El Circo de los Diputados

Lo reconozco, soy dudacionista y lo disfruto. Digamos que es mi hobby. Todo lo que veo o pasa por mis manos es objeto de crítica y análisis y cuando me llega nueva información, enseguida hago lo posible por esclarecer la verdad o al menos trato de encontrarle un sentido. Como si de un inspector con gabardina se tratase, me meto en la piel de los protagonistas e intento imaginar cómo actuaría en cada situación y cuando algo me huele raro, soy extremadamente incisiva.

Esto, a la hora de ver una película, resulta agotador para los que me rodean y puedo llegar a pasar las dos horas de metraje sacándole punta al guion, a la dirección, a las actuaciones o a la fotografía. Así que, cuando nuestros queridos políticos nos regalan una producción de las que salen directamente en VHS me vengo arriba. Para nuestro disfrute, la última del Congreso fue de esas que pasan a los anales de la historia. Un auténtico “chow”, de esos en los que hay de todo; comedia, drama, suspense, villanos y hasta algún que otro payaso. Todo perfectamente documentado y emitido en riguroso directo, calentito desde el Congreso de los Diputados hasta nuestros sofás a través de las siempre saludables frecuencias 5G.

Al igual que le ocurrió a Santiago Nasar, la reforma laboral del PP del año 2012, con sus polémicas medidas adoptadas en el marco de una crisis económica mundial, tenía que llegar a su fin tarde o temprano y eso lo sabía hasta el Papa. La cuestión era qué dirección iba a tomar la siguiente reforma. Si por un lado serían los bolcheviques los que se llevasen la tostada o si hubiese que esperar a que la Unión Europea redactase la reforma. Y más o menos así ha sido. Después de una primera propuesta que no gustaba a nadie, la patronal, sindicatos, Ibex, FMI y demás mandamases, se pusieron de acuerdo con “la Yoli” en aplicar una reforma bastante descafeinada, que prácticamente refrenda la reforma del PP y que más allá de la recolocación de un par de puntos y comas, el texto no cambia nada especialmente reseñable del anterior. De este modo, tanto PP como PSOE podrían estar aparentemente contentos, aunque por supuesto, cada uno tuviese que interpretar su papel de cara a la galería.

Como era de esperar, la propuesta no gustó ni siquiera a los socios de investidura del gobierno y quedaban fuera de la reforma los partidos que, aun no teniendo precisamente la misma ideología, sostenían que la reforma no era la adecuada. Así se dio la extraña situación en la que VOX, Bildu, Junts per Cat, Esquerra, PNV, CUP, Foro, BNG y aparentemente PP, votarían en contra y para que el gobierno pudiese conseguir la mayoría en la votación, como siempre, se tendría que recurrir a los tan frecuentes pactos en la sombra.

Todo parecía perfectamente atado. Los socios del PP de toda la vida en Navarra, UPN, habían llegado a un supuesto extraño acuerdo con el PSOE, con quien no suelen cruzar ni las miradas, para aprobar su flamante reforma laboral. Hasta aquí todo más o menos normal. De repente, los dos diputados de UPN, en un dramático y sorprendente giro de los acontecimientos, anuncian en los pasillos del Congreso que no cumplirían con la disciplina de partido y que votarían en contra de la Reforma Laboral. Y es en este preciso instante, cuando se monta la gorda. El temporizador empieza su cuenta atrás y entra en juego la astucia de Egea, Gamarra y Casado y con ellos, una sucesión de disparates dignos de Miguel Mihura.

Con el cambio de escenario, la pelota estaba en el tejado del PP. Una vez más, sus socios le habían traicionado y si no reaccionaba pronto, el tinglado se le podría ir al traste. Pero Casado, que va siempre dos o tres pasos por delante, tenía un as en la manga. Un personaje, que aún no había salido en la trama, estaba a punto de hacer su aparición y para sorpresa de los presentes, acabaría haciéndose con la nominación a la estatuilla por su sobrecogedora actuación.

Don Alberto Casero Ávila, un diputado prácticamente desconocido y que está siendo investigado por delito de prevaricación continuada, iba a soportar el peso de la culpa en sus hombros cuando, encontrándose supuestamente indispuesto en su casa, tuvo que hacer uso de su voto de manera telemática. Votó “sí” a la reforma cuando tenía que votar “no”. Inmediatamente después, empezó el paripé que todos vimos en nuestras casas. Una bochornosa escenificación en la que todos sus participantes sabían el final. No había posibilidad de vuelta atrás y los aspavientos sólo contentarían a algunos inocentes votantes. Los, ya no tan, populares, acusaron del error a la tecnología, igual que aquel que acusa a la brujería de todo lo malo, como si la media de edad de los españoles que los escuchamos fuese de 90 años y nos creyésemos eso de que las maquinitas fallan.

Como siempre que escribo, hago simplemente una observación, doy una opinión personal basada en mis experiencias y como con todo, puedo estar equivocada y si el destino me niega la razón, estaré más que encantada de retractarme. Pero el tiempo me ha enseñado que cuando el río suena, agua lleva y que, si el Ibex ve con buenos ojos una reforma, el PP también suele hacerlo. Porque si no ha sido así, sólo existen dos situaciones posibles; una en la que, efectivamente, Casero se equivocase al emitir su voto, lo que dejaría a los azules con el culo al aire, ya que cuenta en sus filas con una persona a la que todos los españoles pagamos un sueldazo y que es incapaz de darle a un botón. Y la otra posibilidad, es que, en el momento en que Sánchez se enteró de que la reforma peligraba, decidió hackear desde su smartphone la cuenta del diputado extremeño y cambiar así el resultado de su voto. Todas las opciones me parecen plausibles, la verdad.

Al final, como siempre que se ponen a innovar, todo ha acabado siendo un despropósito y el mayor afectado ha sido UPN, que ha terminado enseñando la puerta de salida a dos de los diputados más válidos del Congreso y que tras este descalabro, los navarros acabarán contando los días para que los vascos les hagan lo que Hitler a los Sudetes. Lo divertido es que nada de esto tendría que haber ocurrido si el PP hubiese apoyado una reforma, que en el fondo es un copia-pega de la que ellos hicieron años atrás. Si fuesen adultos, PP y PSOE se unirían de una vez y además de ahorrarse una P, no tendríamos que vivir estos episodios en los que todos acabamos sufriendo de vergüenza ajena. Ahora Casado saca pecho y como buen machote, dice que va a denunciar a Meritxell Batet por no sé qué. Pero qué queréis que os diga, a mí todo esto me huele a sobres con balas.

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