Lánzame un beso

La vida ha metido la primera, y la velocidad a la que va, nos exige estar alertas con el fin de aguantar para mantenernos en pie. Aunque los políticos y medios reduzcan a “cuatro” temas repetitivos hasta la saciedad nuestras vidas, los sucesos que acontecen van a toda pastilla. Nos quieren entretener con cortinas de humo absurdas. A quien hace ruido más allá del guion establecido, se le acusa de provocador, agitador, odiador o simplemente es un extremista. Esto último, constantemente, si además, llamas al pan pan y al vino vino. Y es que hablar sin complejos tiene su precio, aunque no nos olvidemos que hacerlo así no te da carta blanca para ser grosero o sobrepasar límites. Así que aquí me encuentro. Que no me decidía sobre lo que escribir porque quiero hablar de todo y me he sorprendido consolándome a mi misma por mi indecisión. No falta sobre lo que opinar. 

Entre la ética y la estética, las fronteras, los pasaportes de vacunación, los lenguajes inclusivos, la educación, las pensiones y un largo etc, incluidos los besos. Si, los besos. Esto que sucede no es exclusivo en España, yo desde París, asentada ya hace unos años, veo, leo y escucho estos monotemas. Da igual el país donde vivas. Es un día tras otro el de la marmota, cada cual con los colores de su bandera… y es sobre la bandera y los besos a quienes voy a dedicar estas líneas. 

En Francia, los ciudadanos acaban de ser conscientes de que desde hace un año la bandera francesa no es la misma. El presidente Macron decidió oscurecer el azul del pabellón tricolor. El hecho había pasado prácticamente desapercibido, pero ahora la noticia se propaga y todos elevan su voz diciendo que si, que si, que así es, que el azul de la bandera francesa desde hace un año en los actos oficiales es más oscuro. Pero resulta que se ha regresado al tono azul marino que, durante la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing, se había abandonado, él decidió que aclararlo por uno más próximo al azul de la bandera de la Unión Europea era una magnífica idea. Y así, ni corto ni perezoso se aproximó a Europa estética y éticamente. 

Hoy son otros tiempos y Don Emmanuel Macron desde el 13 de julio de 2020, decide cambiar el color de la bandera (según radio Europe1). Ese azul marino, ”que todos los presidentes arrastran (desde Valéry Giscard d’Estaing) no era la verdadera bandera francesa” relata Jolens en su libro, donde refleja la conversación que mantuvo cuando el Presidente francés sonriente por su elocuente idea lo comunica. Un privilegio presidencial que llamamos fait du prince, apasionante sí, pero ya lo dijo el historiador Jean Garrigues durante una intervención en France Info, “en cierto modo Francia es una monarquía republicana”. Así que como podéis ver, de pasta de boniato nos quedamos en España como en Francia con según que eventos y declaraciones. Pero a lo que voy, toda esta historia o cortina de humo, tiene mucho trasfondo en realidad, pues sobre todo este cambio de colores es un mensaje político, es un regreso al color del pabellón de 1793, es decir, un regreso al año II de la Convención, es decir, al de la Revolución francesa. 

¡Menuda fiesta! Porque los franceses son muy delicados con los símbolos de la república. No les gusta que les toquen las maracas ya que son más de acordeón. Y, mientras unos y otros preguntan si es una decisión constitucional, comentaristas y usuarios critican que un cambio simbólico pero trascendental se ha operado casi en secreto y por la simple decisión del presidente, Francia aprueba el uso del pase sanitario en todo el territorio hasta julio de 2022. Y todo esto a escasos meses de las Elecciones Presidenciales. 

Y aquí es que estamos, tras una serie de idas y venidas con el Senado finalmente se aprueba la controvertida prolongación del uso del pase sanitario. En Francia, si quieres tener un mínimo de vida social, lo necesitas. Se ha de presentar en bares, restaurantes, hospitales (salvo urgencias) grandes centros comerciales, teatros, cines, museos, viajes de tren, .. en su ausencia, una pcr. Sin embargo, de lo que se debate es de que la costumbre francesa de besarse en la mejilla para saludarse y que “forma parte de la cultura nacional”, muy posiblemente puede verse amenazada por la pandemia del Covid-19. Dos besos, tres besos, cuatro besos e incluso cinco en según qué región del país

Yo, sinceramente, me quedo muy loca, ya que nunca he sido muy fan de besar a desconocidos para saludar, así que no me desestabiliza el asunto. No obstante, si me trastorna (de manera razonable) lo que estamos tardando como sociedad en asimilar que esto se va a quedar y hemos de vivir con ello. Por lo tanto, si bien me evito besar por besar cosa que nunca me gustó, me quedo con los besos sentidos. Quiero volver a todos ellos, que puede ser uno, pueden ser dos, puedes besar la mano de tu madre, la frente de tus hijos o comerte a besos a quien quieres sea chiquito o grande. Es una de las restricciones más severas y duraderas de la pandemia, los besos. Muchos se han marchado sin ellos pero no voy a entrar en este tema hoy, quizás en otra ocasión, a lo que voy es a que la distancia social que si bien es necesaria, ha de ser también sensata para no convertirnos en seres poco afectivos, poco empáticos (que por bastante nos está haciendo pasar la vida). No nos dejemos envolver en el temor que nos quieren imponer también con lo peligrosísimos que son los besos. Que el miedo no nos impida volver a relacionarnos de manera más próxima, yo desde luego me niego.

Y termino como empecé. La vida ha metido primera y la velocidad a la que va nos exige estar alertas y aguantar para mantenernos en pie. Sin embargo, hay que frenar un poco, hay que lanzar besos si en ese justo momento no se nos permite darlo sonoro y acompañado de un abrazo. Los que están a nuestro lado resisten también el tirón al igual que nosotros y ni todas las cortinas de humo de ningún país del mundo, puede evitar que al verlos, comprendamos que son (y por lo tanto nosotros también somos) el verdadero sostén de estos tiempos difíciles y veloces que nos toca vivir. Si has llegado hasta aquí, te mando un beso y tú…, puedes lanzarme otro.

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