Me encuentro en un parque céntrico de Madrid, estudiando para el examen de mañana. Hasta hace poco, el lugar estaba lleno de niños. Sin embargo, ahora que el reloj marca las ocho de la tarde, solo quedan dos, acompañados por quien seguramente sea su madre, una mujer que ronda los cuarenta años.
Su físico resulta bastante atractivo: labios carnosos, pelo rubio y una sonrisa que la hace aún más irresistible. Junto a ella, los dos niños de pelo oscuro y ondulado se columpian bajo su atenta mirada, que de vez en cuando se desvía hacia el móvil. Parece estar mensajeándose con alguien.
Desde mi posición, percibo que la mujer muestra un semblante de preocupación, el cual intenta ocultar cuando los niños la reclaman. Probablemente, tenga que ver con los mensajes que está recibiendo, que no parecen ser nada agradables.
Justo en el instante en que deja de teclear y se guarda el móvil en el bolsillo, noto que no lleva alianza. Si está casada, dudo que le vaya bien. No obstante, el morbo que me genera esta mujer hace que desee desatarme ante ella.
Con el paso de los minutos, observo cómo un coche se detiene y de él sale un hombre trajeado, atractivo y con aspecto de empresario. Su físico resulta imponente, pero en cada paso que da desprende altivez.
A medida que se acerca, compruebo que es la pareja o ex de la mujer rubia, cuya expresión cambia de preocupación a enfado en cuanto lo ve. Confirmado: es su ex. Ni por parte de ella ni de él hay signos de afecto hacia quien tienen enfrente.
Después de unos momentos de tensión entre ambos, el hombre se marcha con los niños en el coche, mientras que la mujer, de aire maduro y atractivo, tras quedarse sola, decide sentarse en el mismo columpio donde hace un rato jugaban sus hijos, posando la mirada en el horizonte.
Es en ese instante cuando, tras levantarme, me acerco a ella, dispuesto a ofrecerle mi ayuda, unas palabras… o algo más. Estoy listo para complacerla de la forma que desee, la misma que, si prueba, querrá repetir.
Al comenzar a hablar con la mujer de melena rubia, su semblante cambia: del enfado que mostraba junto a su ex, a una expresión sensible tras su marcha, hasta volverse medio alegre con el transcurso de la conversación al percibir mi interés. Si supiera las ganas que tengo de pervertirla, su estado de ánimo mejoraría notablemente.
Entre conversación y conversación, sale a la luz su verdadero problema: un ex clasista que, desde que tuvieron hijos, ni siquiera le decía lo guapa que era. Vaya cazurro, con el pibón que es esta mujer y sin saber valorarla. Esas caderas apetecibles merecen animarse con mi boa constrictor. Se acerca el momento oportuno de hacerlo.
En el séptimo cruce de miradas, tras decirle lo madre coraje que es y la gran persona que me parece, mis labios acuden a besarla apasionadamente. No se lo espera, pero aun así siento que le gusta. Hacía mucho que no se sentía deseada, y la forma en que se mueve entre beso y beso me lo confirma. Esta madre salvaje quiere que la monte como a una yegua indomable.
Miramos a ambos lados y confirmamos que no hay nadie alrededor. Aunque al principio la mujer de melena rubia se muestra precavida, el avance de mis manos bajo su ropa la hace olvidarse de todo lo demás. Brillante es cómo, sentados sobre la hierba y con la oscuridad ya instalada, la lujuria se apodera de nosotros.
Minuto a minuto, el abismo del placer se vuelve más profundo hasta que, finalmente, alcanzamos el orgasmo. Curiosa transformación: una mujer que comenzó preocupada por su vida de madre y que, con el transcurso del tiempo, convertí en la diosa más deseada del Olimpo.
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