Taiwán: ¿La próxima Ucrania?

El mundo observa con una mezcla de inquietud y apatía, como si todo esto fuera un capítulo más de una serie geopolítica interminable. ¿Es Taiwán la próxima Ucrania? ¿O simplemente otro ejemplo de cómo las grandes potencias hacen y deshacen a su antojo, mientras nosotros aplaudimos o nos indignamos según el guion que nos toque?

Primero fue Crimea, luego Ucrania, y ahora Taiwán aparece como el nuevo foco de tensiones. El patrón es tan evidente que asusta: una potencia que se declara dueña de un territorio, invasiones que desafían todas las leyes internacionales y una comunidad global que, como mucho, responde con discursos de condena, sanciones… y contratos millonarios para la industria militar. ¿De verdad creemos que estamos fuera del juego o simplemente hemos aceptado ser los espectadores más manipulables de la historia?

China juega con la amenaza constante, pero sabe que una invasión abierta podría destrozar su economía, profundamente dependiente del comercio global. Sin embargo, el mero hecho de mantener la tensión ya cumple varios objetivos: divide a sus rivales, prueba sus capacidades militares y, sobre todo, prepara a la opinión pública para aceptar lo impensable como inevitable. Y, mientras tanto, Taiwán produce el 60% de los semiconductores del mundo, convirtiéndose no solo en un objetivo estratégico, sino en el botín más codiciado de la economía moderna.

Asimismo, Estados Unidos y sus aliados actúan como los héroes de turno, pero su interés no es salvar a Taiwán; es contener a China. ¿Y nosotros? Aplaudimos, horrorizados, compartimos memes y olvidamos que el precio de estas tensiones lo pagamos nosotros: inflación, cadenas de suministro rotas y más dependencia de los mismos poderes que supuestamente nos «protegen». ¿De verdad alguien cree que este juego es para defender la democracia?

Si de verdad es por la democracia, ¿por qué nadie se mete con Corea del Norte? Un régimen autoritario donde los derechos humanos son una broma y que lanza misiles al mar como quien lanza una piedrita al río. Ah, claro. No hay petróleo, no hay microchips, pero sí hay armas nucleares. Mejor mirar para otro lado, ¿verdad?

Si mañana Taiwán cae, ¿quién será el siguiente? ¿Corea del Sur, quizás? ¿Un Vietnam que no cede ante la influencia de China? ¿O, por qué no, un escenario en el que simplemente ajustemos las reglas del juego para que cada potencia invada lo que quiera sin que nadie parpadee demasiado? Porque, admitámoslo, las leyes internacionales solo parecen aplicarse cuando le conviene a alguien poderoso.

Lo más escalofriante es lo fácil que resulta manipularnos. Nos presentan héroes y villanos, nos polarizan, y, mientras discutimos quién tiene razón, las armas se venden, las economías se reestructuran y el poder se concentra aún más. Nos distraen mientras las decisiones que realmente importan se toman en despachos a puerta cerrada, lejos del ruido mediático. ¿Y nosotros? Es hora de despertar.

No podemos detener a las grandes potencias con un tuit, pero podemos cuestionarlo todo: ¿por qué aceptamos que se juegue con nuestras vidas y futuros como si fueran piezas en un tablero? Hablar, educarnos, exigir transparencia y apoyar soluciones diplomáticas reales son pequeños pasos, pero poderosos si se multiplican. Lo que no podemos permitirnos es seguir siendo espectadores pasivos en un juego que nos afecta a todos. Porque, al final, la pregunta no es si Taiwán será la próxima Ucrania, sino cuánto tiempo más permitiremos que sigan escribiendo este guion por nosotros.

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