Una de Maquiavelo

Las veces que la Historia nos demuestra que los líderes se convirtieron en un elemento estructural esencial de las naciones la consecuencia nunca fue pacífica, ni positiva, ni constructiva. Uno de los elementos de la configuración internacional de líderes que más me llama la atención es que ninguno de ellos son mujeres, a excepción de Meloni, en Italia. Claro que, en este caso, y con la peculiaridad de que el país alpino no es amigo de los líderes absolutos, más allá de lo que fue un Berlusconi que, cuanto más fuerte se hizo se volvió más vulnerable cayendo, finalmente, golpeado por una democracia compleja formulada para que no ocurran hechos como los que vivimos en España… al menos en el terreno político de alto nivel. No en vano, esa fue la gran y mayor debilidad que llevó a la muerte a Julio César, y miren que han pasado años y siglos.

Todos saben, cuando alcanzan la cima, la jefatura de su Estado o la presidencia del Gobierno del mismo, que la única fórmula viable para convertirse en líder absoluto y dirigente omnipotente es perpetuarse en el poder. Quizás fue por esto que Donald Trump llevó tan mal la pérdida de las elecciones en su momento, y quizás sea la causa por la que Pedro Sánchez se aferra al poder a cualquier precio, algo que flaco favor le hará a la lectura que la Historia hará de su paso por el poder en nuestro país. En el caso del norteamericano, mucho me temo que intentará por todos los medios disponer, si llega por la edad que soporta, que se amplíe el número seguido de veces que se puede presentar a unas elecciones. O quizás se esté dedicando a dirigir el camino de alguno de sus hijos para que ocupe su puesto cuando lo tenga que dejar, no sin antes asumir el control absoluto de todas sus decisiones en la sombra.

Y es que el poder es como el anillo de Tolkien, una especie de hechizo, como el que absorbió los pocos equilibrios de Hitler, o los de Stalin, o los de Fidel Castro, o Hugo Chávez, o Franco, o Napoleón, que ejemplos hay muchos y a cuál más lamentable a lo largo de los tiempos; un hechizo que comienza por el ascenso al poder con objetivos nobles o aceptables, que pulen un perfil heroico pero que, con el paso de los años se convierte en pura excusa para justificar el apoltronamiento en el poder con hechos y con decisiones y acciones que bien deberían de dinamitar el mito. Sin embargo, bien sabemos que, a pesar de ello, muchos siguen endiosando a estos cainitas, en su mayor parte asesinos, criminales manchados con la sangre de su pueblo y con el encarcelamiento de sus derechos más fundamentales.

No hay que temer a nadie por sus ideas cuando estas dibujan un mundo mejor, igualdad, derechos, empatía con los más débiles y necesitados… pero sí hay que tenerlo a aquellos que utilizan a su pueblo y las debilidades de aquellos para justificar sus fechorías. Y de esta gente, da igual su color político, siempre encontrarán quiénes los justifiquen e incluso quiénes se les unan para sacar provecho. Así nos ha ido y así nos va.

Nada más que decir.

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