Otegi

La Diagonal barcelonesa se ennegrece, se torna grisácea una soleada mañana de enero. El cielo se encapota justo en el momento que la sombría figura de Arnaldo Otegi apoya el pie en la acera mientras abandona el taxi. El vehículo lo deja a las puertas de Esquerra Republicana, al empujar la hoja del quicio de la puerta golpista. El olor a rancia naftalina de los sediciosos se mezcla con la peste a pólvora que aún desprende el condenado por pertenencia a ETA, con complaciente complicidad viene a recibir el cepillado dócil del “mártir” del régimen totalitario, un sistema que divide y enfrenta a la sociedad catalana desde hace ya años. El compinche del terror comparte con él el delirio nacionalista de quienes se pasan por el arco del triunfo las leyes, las sentencias, y por ende la libertad y la democracia.

Otegi se siente una estrella del Rock en los medios del régimen que pagamos todos, y que solo manejan, es decir que manipulan esos pocos, mangonean con el fin de adoctrinar a la cada vez más menguante audiencia. Aun así, el marketing goebbeliano se resiste a torcer su brazo, como un moribundo cetáceo reparte coletazos a diestro y siniestro, como pollo sin cabeza corren sin parar sus comisarios, topan con las paredes de la razón, del sentido común, de la convivencia, y del respeto, desafiantes no quieren perder sus prebendas, las decenas de estómagos agradecidos ven disminuir a sus acólitos, ven mermar a las camisetas nuevas del independentismo catalán en cada acto, en cada aquelarre sectario, asustados contemplan como se ajan y se decoloran las «esteladas» en los balcones, y la siniestra estrella Abertzale invitada, no es más que un puñado de tierra putrefacta sobre el ataúd del «Procés»

La foto final, sonrientes junto con el terrorista, produce simplemente asco en la gente de bien, en las personas con sentimientos, si la sucia imagen deja un regusto amargo en la sociedad, no quiero, no puedo imaginar a los amigos, familiares y víctimas de ETA, qué sensaciones les debe producir tal felonía, ver que a pesar de estar inhabilitado para cargo público, Otegi, confirmado por el Tribunal Constitucional que no puede ser electo en ningunos comicios electorales de cualquier tipo, como se les puede explicar a las víctimas, que quien gobierna esta región no solo permite, que también, avala y financia la práctica mamporrera de los políticos presos.

Una vez alcanzado el clímax, e inmortalizado el momento. Es al salir de nuevo al asfalto, que al levantar la vista los dos, es en ese instante, que se cruzan con las miradas fijas y limpias de las víctimas mortales, de los muertos desplazados desde la avenida Meridiana entre otros lugares de la geografía catalana, que se despiden de las sucias conciencias bañadas de ungüento de pólvora y naftalina

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