Ni sí ni no, sino todo lo contrario

Me pregunto si, en el caso de que Marlaska hubiese comprado las armas en nombre de España a Marruecos los socios de Gobierno hubiesen saltado tan indignados como lo han hecho con Israel. Posiblemente no, a pesar del tema del Sáhara. Ya lo demostraron, y sus gritos por la justicia de ese territorio durante décadas y décadas enmudeció. Siguieron en el Gobierno y todo quedó entre amigos. Lo triste de todo esto es que, posiblemente, el Gobierno termine comprando más caras las armas a un tercero que, probablemente, las esté revendiendo de fabricación israelí o cercano a este país. Así es el mundo del postureo político. Bien lo conocen en Europa.

Bueno, al fin y al cabo, tener como socio prioritario a un país como China, no precisamente conocido por su respeto de los Derechos Humanos ni de los derechos de los trabajadores que fabrican, a destajo y en condiciones infrahumanas los productos que tanto nos gusta comprar a menor precio bien en tiendas o bien en plataformas de Internet, tampoco es algo relevante. Ni lo es por esta cuestión ni lo sigue siendo por el terrible castigo que supone para nuestros fabricantes, que tienen que afrontar todo tipo de trabas, condicionantes, sueldos mucho más altos (aunque posiblemente más bajos de lo que debieran en nuestras condiciones socioeconómicas), impuestos y demás. Tampoco es importante. Sí lo es Israel.

A estas alturas de la película a nadie se nos debe escapar que el país sionista está llevando a cabo verdaderas masacres en la franja de Gaza ante una población que, en su inmensa mayoría, no tiene instrumentos para defenderse más allá que cubrirse en sus debilitadas casas. Esto más allá de las consideraciones respecto a Hamás y demás organizaciones terroristas islamistas. Todos sabemos que el actual Gobierno israelí pasará a la historia como criminal y genocida. Pero también está haciendo algo parecido Rusia en Ucrania, con muy inferior capacidad de defensa, y parece que aquellos que arremeten contra los israelitas miran con sonrojo y complicidad a los de Putin. Claro, a ver si no nos vamos a dar cuenta de lo que cada uno representa.

Estamos en un país en el que es delito blandir en un acto simbologías franquistas mientras que miembros del propio Gobierno y que han pasado por él no tuvieron ningún escrúpulo de acudir y protagonizar actos en los que se ensalzaba la figura de Stalin, uno de los mayores genocidas de la Historia, y para el que hay carta abierta. Como la hay para rendir homenajes a asesinos de ETA o a favor de los mismos. Y es que la libertad ha cogido un tono muy particular en España, el color del sectarismo y del uso descarado de las simbologías y de la propia historia para sacar beneficio de los muertos en favor de la propia causa. Cuidado que, metiéndome en arenas movedizas… me cuidaría y mucho de legislar sobre la libertad o no de exposición de una u otra simbología. Pero, de hacerlo, tengo claro que el rasero sería el mismo para todos, más que nada por aquel símbolo democrático que algunos se atribuyen gratuitamente y que se llama igualdad.

Sin embargo, y a pesar de los errores, tremendos errores, que pudiera estar cometiendo el Gobierno, junto a muchos aciertos, todo hay que decirlo, porque no todo lo legislado es digno de crítica, nos encontramos con una oposición que se hace fuerte en las comunidades autónomas pero que no logra despegar del todo en las encuestas a nivel nacional. Yo llevo diciendo demasiados años que ningún partido político tiene un líder verdaderamente carismático, un auténtico líder de masas, sino más bien todo lo contrario. Tendría que marcar la salvedad de Pedro Sánchez, el Presidente, que sabe perfectamente disimular cualquiera de sus carencias con discursos en un tono tan creíble que, de analizar desde un aspecto psicológico lo que dice y cómo lo dice en algunas ocasiones, debería darnos hasta miedo. Es un auténtico estratega, aunque su problema es que maneja las estrategias como si fuese el amo de las instituciones y no el responsable de su gestión, y de ahí el uso y abuso que en no pocas ocasiones está dando a las mismas produciendo un malestar generalizado en muchas de ellas y en la propia sociedad que le va a ser difícil superar.

El Partido Popular se sostiene en las Comunidades Autónomas, a pesar de varios factores que están jugando muy en su contra; por un lado, sus pactos con VOX, en algunas ocasiones bastante lamentables y sostenidos en términos de una radicalidad que nada puede presumir del centrismo del que hacen gala los populares. Por otro, la nefasta gestión de los servicios públicos, comenzando por la Sanidad. Y, hablando de Sanidad, el otro día tuve una conversación con un auxiliar que estuvo trabajando en residencias de la Comunidad de Madrid durante la pandemia y debatimos sobre el tema de quién tenía la responsabilidad sobre las mismas. Lo que no dejaba de reprochar es que a las personas mayores se las dejara de atender en hospitales. Lanzo la pregunta de si, en la sanidad pública, se les niegan tratamientos, hoy en día, a personas mayores de 80 años por el coste o si hay ciertas limitaciones impuestas que impiden que estas personas reciban el 100 por 100 de los derechos sanitarios que tienen el resto de la población. Ahí lanzo la pelota de la que sé perfectamente la respuesta. Y nadie pone el grito en el cielo ni busca culpables.

Siento mucho si, en demasiadas ocasiones, últimamente mis artículos están llenos de pesimismo y críticas a todos los partidos políticos o ideologías, pero mucho me temo que hemos superado el estado de circo en el Congreso y la política en este país ha pasado a convertirse en un reality show en el que cada cuatro años la ciudadanía está llamada a salvar a su favorito o, en la mayoría de las ocasiones, a castigar al contrario.

Ya lo dijo Maquiavelo: “El mal se hace todo junto y el bien se administra poco a poco”. Pues eso.

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