Piolines y monarquías

Una de las cosas que más echo de menos en estos tiempos que corren es la coherencia. Supongo que esa ha sido una de las principales batallas que ha librado el ser humano desde el principio de los tiempos, conseguir que haya una correlación entre lo que le pedimos a los demás y lo que nos exigimos a nosotros mismos. Una batalla que normalmente solemos perder que no por nada el refranero nos recuerda aquello de que una cosa es predicar y otra repartir trigo.

No me refiero, por supuesto, al legítimo derecho a cambiar de opinión con el transcurso de los años, de los acontecimientos o a causa de un buen razonamiento que nos haga entender que igual nuestra postura inicial no era tan acertada como creíamos. Me refiero a estos golpes de timón repentinos que ora nos ponen la nave mirando al norte, ora nos la ponen al sur, para terminar en la misma posición del principio. Todo, por supuesto, según el viento que en ese momento creamos más favorable a nuestros intereses.

Ahora estamos asistiendo a una verdadera batalla campal para demostrar que aquellos son mucho más malos que estos y lo asombroso del asunto es que para llegar a estas conclusiones se usan las mismas armas que le critican al de enfrente. Que hay que decir que España es un estado plurinacional, pues se dice, que ahora resulta que no había que decirlo, pues se rectifica. Lo mismo que uno se acuesta un día con miedo y al otro se le pasa, aunque el miedo siga llevando coleta.

Un magnífico ejemplo de lo que digo es el de la corrupción. Llevamos unas semanas asistiendo a un cruce de infografías en las que unos y otros se acusan de ser los más corruptos del país. Lo increíble del asunto es que, para defenderse de semejantes acusaciones, no se exhiben documentos que prueben la falsedad de estas demostrando su buen hacer, no, lo único a lo que se recurre es al triste “y tú más”. Lo pasmante es que a poco que reflexionemos sobre esto nos daremos cuenta de que al usar semejante “argumento” se está admitiendo de manera inequívoca que las acusaciones vertidas son ciertas y que lo único que nos puede descargar un poco la culpa es que los demás sean peores que nosotros. Efectivamente, todos somos malos, se asume como normal la corrupción y la mala praxis. Es lo que hay, confórmese señora, con que los suyos roben menos.

Hoy nuestro presidente ha dado la mejor muestra de lo que comento utilizando una metáfora, para referirse a los policías y guardias civiles que fueron desplegados en Cataluña con ocasión del falso referéndum de autodeterminación, los ha llamado piolines. Un poco más tarde, dijo que su receta para gobernar era la de la concordia frente a la discordia de la oposición. ¿De verdad cree el presidente que está sembrando concordia con esa metáfora? ¿Acaso no es una manera sibilina de agitar el avispero y que nos enzarcemos en una nueva batalla tuitera de y tú mases?

Puede que sólo sea una treta para hacernos olvidar esa otra incoherencia de algunos que no dejan de reprocharle al Rey Emérito ciertas actitudes mientras se dejan los riñones en reverencias al emir de Qatar, otro rey, otra monarquía… En fin, ¡qué carajo! Otra de bravas.

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