La ‘Jarda’

Dice mi madre que, cuando yo nací se ilusionó mucho porque tras cuatro hijos varones y una hermanita mayor, yo sería la segunda niña de la familia. La sexta eso, sí, pero la niña. He de reconocer que a pesar de que jamás me dejara crecer el pelo más allá de mis orejas y siempre me recortaran en verano mi modesta melena para parecerme todavía más a mis hermanos chicos, yo siempre era de pedir ropa de niñas (que me perdonen las feministas).

Destroné a mi hermana mayor en su papel de mimada para llegar yo. Es algo que creo nunca me ha llegado a perdonar. Ella tan reina, tan princesa, tan protegida y tan feliz luciendo hermosas trenzas en las fotografías en blanco y negro que aparecen en rincones insospechados en la casa de mis padres y yo al lado envidiando melena perfecta. Cosas de familias numerosas de segunda categoría y de madre trabajadora. Yo le rogaba que me dejara deshacerme de la diadema de fieltro y flores para así dejar crecer mi cabello al igual que mi hermana mayor. Nunca lo conseguí. Llegaba el verano, el calor, nuestros viajes a   Ávila y las tijeras de mi tía favorita que además era peluquera y por quien sí o sí y con lágrimas, tenía que pasar. Y por aquella época en la que tendría alrededor de 4 o 5 años aparezco en alguna foto, muy seria, de morros y con un horrible flequillo versión hachazo vasco. La niña.

Pero si hay algo que tengo grabado en el corazón es cuando mis padres teniendo yo tres tiernos años se fueron de viaje a Granada. Lo recuerdo perfectamente como si fuera ayer. Mi madre, dulce ella, preguntándome que qué quería que me trajera de su viaje. Y yo directa, clara e ilusionada le dije que una “jarda”, mi madre todavía sonríe al recordarlo. Una falda. Yo quería una falda. Y una falda me trajo. Ilusionada recuerdo habérmela puesto innumerables veces, con o sin leotardos, para jugar a las muñecas o en la arena. Mi “jarda” favorita. Y rememorando aquellos años, desde allí y hasta ahora me nace el recuerdo de mi madre que siempre me ha recordado que por mi culito respingón cuando por allí por el pueblo iba yo feliz caminando y la falda se movía de lado a lado. Es decir, con culo se nace.

Mi inclusión en el mundo laboral fue en una agencia de viajes en una ciudad rodeada de palmeras y zapateros. Allí y durante los cuatro años que estuve trabajando (siempre estaré agradecida por todo lo que aprendí) quedé coronada como “El mejor culo de la oficina”. Luego estaba el de Lola, éramos las más jóvenes, nos reíamos, trabajábamos, viajábamos y jamás nos sentimos cosificadas. Todo lo contrario. Finales de los años noventa, principios del 2000. Y se respiraba libertad.

Conocí al padre de mis hijos, una noche de marzo en la que no pensaba salir y al final me liaron, (cosas que pasan), apoyada en la barra de un bar con tres amigas llevando tacón, vaqueros y cero escotes. Pues tiempo después y en momentos de esos de romanticismo y confidencias, le pregunté que qué había sido lo que más le había gustado de mí de aquella primera noche en la que estuvimos bailando hasta las 3, bebiendo hasta las 4, hablando hasta las 5 y comiendo chocolate con churros a las 6. Y cero sexo. Y él tan varón como (cero) romántico, me respondió: ¡Tu culo. ¡Esos vaqueros te quedaban como Dios! Pero, vamos a ver. Y oye, que me sentí tan sumamente cosificada que acabamos casándonos y teniendo dos hijos. ¡Qué poco mérito vería en mi intelecto para fijarse solamente en mis posaderas y no en mi cerebro o sonrisa! Cosas del heteropatriarcado opresor, será.

De culos va la cosa, de culos bonitos, de esos a los que la genética dotó de fuerza y personalidad. El mío. Sí, soy asquerosamente vanidosa. Y al igual que sé reconocer mis carencias, que son innumerables (culturales, emocionales, físicas e intelectuales) también he aprendido a querer lo que me pertenece. Mi trasero. ¿Por qué no? Jamás se me hubiera pasado por la cabeza hablar impúdicamente sobre una parte de mi anatomía, pero estamos llegando a un grado de locura y puritanismo sectario de izquierdas que hoy me desperté inspirada.

El sábado en el Festival de Eurovisión, España entera se rindió ante Chanel, ante unas caderas de baile hipnótico, una mujer llena de fuerza y talento que desprendía belleza, sensualidad y sexualidad por todos los poros de su piel. España se rindió ante un culo maravilloso. Ella, luchadora de la vida, bailarina y talentosa logró arrodillar no sólo a España entera sino a casi medio mundo. Y lo más importante salió coronada y calló las bocas bajo las miradas de envidia de unas mojigatas mujeres de izquierdas que hasta ese momento habían defendido que otra mujer que hablaba y se tocaba de forma vulgar sus tetas fuera la que nos representara en dicho Festival. Alabado sea el culo de Chanel.

Alabados sean los traseros de las mujeres que los lucimos en la vida, aderezándolos con cordura, con cero complejos y mucho agradecimiento a la genética con la que la Madre Naturaleza nos dotó. Alabados sean esos hombres que alaban nuestros culos sin miedo y que saben valorar la belleza en su sentido más humano, vital y testosteronóico. Alabados sean los culos que hacen ponerse de rodillas al monjil y victoriano puritanismo de izquierdas. El sábado ganó la cordura. Voy a buscar una “jarda” muy corta, aprender unos pasos de baile y marcarme un Chanelazo.

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