Medios de comunicación en España: los guardianes del bipartidismo

La independencia periodística en España es como los Reyes Magos: un mito entrañable que todos fingen creer, pero que, a la hora de la verdad, no existe. Aquí lo que hay es una prensa convertida en sucursal del bipartidismo, un negocio redondo donde PSOE y PP juegan a las sillas musicales mientras las teles y los periódicos aplauden al que toca. Miremos ejemplos prácticos.

TVE, supuestamente “pública”, es en realidad una especie de televisión de partido: cuando manda el PSOE, la parrilla huele a Ferraz, y cuando manda el PP, milagrosamente se convierte en sucursal de Génova. A esto, lo llaman neutralidad. En Antena 3 y La Sexta, el grupo Atresmedia ha perfeccionado el arte de tenerlo todo controlado: en una cadena se sientan los opinadores de derecha con la vena hinchada, y en la otra, los progres de plató con carnet de ONG. Eso sí, al final todos coinciden en lo mismo: que fuera del bipartidismo todo es caos y apocalipsis.

Mediaset no se queda atrás: Telecinco ha demostrado que se puede convertir la política en un reality cutre, donde importa más el espectáculo de broncas que el análisis. Y ahí tienes a tertulianos reciclados de cualquier cosa -del corazón a la política- pontificando sobre el destino de España como si hubieran escrito la Constitución.

La prensa escrita es otro festival. El País, fiel perro guardián del PSOE, se disfraza de periódico serio mientras mastica las consignas que le envían desde Moncloa. En el otro extremo, ABC y La Razón viven directamente de las sobremesas de Génova, como si fueran los pregoneros oficiales del Partido Popular. Y en medio, El Mundo, que finge independencia… pero acaba cayendo siempre del mismo lado según sople el viento y la publicidad institucional.

Y si hablamos de independencia, lo más gracioso son las subvenciones públicas. Porque claro, ¿cómo vas a morder la mano que te da de comer? En 2024, los medios españoles se repartieron más de 120 millones de euros en ayudas directas del Estado, como si fueran ONGs en apuros. Eso sin contar las campañas de publicidad institucional, que se inflan en cada legislatura como globo de cumpleaños: más de 60 millones al año en anuncios del tipo “España avanza” o “Andalucía lo tiene todo”. Puro periodismo de investigación, claro.

Las comunidades autónomas también compiten en este festival. Cataluña, por ejemplo, reparte más de 30 millones anuales en subvenciones a medios “para promover el catalán”. En Madrid, el gobierno regional gasta otros cuantos millones en campañas que, casualmente, siempre acaban decorando páginas enteras de los periódicos más afines. En Valencia, Baleares o Andalucía, el guion es idéntico: gobiernos autonómicos comprando titulares con la tarjeta de crédito de los contribuyentes.

Al final, el panorama es simple: los periódicos no se venden, se alquilan al mejor postor. ¿Qué más da que las ventas en papel se hayan desplomado a mínimos históricos? El negocio ya no es vender ejemplares, sino venderse ellos mismos al político de turno. Hoy las redacciones ya no se parecen a trincheras de periodistas peleando por destapar verdades incómodas, sino a oficinas de comunicación paralelas, redactando con sumo cuidado no sea que peligre la próxima inyección de dinero público.

Y ojo, porque las subvenciones son solo la mitad del cuento. La otra mitad viene de los grandes anunciantes privados: bancos, eléctricas, aseguradoras… Esos que compran páginas enteras de publicidad para “contar lo mucho que hacen por la sociedad” mientras suben tarifas, comisiones o cortan la luz a quien no llega a fin de mes. ¿Y quién se atreve a publicar un reportaje contra Iberdrola o el Santander cuando estos ponen encima de la mesa millones en publicidad?

Nadie, claro. Así se entiende por qué en España se critica a cualquier partido emergente, pero no se toca nunca a la banca, las eléctricas o las grandes constructoras. Un descuido en portada y te quedas sin campaña de anuncios, sin galleta y, probablemente, sin periódico.

¿Y qué decir de las estrellas mediáticas? Ana Pastor y Ferreras, la pareja de oro del progresismo televisivo, llevan años vendiendo objetividad mientras se reparten el micrófono como si fueran árbitros neutrales. En la otra trinchera, Carlos Herrera y Jiménez Losantos se han especializado en la misa matinal para fieles devotos del PP. Vamos, que el espectador español tiene la “libertad” de elegir si quiere ser manipulado con salsa roja o con salsa azul.

La ironía máxima es que estos mismos medios, siempre tan dependientes de la chequera estatal y de los grandes anunciantes, luego se autoproclaman defensores de la democracia y la libertad de prensa. Libertad sí, pero libertad subvencionada y patrocinada, que es la más cómoda. El día que se corte el grifo de las ayudas públicas y privadas, más de un canal y más de un periódico durarían menos que un chiringuito en invierno.

En definitiva, en España la prensa no vigila al poder: lo acaricia, lo protege y lo alimenta. Se presentan como perros guardianes, pero en realidad son perros falderos que esperan la galleta de la subvención o la chuche del anunciante. Y mientras tanto, el ciudadano sigue creyendo que está bien informado, cuando lo único que recibe es propaganda disfrazada de noticia. Así funciona la democracia mediática española: tú eliges el canal, ellos el amo al que obedecer. Y el periodismo, ese viejo perro guardián, ya no ladra… solo mueve la cola.

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