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El 8-M que no quieren que veas: de barricadas a escaparates

Nos dijeron que el 8M era nuestro día, que era la victoria de la mujer. ¿Pero qué celebramos hoy? ¿Una revolución o un circo bien patrocinado? El feminismo nació para incomodar, para desafiar, para quemar los cimientos de un sistema que nos mantenía esclavizadas. Pero, en la actualidad, lo que vemos es un desfile domesticado, con logos de bancos, multinacionales y gobiernos que nos palmean la espalda mientras siguen explotando a mujeres en fábricas de Bangladesh y vendiendo pulseritas violetas contra la brecha salarial.

Nos venden empoderamiento con un 2×1 en pintalabios. Nos dicen que «podemos ser lo que queramos» mientras pagamos el precio con sueldos de miseria y jornadas eternas. Nos quieren entretenidas con camisetas que gritan «girl power», pero están cosidas por niñas esclavizadas en el sudeste asiático. Nos quieren bellas, obedientes y convencidas de que la revolución se compra en cuotas. Nos dicen que hemos roto el techo de cristal, pero olvidan mencionar que ahora también podemos ser explotadas en la junta directiva, mientras otra mujer, peor pagada, cuida de nuestros hijos.

Antes, el feminismo era un terremoto. Hoy es un accesorio de marketing. Nos quieren ocupadas en debates ridículos sobre si el morado es demasiado capitalista, si decir «todes» es revolucionario o una tontería, si sumar a unos o excluir a otros. Mientras nos distraen con discursitos, el mundo sigue sin ser nuestro. Seguimos doblando jornadas, seguimos cobrando menos, seguimos sosteniendo sociedades enteras con nuestro trabajo invisibilizado. Pero de eso no se habla. Nos entretienen con teatro político, mientras las leyes que realmente importan las escriben ellos, sin nosotras en la mesa. Nos piden que «celebremos» el 8M, como si la lucha fuera un carnaval y no una batalla feroz por nuestra libertad.

Y aquí es donde la mentira se cae a pedazos. Porque esta lucha no es solo de mujeres. Somos madres, somos hijas, somos esposas. Somos la mitad del mundo y sostenemos a la otra mitad. No estamos solas en esto, y ellos lo saben. Nos quieren divididas, enemistadas, creyendo que esto es un combate de sexos, cuando en realidad es un sistema que nos oprime a todos. Nos han condicionado con primado negativo para que rechacemos nuestra propia lucha antes de entenderla. Nos han programado para asociar el feminismo con lo radical, con la histeria, con la exageración. No es casualidad.

El cine y las series nos han enseñado a ridiculizar a la feminista. Desde los años 90, la han retratado como la odiosa, la insoportable, la que odia a los hombres. Mientras tanto, en los años 60 y 70, las mujeres fuertes eran admiradas y mostradas como modelos a seguir. ¿Qué pasó? La publicidad convirtió la lucha en un eslogan bonito. Nos venden «igualdad» mientras mantienen sueldos de miseria y explotación. Nos convencieron de que, con un hashtag en redes sociales, ya está todo hecho.

Los medios nos bombardean con los casos más extremos para que las personas comunes, que apoyarían la causa, sientan rechazo y se alejen. Nos han enseñado lo que debemos temer para que nunca nos unamos. Nos han convertido en un producto. Nos han vendido un feminismo light, descafeinado, digerible, que no asusta a nadie. Pero la historia no la escriben las sumisas. La escriben las que desafían, las que rompen, las que incendian lo que haga falta.

Nosotras no queremos un feminismo de escaparate. Queremos recuperar la furia que nos arrebataron. Queremos que el sistema nos tenga miedo otra vez. Este 8M no se compra, no se negocia, no se disfraza. Ahora, la historia la escribimos nosotras. Y esta vez, la escribimos bien.

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