Autoestima versus autoestigma

Estos dos sentimientos tan similares literalmente y tan distintos emocionalmente, constituyen para una mayoría de personas una auténtica entelequia. Me explico. Hoy nos podemos apreciar, perdonarnos, aceptarnos y, como consecuencia, ser donantes de asertividad y empatía. Pero mañana… ¡ay mañana! nos encontramos con el ánimo constreñido, aprisionado por vivencias que nos dejaron un poso sin resolver al punto de constituir una auténtica estigmatización. Es un debate interior que en los casos más benignos precisa de una buena escucha activa mientras que en los más insistentes, hemos de recurrir al diván de un profesional. Toda una enfermedad por no haber sabido borrar o darle la vuelta o transformar a positivo, esos pensamientos tan tenebrosos que nos conducen de la mano a la melancolía.

La ventaja de la persona desnaturalizada está en que no tiene ese dualismo ya que disfruta de un individualismo que tiene también sus inconvenientes. El más perjudicial es el rechazo del entorno afectivo tan necesario. Ir solo por la vida, de autosuficiente, resta esa alegría compartida, algo consustancial a los seres humanos y si me apuráis a los seres vivos. Bueno, hasta aquí he dejado aflorar al filósofo que llevamos dentro y voy a callarlo inmediatamente, toda vez que hoy disfruto del binomio al completo. Hay algo que aprecio en mí y os lo digo sin ambages, pero con modestia. Soy capaz de censurar las acciones políticas respetando a la persona, es más, creo que es mi derecho y mi obligación hacerlo, aunque procuro que mi mente oiga la crítica positiva en mayor medida. Aunque si oyes las noticias del panorama exterior, hay que tener gran capacidad de abstracción para que lo negativo no se desate furiosamente, vehementemente.

Cuando los ciudadanos de a pie nos encargamos de convivir en paz, con cierto bienestar, los que deben velar por eso desde las instituciones, los que nos administran, se están dedicando a hacer políticas que nos llevan al enfrentamiento, cosa antinatural. Algo superado. Pero este Gobierno no nos quiere felices, quiere vendernos la felicidad toda vez que se ha perdido. Se ha metido en nuestra dieta, en nuestra convivencia, en nuestro género, en la educación de la prole… tratándonos como borregos atemorizados con el dichoso virus.

Hace muchos lustros que la historia de España no soportaba una situación tan lamentable, tan intervencionista, tan alentadora de los quilombos donde los buenos, los que se esfuerzan, los currantes a tiempo completo… están manteniendo una situación desastrosa en la mayoría de los aspectos. Miro con tristeza supina a Cataluña como nuevo objeto del deseo maligno de los separatistas a la vez que al País Vasco que ve una oportunidad para sus afanes independentistas. Muy negativo.

Confieso que, aunque nunca me reconocí como feminista, toda mi dilatada vida he venido haciendo esa política de defensa de igualdad de trato. Ahora me entristece el enorme paso atrás por este feminismo imperante que no solo no es conciliador, sino que también es una humillación hacia los hombres. Solo hay que echarle un vistazo a la Ley del maltrato para que se aprecie la desigualdad en el trato. Lo único que se ha conseguido es incrementar el asesinato, el suicidio y la ruptura familiar. He tenido datos en la mano, fruto de estudios prospectivos sobre la evolución de la sociedad y era evidente que se incrementaba el número de familias monoparentales, mujeres solas con hijo a cargo, divorciadas o por fecundación in vitro. Con este diagnóstico se podrían haber articulado otras políticas, hoy ya se puede evaluar su negatividad.

Bueno, ya llegué donde quería llegar, resaltar ante el Día de los Derechos del Niño. Por cierto, que es raro que la ministra destroza-lenguaje, no le haya cambiado el nombre por la Ley de los derechos del niño, la niña y el niñe. El principal derecho de los niños debe ser dejarles un futuro despejado para esforzarse, formarse, organizarse con la normalidad que supone estar integrado en una sociedad del bienestar. O sea, como le oí decir a Javier Cámara, hay que prodigarles las cinco ‘A’: Amor, abrigo, alimentos, aprendizaje y acompañamiento, algo así. Los derechos de los niños deben prevalecer porque son lo más maravilloso de la sociedad, procurando que ellos no se lo crean.

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