiene esa energía de abuelo que cuenta batallitas, pero en versión premium, con iluminación suave y guion pulido. La diferencia es que el abuelo normal exagera cosas que jamás ocurrieron, y este exagera cosas que sí ocurrieron, pero convenientemente editadas para borrar lo que huela a comisiones, cacerías y jeques con billetera XXL. Porque no nos engañemos: este vídeo no busca reflexionar, ni reconciliar, ni pedir perdón. Busca vender las memorias, convertir la Transición en merchandising y la nostalgia en oferta 2×1.

Y lo mejor es que, al parecer, ni en Zarzuela sabían que lo iba a hacer. Uno imagina la escena: asesores hiperventilando, militares desmayados, Letizia agarrando pastillas de valeriana y Felipe pensando: “Papá, por favor, una semana sin plot twist”. Porque cada vez que el emérito abre la boca, la Casa Real envejece cinco años. No es un exrey, es una máquina expendedora de crisis comunicativas: metes un micrófono, sale un incendio.

Lo brillante del vídeo no es lo que dice, sino lo que evita como si le diera alergia: “no hice nada malo”, “me han malinterpretado”, “todo fue necesario”. Una narrativa a medio camino entre Jesucristo y un influencer cancelado, donde el subtexto es: “No soy culpable, soy protagonista”. Es el equivalente histórico a decir: “Sí, me pasé un poco, pero quedaba tan bien en cámara…”

El problema es que la gente tiene memoria, especialmente cuando el protagonista juega a humilde mientras lleva décadas viviendo como protagonista de una telenovela de lujo con presupuesto ilimitado y guionistas especializados en borrar escenas incómodas. Y que reaparezca ahora, con bandera, frases motivacionales y mirada tierna de “yo solo quería lo mejor”, es como ver a un ejecutivo de tabacalera dando charlas TED sobre respiración consciente: tiene gracia, pero sobre todo tiene un nivel de cinismo comparable a una dieta milagro que consiste en comer donuts.

Porque ojo, Juan Carlos no reaparece para salvar la monarquía: reaparece para salvarse a sí mismo, para colar su relato antes de que la historia le ponga la etiqueta que le toca: “reliquia incómoda que pasó de héroe nacional a chiste recurrente”. Es un intento desesperado de negociar su epitafio: “No me recordéis por lo que pasó, recordadme por lo que yo digo que pasó”. Y quizás en los 80 funcionaba: plano solemne, banda sonora épica y la gente llorando como si viera Campeones. Pero ahora no cuela. Ahora el público quiere cuentas claras, no cuentos de hadas. Quiere sinceridad, no merchandising de la memoria. Y, sobre todo, quiere menos postureo institucional y más realidad.

Así que sí, Juan Carlos ha vuelto. Con bandera, nostalgia y libro bajo el brazo. Pero el país ya no está para aplaudir viejas glorias, ni para tragarse discursos de abuelo coach intentando venderse como protagonista épico. Porque si algo demuestra este vídeo es que hay gente que prefiere reescribir la historia antes que asumirla. Y lo mejor de todo es que el mayor enemigo de la monarquía no es el republicanismo, ni los políticos, ni los memes: es su propio protagonista, obsesionado con salvar lo que él mismo incendió. Una ironía tan española que duele, pero por lo menos nos hace reír.

Compartir
Publicado por
Elena Ávila

Entradas recientes

Si fuera amigo de Sánchez

Si fuera amigo de Pedro le diría que ya es suficiente. Si le tuviera algún…

22 horas hace

La FIFA, Trump y el arte de coronar la mentira

No todos los premios iluminan. Algunos oscurecen. Algunos se entregan para mostrar poder, no para…

2 días hace

Desolador

La desazón en la sociedad es continua. Escándalos y más escándalos que nos llevan a…

5 días hace

Cierre nuclear, apagón de iluminados

España siempre ha presumido de ingenio, pero lo de nuestros estrategas energéticos ya roza el…

5 días hace

Las Américas: entre la yihad global y la guerra asimétrica

A mediados de este año que termina, Joseph Hage, especialista en temas del Medio Oriente…

6 días hace

El arte de amar

No, mi intención no es enmendarle la plana mayor al gran Ovidio, sino repasar ahora,…

7 días hace