Estoy seguro de que muchos de los lectores conocen a alguna pareja que tenga adoptado un hijo o tenga a un niño en acogida. Estas parejas hablan del amor que se les tiene, de cómo, si además poseen algún hijo biológico, no hacen distingos entre unos y otros. Por otro lado, muchos de nosotros conocemos el caso de algún hijo adoptado que, al conocer este hecho, comienza a tratar de resolver interrogantes. ¿De dónde vengo? ¿Quiénes fueron mis padres biológicos? ¿Será cosa de la educación el carácter que tengo o es heredado genéticamente? Aquí tenemos dos hechos. El amor de unos padres y la tendencia natural y humana de querer saber nuestros orígenes.

Saco esto a relucir porque en los últimos años hay un debate en la sociedad en el que tengo la sensación de que se está obviando la parte más importante del mismo. Me refiero al de la gestación subrogada. Digo que el foco del debate no está puesto en lo más importante porque se centra fundamentalmente en dos ámbitos. Por un lado, el derecho que tiene una mujer a usar su cuerpo como mejor le convenga, el derecho pues, a gestar en su vientre al hijo que será oficialmente de otros y, por otro lado, el derecho a ser padres. Y centrados en estos dos aspectos, comienzan los dimes y diretes y siguen las polémicas. Que si el mercantilismo, que si las mafias o que si los derechos de la mujer. Por supuesto, de nuevo los dos bandos. No niego la buena fe de quien quiere ser padre, ni niego su capacidad de amar. Lo que pongo en duda es que eso sea lo más importante.

Nadie habla de los derechos del que va a nacer. Nadie se acuerda que de lo que estamos hablando es de traer al mundo a una persona que no es que pierda a sus padres y por eso vaya a ser adoptada, sino que desde el momento mismo en el que se planifica su gestación sabemos que tendrá muchas probabilidades de que hacerse las preguntas que presentaba al principio de este artículo: ¿De dónde viene mi carga genética? ¿Me quiso la mujer que me llevó en su vientre? ¿Qué tengo de ella? Y este es el único foco en el que habría que poner atención. En las personas que vamos a traer al mundo. En sus derechos, en su bienestar. No existe un derecho a ser padre, a tener una identidad, sí.

Estamos en una sociedad tremendamente egoísta y caprichosa en la que no aceptamos un no por respuesta. Todo el mundo habla de resiliencia, pero pocos la practican, supongo que es algo para pobres y países en desarrollo.  Una sociedad de lo inmediato, tremendamente adulto-céntrica en la que los niños y los ancianos son invisibilizados en aras de una juventud que cada vez dura más años. Los más débiles son obviados, se quedan sin voz y lo peor de todo, sin derechos. Los viejos lo tienen más fácil, dentro de nada seremos tantos que decidiremos elecciones seremos tenidos en cuenta, pero ¿y los niños? Deberíamos pensar en esto.

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Francisco Sigüenza

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