Cuando el mundo no se movía todavía en términos de pandemia, el principal canalizador de los fuertes movimientos de mercado en los últimos tiempos, había sido la consabida guerra comercial entre la primera y la segunda potencia mundial. ¿Volveremos a ver lo mismo una vez se rebajen los coletazos del COVID? Con bastante seguridad podemos pensar que no.
Ojo, no estamos hablando de que no vayan a existir tiranteces. Es lógico que exista una rivalidad entre los países más poderosos. Pero hay formas y formas de disputar el primer puesto. La administración Biden, no va a emprender (al menos de momento y de manera clara) una marcha atrás revirtiendo todas las sanciones y decisiones tomadas por su predecesor.
La primera razón es que el grueso de los norteamericanos, con independencia de que voten demócrata o republicano, tienen una percepción bastante negativa sobre el país asiático, tal y como demuestra la encuesta de agosto de Morgan Stanley en donde por ejemplo el 77% de los estadounidenses se muestra preocupado o muy preocupado por el rol de china en el asunto del COVID-19.
Con semejante opinión instalada en la sociedad, raro es que Biden y su equipo emprendan un blanqueamiento de las políticas comerciales. Además, la candidata a Secretaria del Tesoro y exgobernadora de la FED, Janet Yellen, dijo ayer mismo en el Senado frases como: «Necesitamos enfrentar las prácticas abusivas, injustas e ilegales de China. China socava a las empresas estadounidenses al deshacerse de productos, erigir barreras comerciales y otorgar subsidios ilegales a las corporaciones».
Ahora bien, ¿por qué dudamos de una vuelta a la guerra a campo abierto? Existen varios elementos que nos invitan a ser escépticos con la mano dura que pueda mostrar Washington frente a Pekín. La política anunciada por el nuevo inquilino de la Casa Blanca no pasaría por una estrategia de confrontación directa, sino más bien por establecer relaciones comerciales sólidas con terceros países.
Por supuesto, la novia con la que todos van a querer bailar es con la Unión Europea. Y esta, se muestra receptiva a ello a raíz de los comentarios de Michel Barnier esta misma mañana instando a un pacto transatlántico, que algunos identificamos como un TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) de segunda generación. Nada raro puesto que el tratado original, se gestó en la administración Obama (y se lo cargó la administración Trump).
Por otro lado, desde el punto de vista de China, ha ocurrido un movimiento significativo y es que por primera vez en 5 meses, el Gobierno ha dado un giro a su estrategia de reducción de bonos americanos en cartera. Ocurre que en los últimos datos hechos públicos por el tesoro, los correspondientes al mes de noviembre, el país asiático ha pasado de vender deuda a comprar deuda coincidiendo con la victoria de Biden. ¿Invertirías en un país si piensas que vas a terminar guerreando con él o más bien inviertes porque sabes que van a mejorar las relaciones?
Aún podríamos ir más allá. La desclasificación del informe sobre Hunter Biden ha puesto el ojo en los negocios que el hijo del presidente realizó en China valiéndose (supuestamente) de la posición privilegiada de su padre como Vicepresidente bajo el gobierno Obama. Tal y como advierten varios disidentes chinos, del mismo modo que las autoridades americanas poseen información al respecto de la trama, Xi Jingpin tendría su informe perfectamente custodiado en el cajón de su mesa de despacho y no sería extraño que, ante ejercicios de alta hostilidad, amenazase con revelarlo.
Dejando este último punto como anécdota, lo cierto es que la guerra comercial tal y como la hemos conocido, casi seguro que no se va a repetir, lo cual nos abre la puerta a multitud de oportunidades por tratarse de una nueva economía global bicéfala en donde tendremos un bloque Occidental y un bloque Oriental, en donde la pugna permitirá sacar beneficio para aquellos que pongan en su cartera «una vela a Dios y otra al Diablo». Dejamos al criterio de cada cual el reparto de papeles.
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