
Siempre se ha dicho eso de Spain is different…, y es totalmente cierto. Mientras en otros países se habla abiertamente de la pandemia del Covid-19, de los efectos del virus en las personas, de la vacunación y sus secuelas, aquí es poco más que un tema tabú, aparcado en el olvido consciente… o, por lo menos, la sociedad lo trata con recelo, tocándolo con “guantes de goma” para no sentirlo demasiado cercano.
Da la impresión de que ya no interesa mantener abierto el caso; hay que enterrar lo que queda de esta tragedia. Duele demasiado, aún permanece activa, aunque se la banalice, o se la asemeje a la gripe, o se le reste importancia para no incomodar a la gente crédula de bien. Y, aprovechando la cantidad de tramas de la corrupción del Gobierno, hay suficiente meollo como para conseguir camuflarla. Por desgracia, tenemos gran variedad de noticias escandalosas donde elegir, y ya no se sabe cuál es más grave que la anterior.
El españolito de a pie ya está curtido en barbaridades y no reacciona absolutamente para nada y ante nada. Anestesia total, como los adictos al fentanilo: existen porque respiran, pero no viven, solo están ahí. No les afecta el entorno, porque no son capaces de apreciarlo; son parte pasiva del ecosistema.
El trauma vivido durante la pandemia, del encierro brutal y violento que sufrimos, de los fallecidos, de las noticias distorsionadas, de la incertidumbre, del miedo, del abandono tanto médico como institucional, de la manipulación mediática, de la soledad, de los abusos normativos… de la medicina de guerra, donde muchos allegados perdieron la vida sin piedad ni remordimiento alguno, donde la imagen de los ataúdes apilados en una capilla de Italia fue lo que personalmente me hizo ver la magnitud de lo que se nos venía encima, cuando desde el Gobierno negaban la evidencia de que se aproximaba una pandemia para poder celebrar el 8 de marzo, ¡qué ironía! Posteriormente, pasados unos meses, terminamos ocupando el Palacio del Hielo de Madrid como cámara frigorífica para miles de españoles que sucumbieron a la tragedia.
Pues ese trauma se asemeja socialmente al de la Guerra Civil, por lo menos en la forma de silencio a gritos. En el que las nuevas generaciones tendrán lagunas informativas, desconocerán hechos como nosotros los desconocemos de la guerra o, por lo menos, yo. La tradición oral se ahogó como recurso válido. Solo se admiten versiones oficiales bien planificadas y moduladas según convenga; las restantes llevarán la etiqueta de conspiración o negacionismo.
Con respecto a mi familia, esa parte de la historia comprendida entre los años 1936 a 1940 se suprime y, aunque me haya dado por preguntar en varias ocasiones, nunca me han dado otra respuesta más que cocinaban las pieles de las patatas y poco más. Bien cierto es que los que lo vivieron conscientemente ya no están, y los que están, nacieron sobre esos años. Por lo que me quedaré con mi ignorancia heredada de la costumbre de solo transmitir lo bueno y lo agradable.
Sin lugar a dudas, la tradición oral de una generación a la siguiente no debe perderse. Los hechos han de narrarse a los herederos tal como se vivieron por los protagonistas, o pasar el legado del recuerdo de unas generaciones a otras sin adulterar, en lo posible. De lo contrario, se hacen desaparecer los episodios desagradables, y así es como “se borran” de la memoria colectiva. Es un trabajo que la sociedad lleva a cabo automáticamente, y así no aprendemos: solo adoptamos el discurso oficial prefabricado. Considero que recordar es la base para aprender, evolucionar y no repetir los errores. Y si hemos sobrevivido a una pandemia, es que algo ha funcionado… por la vacunación, tal vez… o tal vez no. Cada uno tiene su propio criterio. Para los vacunados, ahora viene su segunda crisis: la pandemia silenciosa.
Son los múltiples efectos adversos relacionados con la vacuna del Covid-19. Pero en España parece no interesar: “ande yo caliente, ríase la gente”. Lo cierto es que, entre los supervivientes a la pandemia y a la vacunación, hay un alto porcentaje de personas con secuelas, que el Ministerio de Sanidad sólo recoge para estadística y a eso se limita su misión. En cambio, en otros países existen unidades dedicadas al estudio y tratamiento de estas secuelas, sobre todo relacionadas con la proteína spike, pues dependiendo de dónde esté instaurada, se puede tratar de una forma u otra. Lo importante es que existe tratamiento; hay esperanza para los afectados de Covid persistente, síndrome postvacunal, desregulación del sistema inmune, etc. Hay un punto de luz, aunque en España no se divulga; no es comprensible.
Desgraciadamente, existe reticencia a hablar del tema, y el discurso social impuesto ha sido ampliamente aceptado: la vacuna nos permitió regresar a “la normalidad”. La vacuna como salvadora de la población, aunque en el camino hayamos perdido a muchos debido a la premura de la vacuna, a la falta de ensayos clínicos, y ahora nos enfrentemos a las secuelas. Considero que alejarse, volver la vista atrás y recordar lo vivido es un acto de honestidad. Yo no me vacuné, mis principios y mi sentido común pesaron más que los mandatos y obligaciones impuestos. Jugué mi carta a todo o nada, pero no me arrepiento de ello; volvería a hacerlo. Hoy por hoy, estoy limpia de ARN manipulado y extraño.
Se define en España el síndrome postvacunal como proceso inflamatorio sistémico, con envejecimiento acelerado, dolor neuropático, fatiga crónica, calambres… No tengo palabras para expresar la cantidad de pacientes que veo en los últimos tiempos que me refieren estos síntomas. Desde un punto de vista racional, debería haberse informado a la población de los posibles efectos adversos y que hubiera consentido cada individuo al tratamiento.
Así es como se debe hacer en todas las situaciones de potencial peligro: advertir de los beneficios y riesgos; así la decisión es personal y no es impuesta institucionalmente. No somos borregos para ser marcados cual rebaño, aunque siempre hay alguna oveja que se escapa del redil.
Polifacética ante todo, curiosa, autodidacta, fisioterapeuta autónomo de profesión…todo es susceptible de aprendizaje y solo fracasas si no lo intentas.
«Es más importante la dirección que la velocidad»
Yo tampoco me vacuné
La cordura y el sentido común están presentes. Aunque hay muchos que fueron obligados por motivos laborales.